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Los juegos del amor asediado

El periodista Alberto Medina lanza su primera novela ‘El credo de los amantes’, una historia donde la intimidad se regodea en el erotismo literario y los fisgones asedian desde el poder.

Redacción Cultura
13 de marzo de 2013 - 10:00 p. m.
El periodista Alberto Medina, autor de la novela ‘El credo de los amantes’, de Taller de Edición Rocca.
El periodista Alberto Medina, autor de la novela ‘El credo de los amantes’, de Taller de Edición Rocca.

La palabra para el amor. Con evidente esfuerzo para hacer del erotismo su aliento poético, ese fue el destino literario que Alberto Medina López eligió para su primera novela, El credo de los amantes. Después de casi 30 años de ritmo noticioso, inmerso a mañana y tarde en la desmesura del periodismo que no cesa, el reportero se tomó un respiro creativo, recobró el hilo guardado de su metáfora andante y escribió una historia envolvente de dos lúcidos infieles que terminan siendo víctimas de la tecnología.

Pedro Nolasco Vallejo y Lucía Bretón. Él, reconocido columnista y crítico de un gobierno que espía a sus opositores. Ella, investigadora literaria y estudiosa del arte del deseo y la intimidad. Ambos casados, con hijos, pero súbitamente libres para transgredir con sus propias reglas su amor de cerrojos. Sin cursilerías románticas ni extravagancias morbosas, sutiles y fugaces en su territorio de goce llamado San Isidro del Valle. Dos amantes que tejen una relación intensa donde protagoniza la literatura.

Ese es su credo. Entre la piel y el alma mientras exploran el legado infinito del erotismo ilustrado. El arte de amar, de Ovidio; Rayuela, de Cortázar; Las flores del mal, de Baudelaire; la poesía de Oliverio Girondo, Las canciones de Bilitis, de Pierre Louys; El amante de Lady Chatterley, de Lawrence; o Madame Bovary, de Flaubert. Como lo anotó el periodista Felipe Zuleta en el prólogo de la obra, una navegación por la historia del erotismo, desde los griegos, pasando por los romanos, el Renacimiento, la Edad Media o la Modernidad.

Una novela que se desata con afán, provocando al lector a que siga en persecución del desenlace, y que deja sentir la mano y el corazón del cronista, empeñado en que sus diálogos y secuencias adquieran arraigo en la realidad circundante. No tan lejano al mundo que Alberto Medina empezó a moldear cuando dejó atrás su natal Filandia (Quindío), donde el presente circulaba alrededor de su abuelo materno enseñándole los secretos de la vida a partir de las fábulas de Iriarte y Samaniego, para saltar al frenesí del periodismo.

Primero en la Unidad Investigativa de El Tiempo, cuando todavía estaba regentada por tres maestros del oficio —Alberto Donadio, Gerardo Reyes y Daniel Samper Pizano—, y él combinaba sus enseñanzas con su formación en la Escuela Superior Profesional Inpahu. Después en la Universidad Nacional, donde hizo una pausa para estudiar literatura mientras editaba su Carta Universitaria. Y desde mediados de los años 90 en el intenso universo de la televisión, desde la trasescena de los acontecimientos que pisan la senda de la historia.

Periodismo político en el Noticiero Nacional cuando el narcoescándalo del proceso 8.000 sacudió los cimientos de la sociedad colombiana, y él corría entre el enjambre de periodistas atentos a nuevas capturas. La subdirección del programa La Noche de RCN Televisión, en momentos en que el país transitó por los enconados días de la zona de distensión en el Caguán, y sacaba tiempo para idear y amasar documentales. O desde 2003 en el Canal Caracol, donde hoy oficia como director de información sin renunciar a su otra obsesión: la literatura.

De esa disciplina surge ahora El credo de los amantes, su apuesta por la narración poética en 186 páginas que llegaron a ser 350, pero que su oficio de editor dejó en sus justas proporciones. Una obra sin héroes henchidos o intrincadas elaboraciones estéticas, sino ceñida a la saga anónima de dos infieles ávidos de encontrarse para el amor y para reinventarse en un diálogo inusual en el que el erotismo literario es el pretexto. Final inesperado, embriaguez de pasión, como anotó el prologuista Zuleta, una historia para que el lector la goce.

El amor oculto pero asaltado por quienes tienen como oficio cotidiano el desprestigio o el insidioso lastre de averiguar la vida ajena. Realidad no muy distante de la sociedad actual en la que la tecnología es un campo de batalla y el desliz personal cuenta en el juego del poder. Alberto Medina conoce bien que esos azares rondan, y debuta en la literatura con una historia donde se mezclan esos riesgos con el mandato divino: “Los labios para los besos, la carne para el goce y la energía para conectarnos con la tierra, el cosmos y con los otros”.

Por Redacción Cultura

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