El Magazín Cultural
Publicidad

Los dueños de la limpieza (Cuentos de sábado en la tarde)

Les presentamos un cuento escrito por Ana María Contreras , estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, integrante del semillero de creación “CrossmediaLab”.

Ana María Contreras - CrossmediaLab de la Tadeo
13 de junio de 2020 - 09:17 p. m.
Los dueños de la limpieza (Cuentos de sábado en la tarde)
Foto: Archivo particular

5:27 a.m., a esa hora apenas amanece y el Sol nace con pereza. A Cristóbal le quedaron cartas por leer de ayer, cartas disfrazadas de correos electrónicos buscando los mejores negocios para la compañía en la que trabaja, la Frank States: “Expertos en aspiradoras, los dueños de la limpieza”, repetía el lema, con fastidio, en su cabeza, además de tararear la típica musiquita que le caracterizaba.

Acostado, medio dormido, no escuchaba el despertador, sabía que le quedaban tres minutos, no había visto la hora, pero solo lo sabía. Tres minutos más para dormir, Valentina seguía entre sueños, el recibo del gas seguía tirado en el pasillo debajo de la puerta. ¿Qué desayunar?, quizá pan con café, como todos los días; subir al Subte repleto de gente, saludar a Tatiana, la recepcionista de Frank States; se dio la vuelta en la cama para seguir durmiendo el poco tiempo que le quedaba.

Si está interesado en seguir leyendo “Cuentos de sábado en la tarde”, ingrese acá

La primera carta en el correo electrónico decía:

-“Respetado señor Cristóbal, como compañía aliada, nos encantaría hacerle saber que se nos ha otorgado el primer puesto en el concurso…”. Se cansó de leer.

-¿Acaso no sabe que me importa bastante poco que hayan ganado el concurso?-, pensó Cristóbal, continuó leyendo.

-“…Large Wash, limpiadores profundos, le invitamos a la celebración el sábado…”-, basura, se dijo.

Abrió otra carta, el asunto decía: “Tiempo sin saber de ti”. Cristóbal la miró con sospecha y la abrió, el texto decía: “Amado Cris, han pasado años, recién conseguí tu correo y no dudé en escribirte apenas lo vi, tomémonos un café, ¿qué tal si nos vemos hoy a las diez?, te espero en la cafetería junto a mi casa. Un gran saludo, con cariño, tu viejo y amado Frank L.”.

Asombrado e impactado, Cristóbal bajó su mirada a la libreta azul de la empresa, recorrió los contactos escritos, se acomodó los anteojos, buscó la F de Frank L. ¿Cómo era posible? ¿Frank L.? — debe ser una broma. Pensó.

Llegaron las diez, Cristóbal llegó al encuentro con el supuesto Frank L., mientras llegaba le saludó un viejo guardia de la zona, un pastor alemán ya veterano, le consintió, se sacudió y después se fue. La noche estaba fría y oscura, daba miedo pensar en el encuentro con el buen tío Frank L., tan solo pensar que apareciera le daba escalofrío, pues Frank L. había muerto hace cuatro años.

5:30 a.m., tan rápido habían pasado tres minutos, el peep peep de la alarma seguía insistiendo, Valentina se dio vuelta y lo saludó con un intento de beso. Cristóbal se despertó completamente confundido.

—Qué pesadilla-, mencionó.

—Soñé que Frank L. …-, dijo.

—Cris, Cris, ya, está bien-, lo interrumpió Valentina.

—Solo fue un sueño-, le advirtió.

Luego de despertar bien y volver en sí, se arregló y salió a trabajar.

Al sentarse en su oficina, fue inevitable no abrir los correos y revisar en los “no deseados” para verificar que no hubiese correos disfrazados de cartas, simplemente no quería ver la carta de Frank L., solo quería trabajar y ser un buen vendedor de aspiradoras, porque somos: “Expertos en aspiradoras, los dueños de la limpieza”, se lo repetía constantemente para que, poco a poco, el recuerdo de la pesadilla se fuera borrando por los sucesos del día. Como si la frase le fuese a ayudar en algo. Se notaba raro en frente de su escritorio, solo tenía el computador viejo, una naranja pelada y la foto de Valentina. Lucía extraño.

—Hace rato que conozco las alucinaciones de Cris-, dijo Julio, el jefe del negocio, contándole al nuevo supervisor de Recursos Humanos. Viendo hacía la ventana de la oficina de Cristóbal.

—A veces le da la locura y cree ver cosas en la oficina, una vez nos comentó que veía aspiradoras volando en su escritorio, todo un loquillo-, comentó el jefe, caminando por los pasillos de Frank States, mostrándole las instalaciones. No olvidó repetirle el lema de la empresa, el himno que aburría a todos: “Expertos en aspiradoras, los dueños de la limpieza”.

—Pero Julio, un momento, ¿cómo es que tienen un empleado loco trabajando en esta empresa?-preguntó el recién llegado empleado, supuestamente, experto en Recursos Humanos.

—¿Cris? Es el sobrino del señor Frank L., el fundador de la empresa, murió hace cuatro años, se desconoce su muerte, quizá fue un asesinato, nadie aquí habla al respecto, nada qué hacer. Sigamos, le mostraré la cafetería.

Doña Lucrecia era la mejor empleada del Frank States, su amabilidad y linda sonrisa la hacían dueña de todo premio al buen servicio que había. Cuando servía el café, lo hacía con mucho cuidado, se encargaba de que la espuma fuera perfecta. La cafetería era el mejor lugar del Frank, simplemente porque estaba ella, la señora Lucrecia.

—¡Vamos, Julio, es el mejor café que me he tomado en años!-, mencionó el recién llegado.

—Así es-, decía mientras absorbía un poco.

—Créame, este lugar es luz por el simple hecho de que doña Lucrecia está.

La miró y le sonrió, la señora Lucrecia le devolvió la sonrisa con otra muy genuina.

—Continúe conmigo, le mostraré el Departamento de Diseño, allí se crean los bocetos de nuestras aspiradoras-, dijo Julio.

—Disculpará usted la insistencia, señor Julio, pero doña Lucrecia se ve ya muy veterana, ¿será bueno que siga trabajando después de tanto tiempo? Debería estar jubilada.

La insistencia de este hombre era típica de un empleado nuevo.

Lo invitamos a leer: Volviendo a empezar (Cuentos de sábado en la tarde)

—Quizá, pero se le ve tan feliz aquí, que sería un delito echarla, además, a todos nos gusta su café. Total, lo único que sabemos de doña Lucrecia es que la pobre vive sola. La mataríamos si no viene aquí, ella misma nos comenta que este siempre será su hogar.

La señora Lucrecia escuchaba desde lejos que hablan de ella, le llevó un poco más de cuatro años para que su reputación fuera intachable. Todos la amaban, no se le reprochaba nada. Una vieja anciana que servía café desde la mañana hasta la madrugada, una señora indefensa que servía con alegría, eso era. Lo que ella creía, lo que se forzó a ser durante años.

Pero, en realidad, no era más que la culpable de la locura de Cristóbal, la desdichada anciana que vivía sola, quien ocultaba su verdadero yo detrás de sonrisas y buen servicio al cliente, pues, a decir verdad, era la que había asesinado a Frank L., hace cuatro años.

Por Ana María Contreras - CrossmediaLab de la Tadeo

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar