El Magazín Cultural

Los artistas de la Real Expedición Botánica

Hoy comenzamos a publicar la sección “Huellas”, en la que trataremos de rescatar figuras representativas en todas las artes.

Cristina Esguerra
30 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.
Una de las imágenes dibujadas durante la Expedición Botánica, presidida por José Celestino Mutis.  / Cortesía Real Jardín Botánico-CSIC
Una de las imágenes dibujadas durante la Expedición Botánica, presidida por José Celestino Mutis. / Cortesía Real Jardín Botánico-CSIC

La Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada es una de las empresas científicas más importantes de la historia de Colombia. En 1783 el español José Celestino Mutis emprendió la tarea de investigar y clasificar la flora del Nuevo Reino de Granada. Paradójicamente, el español es considerado un gran botánico sin haber publicado o escrito muchas de las clasificaciones y descripciones de las plantas que se dibujaron. Por eso su legado es estético y lo que causa reverencia son las más de 6.000 espléndidas láminas creadas por sus artistas. Entre ellos los dos más destacados son Salvador Rizo y Francisco Javier Matís.

A pesar de la importancia de Rizo y de Matís –el científico alemán Alexander von Humboldt describió a este último como el mejor dibujante de flores del mundo–, es más bien poco lo que se sabe de ellos.

Matís nació en Guaduas alrededor del 1774 y se unió a la Expedición Botánica como aprendiz de dibujante cuando tenía unos 14 años. Su perfil era ideal, pues le permitía a Mutis moldear la técnica del joven artista a su gusto. Desde el comienzo mostró un enorme talento para dibujar con precisión hasta el más mínimo detalle de las especies que tenía enfrente. Se dice que sólo por eso el español le perdonaba las escapadas al pueblo de Mariquita para divertirse.

Los años que pasó en la expedición también convirtieron a Matís en un botánico empírico. Cuenta Marta Fajardo –profesora de la Universidad Nacional y especialista en arte colonial– que el científico colombiano José Jerónimo Triana, colaborador de la Comisión Corográfica Agustín Codazzi, relata en sus memorias cómo cargaba a sus espaldas al viejo Matís para llevarlo a herborizar en los cerros de Monserrate.

Rizo se unió a la expedición por la misma época en que lo hizo Matís. Venía de Mompox para ejercer el cargo de delineante, posiblemente de cartógrafo. El momposino se volcó con tal dedicación a su trabajo, que terminó convirtiéndose en mayordomo y en profesor de pintura de la expedición, en la que se considera la primera escuela de arte del país.

La Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada hizo parte de una oleada de empresas científicas –unas financiadas por las monarquías europeas y otras por científicos adinerados como Von Humboldt–, que recorrían el mundo impulsados por el espíritu de la Ilustración que les inculcaba el deseo de conocer el universo que los rodeaba. Además de la de Mutis, la corona española financió expediciones en Perú, Chile y México.

Pero al interés científico se añadía el comercial. “España quiere resolver problemas serios que tiene con su economía y ve en América una posibilidad de recuperar su poder,” dice Mauricio Nieto, profesor de historia de la ciencia de la Universidad de los Andes. “Entonces se suma a la creencia de los ilustrados de que la ciencia puede resolver los problemas y se vienen a explorar las plantas, en particular las medicinales”.

La expedición de Mutis tuvo una serie de particularidades que determinaron su impacto en la historia de Colombia y el legado por el que se le recuerda. El gaditano convirtió su proyecto científico en una empresa educativa en la que participaron los intelectuales colombianos más importantes de la época –Francisco José de Caldas, Jorge Tadeo Lozano y Sinforoso Mutis, entre otros– y en la que se cultivaron artesanos como Rizo y Matís. La mayoría de los integrantes eran neogranadinos. En el caso de los pintores, por ejemplo, del grupo de alrededor de 30 artistas sólo hubo tres españoles y ninguno permaneció mucho tiempo.

Por el carácter de la expedición, no sorprende que sus participantes estuvieran al tanto de las ideas revolucionarias de la época. Varios de ellos, seguramente inspirados en la declaración de Independencia de los Estados Unidos y en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de la Asamblea Nacional francesa, se unieron a la lucha de independencia. Rizo, al igual que Caldas y Tadeo Lozano, fue fusilado por las tropas de la reconquista española en 1816. Matís y Sinforoso Mutis sobrevivieron a pesar de su rebeldía.

“En el Jardín Botánico de Madrid encontré unas láminas hermosísimas con hongos que parecía que se fueran a salir del papel, de lo perfectos. No sé cómo decírtelo, pero era muy emocionante. Una de ellas estaba firmada y fechada por Matís”, dice Fajardo. Si bien todas las expediciones produjeron bellísimas láminas, las de Mutis tienen una magia especial. A sus pintores no se les escapó ni el más mínimo detalle: los pistilos de las flores cambian de color, a las hojas se les alcanza a ver cada una de las venas que las recorren y las plantas de páramo están cubiertas por una delicada pelusa. “Lo interesante de Mutis –explica Nieto– es que hace un número muy grande de dibujos, en un formato grande, a color, y eso es único”. A pesar de que la expedición era una empresa colectiva, Mutis dejaba a sus artistas firmar sus más destacadas creaciones. Matís firmó más de 200 láminas y Rizo casi 150.

Para el español era de suma importancia que las láminas quedaran perfectas. Al verlas, los científicos europeos debían ser capaces de ordenarlas de acuerdo con el sistema de clasificación de la flora inventado por el sueco Carlos Linneo en 1731. Los artistas pintaban un modelo ideal de cada una de las especies en el que se ven todas las etapas de desarrollo de la planta: la flor, el fruto, etc. De acuerdo con las reglas de la botánica, “para dibujar una planta lo que se necesita es saber seleccionar información. Si uno mira en la Flora de Mutis un dibujo de una quina, por ejemplo, no se parece nada a un árbol de quina. Pero para un taxónomo tiene todo lo que puede reconocer,” dice Nieto. 

“El sueño de Mutis era contar con un gigantesco catálogo de plantas útiles”, dice Nieto. Pero murió en 1808 sin terminar la colosal tarea que se había impuesto. Ocho años después la empresa llegó a su fin cuando las tropas de la reconquista se llevaron todo el material. “Hay unos documentos que dejaron los españoles sobre lo que encontraron en la sede de la expedición y dicen: encontramos miles de láminas de plantas muy bien elaboradas. Todo esto va para el Real Jardín Botánico de Madrid, y así es. Encontramos no sé cuántos dibujos de animales, todo esto va para el Museo de Historia Natural. Encontramos un montón de material cartográfico –unos bellísimos mapas ilustrados que son de Caldas–, todo esto va para el ejército. Y se lo llevaron al servicio del ejército español,” dice Nieto. Sólo en 1952, gracias a un tratado entre España y Colombia, comenzaron a publicarse los tomos de la Flora de Mutis. Van 36 y la tarea continúa.

Matís murió en Bogotá en 1851. En marzo de ese mismo año el Papel Periódico Ilustrado lo describe de la siguiente manera: “El señor Matís era humilde y modesto como sabio; sencillo, franco y risueño como un niño. Su casa situada cuadra y media arriba de Las Nieves, de pobre apariencia, era a la vez hogar de la familia, Escuela de Pintura y aula de Botánica: enseñaba gratis a varios niños todo lo que él sabía. La sala de su herbario era al mismo tiempo sala de pintura y pieza de recibo de visitas”...

Por Cristina Esguerra

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