El Magazín Cultural

“Los colombianos requieren de un psiquiatra social”: Leo Castillo

Leo Castillo presentó en Bogotá su novela “Labor de taracea”, en la que recrea los pormenores de la masacre de 10 habitantes de calle en Barranquilla, en el año de 1992.

Andrés Osorio Guillott
01 de septiembre de 2019 - 01:30 a. m.
El habitante de la calle, un hombre a la intemperie, siempre protagonista en la vida de Leo Castillo y su obra literaria.  / Haroldo Varela Gómez
El habitante de la calle, un hombre a la intemperie, siempre protagonista en la vida de Leo Castillo y su obra literaria. / Haroldo Varela Gómez

Leo Castillo camina con la calma del Caribe. Su voz guarda un largo aliento que proviene de la brisa de los mares. En la Universidad Distrital habló y compartió con Alberto Salcedo Ramos, otro portador de la cultura caribeña, hace unas semanas para presentar Labor de taracea. Ambos estuvieron ahondando en los submundos de la indigencia, los espíritus marginales y las realidades paralelas que se van erigiendo por medio de vicios; recuerdos que mutan en rocas y que pesan en las memorias y en los cuerpos, que por el paso inclemente del tiempo y por su exposición interminable a la intemperie se van mostrando cada vez más raquíticos y desmedrados. Su introducción fue tan necesaria y su conversación fue un vaticinio de lo sucedido en días pasados con el anuncio de Iván Márquez y Jesús Santrich de reactivar la lucha armada, de enterrarnos en otro tiempo cíclico en el que las bajas pasiones y las ideas demenciales seguirán gobernando el porvenir de una aldea que creyó que sembraba la paz y seguía sepultando la reconciliación.

Labor de taracea es un libro que fue construido de principio a fin por la mano del poeta Castillo. La narración, el diseño y la impresión fueron realizados por él, ningún apoyo editorial lo frustró y mucho menos lograría detenerlo, pues Castillo es el estandarte del poeta convencido de su obra, del poeta que hace de su terquedad un elemento primordial para salvaguardar su testimonio, así como resguardar y promover su palabra en el mundo que se le muestra esquivo, que se muestra reticente.

“El argumento fueron las desapariciones de estas personas a las que la sociedad no les estaba prestando ninguna atención. En ese entonces se les llamaba ‘desechables’. Y, probablemente, alguna lectura del nuevo periodismo norteamericano, de Truman Capote o Gay Talese, lo ubican a uno en una perspectiva de acercarse al periodismo para crear una novela. Por supuesto, aquí estamos ante un criminal serial en el que el detective no acusa la sofisticación del método europeo o norteamericano de los asesinos seriales de esos territorios. Sin embargo, está logrando burlar la atención social sobre él, sobre las desapariciones. Entonces los hechos como fuentes para la creación de ficción están presentes desde siempre, desde que Homero habló de la Guerra de Troya”, comenta el autor de Labor de taracea.

La novela tiene un carácter naturalista y existencialista. Desde ambos lados de la literatura y la filosofía se observan realidades crudas, personajes sumidos en situaciones plagadas de absurdos, de espíritus desamparados y mentes esquizofrénicas que se aturden con imágenes aterradoras, que se han ido colando en la cotidianidad de los colombianos y que por la tradición de la violencia se han ido normalizando, logrando lo que las teorías apuntan sobre la incapacidad de sentir dolor y empatía en contextos de guerra, en épocas que van desmoronando nuestra condición humana.

“La sociedad colombiana está requiriendo de un psiquiatra social. Esta es una sociedad desquiciada. ¿Cómo puede ser que una sociedad elija entre sus propios hijos y hermanos la guerra por encima de la paz y del progreso? Eso es absolutamente irracional. Los gobernantes que estamos eligiendo acusan perfiles demenciales, así como Calígula, como Nerón. Nuestros gobernantes están enquistados en el poder de una manera maníaca. Y la gente cree que el loco es el indigente que está tirado en la calle, echando piedras, durmiendo en la intemperie y consumiendo drogas públicamente. Nosotros estamos muy cerca de la demencia. Esto es una ‘demenciocracia’. Vivimos en una tradición de violencia. El hombre no puede lanzarse sobre el hombre, sobre un pueblo, reducirlo a la demencia y diezmarlo. Esa tradición viene desde el descubrimiento de América”, afirmó Leo Castillo.

Por Andrés Osorio Guillott

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