El Magazín Cultural

Los negativos de Hernán Díaz: un estudio en el olvido 

Si en la búsqueda de escribir la historia del arte colombiano se abre la pregunta por la fotografía, el estudio de Hernán Díaz (Ibagué, 1931- Bogotá; 2009) resulta una parada obligada. ¿Qué pasa con su legado de más de cinco decenios después del boom de homenajes y conmemoraciones que suscitó su muerte?

Daniel Grajales T.
28 de febrero de 2019 - 12:23 a. m.
Imagen de los negativos de algunos de los retratos realizados por Hernán Díaz. Gonzalo Arango, Gloria Zea y Luis Caballero, entre otros.   / Cortesía
Imagen de los negativos de algunos de los retratos realizados por Hernán Díaz. Gonzalo Arango, Gloria Zea y Luis Caballero, entre otros. / Cortesía

Quizás el cambio más trascendental que pudo haber vivido Hernán Díaz en su oficio fue el paso de la fotografía análoga a la digital. Sin embargo, en palabras de Rafael Moure, su compañero de vida y oficio, este creador, quien consideraba que la fotografía no era un arte, logró acoplarse, disfrutar de las posibilidades tecnológicas, liberándose de las muchas horas del cuarto oscuro y la cantidad de rollos que debía llevar cuando salía de viaje (en promedio doce). Podría plantearse que en su vejez aceptó con orgullo esa primera pérdida. 

Fue una pérdida porque hoy, cuando se quiere visitar el estudio de un fotógrafo, la idea de negativos colgados, de químicos de revelado, de esa fantasía que era ver nacer la imagen, murió ante un software, una memoria digital, un computador.

Con el pasar de los años, la simplificación de lo que se necesitaba para hacer fotografía hizo que el apartamento donde vivían Hernán Díaz y Rafael Moure se convirtiera en su estudio. En un cuarto pequeño sigue hoy. El espacio "sobremuere", después de nueve años de ausencia del fotógrafo, plagado de negativos, luces, fotografías a blanco y negro, a color, que representan una época fundamental de la producción fotográfica, con momentos o personajes importantes de la vida social del país, con la etnografía de ciudades como Cartagena. 

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Son las 6:00 p.m. y en Chapinero ha parado de llover, así el frío no cese. Moure enciende un calentador mucho menos potente que su relato. Cuenta cómo, gracias a su tío, el artista Eduardo Ramírez Villamizar se conoció con Díaz en 1957. La cita era un almuerzo, tocó el timbre y al abrirle la puerta ese fotógrafo guapo, casi una estrella, inmediatamente lo abrazó y vivieron unidos hasta la muerte de Díaz, por 53 años. Hoy, patrimonialmente, quedan los derechos de las fotos, el archivo, así como algunas cámaras, una biblioteca de mediano formato o el centenar de historias que sirven para entender cómo en Colombia el estilo del retrato de un hombre de formación empírica conquistó todas las miradas. 

Del taller de Hernán Díaz parecería no quedar mucho. Un cuarto con dos estanterías de negativos, un computador y algunas fotos impresas en soportes variados alcanzan el inventario. Eso si se mira con ojos indolentes. Ahí están miles de historias, personajes, lugares, detalles y la memoria de seres humanos que apenas alcanzaron a posar, porque la violencia de esta tierra les quitó la vida, como fue el caso de Luis Carlos Galán o Jaime Garzón. 

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Este estudio, ya poco visitado, tuvo sede en el Centro de la ciudad, se trasladó a un barrio al norte donde los vecinos miraron con recelo su fama y hasta fue la escuela Taller de Fotografía Hernán Díaz. Es que, en décadas como los 80 o los 90, era un honor sentarse para que Díaz tomara una foto, reuniendo en su sala nombres como el de los presidentes Belisario Betancur, Virgilio Barco, César Gaviria. Su magia estaba en el manejo de la luz, del blanco y negro, así como su estilo basado en fotógrafos norteamericanos, aunque, más que eso, en una conversación, en un momento.

"Yo le ayudaba a componer las fotos, a veces me mandaba y hacía algunas. Me pedía que le hablara a la gente, creábamos un ambiente especial. No era solo una foto, era una atmosfera especial, una charla con todo lo culto que era Hernán, las personas se quedaban horas con nosotros, luego volvían, nos hacíamos amigos, y así llegaba otra foto, algún referido por ellos. Fotos limpias, sin barroquismo, escuetas, que primara la luz y el blanco y negro, esas eran nuestras fotos", precisa Moure.

Carta al legado de Hernán Díaz

Un común denominador es que en Colombia pasen los años y los archivos de los artistas terminen debajo de un lavadero, como el de algún escultor; o fragmentados, vendidos por partes, ya que las familias que heredan parecen no entender que el patrimonio artístico significa dar al futuro ideas del pasado; como sucedió con la colección del gran curador de Medellín. 

Eso es lo que Rafael Moure no quiere que pase con el legado de Hernán Díaz. Después de la muerte del fotógrafo, cuatro exposiciones parecían ponerlo en la notoriedad que significa: Fotografías de Hernán Díaz (Mambo. 2010), Hernan Díaz, fotografías en blanco y negro (Embajada de Colombia en España. 2011), Hernán Díaz Revelado: retratos, sesiones y hojas de contacto (Biblioteca del Banco de la República. 2015); Hernán Díaz, fotografías (Lamazone. 2016, curaduría de Andrés Felipe Ortiz).

Algunas entidades se interesaron por la colección. En el 2012, la Biblioteca Luis Ángel Arango compró una selección de 1.000 imágenes y 75.000 archivos en negativos, pero en el estudio sigue todavía la historia del país, cuidada como mejor lo puede hacer Miguel Ángel Espinosa, el asistente de Díaz, quien acepta que "no son las condiciones óptimas, ni en temperatura, ni en soportes. Están super bien cuidadas todas las fotos hasta ahora, pero no sabemos por cuánto más, un día podría pasar que algunas imágenes ya no estén". 

Una vez, una funcionaria de alguna institución llegó al estudio para validar de qué magnitud de archivo se trataba. Le mostraron todo, le dieron una cifra para negociar, y entonces la pregunta: "¿para qué queremos tantos negativos de la misma persona y tan caros?", como si apenas fueran papel fotográfico, como si apenas se tratara de un álbum familiar. Hasta hoy no regresa.

En palabras del curador Santiago Rueda, la voz más especializada en fotografía hoy en el país, "el gran momento de surgimiento y de afianzamiento de la fotografía como un arte en Colombia fue, en buena medida, mérito de Hernán Díaz". Por eso es que Moure insiste en "entregar a las nuevas generaciones de fotógrafos, de artistas, a los estudiantes, todo lo que se puede aprender en la obra de Hernán, tenerlos en un mismo espacio para la consulta, no fragmentar".

Moure dice que quiere lo justo por todos los años que trabajaron en hacerse unos de los más grandes retratistas del país, además de que llegue la compensación por los cientos de fotos que publicaron y no les pagaron, que tuvieron que ceder para darse a conocer, que hicieron por amor al arte. Lo que más le preocupa es no dejar documentado el legado de Hernán Díaz, o que alguna de las fotos históricas se pierda entre el paso del tiempo, el polvo, la humedad o su propia ausencia, porque ya es un hombre mayor.  

La carta que escribe sobre el legado de Hernán Díaz es más una petición que abre el debate sobre las colecciones en Colombia, donde las políticas públicas no contemplan con claridad que los gobiernos adquieran colecciones, en un panorama en el que los museos apenas gestionan presupuestos para pagar sus nóminas. 

De posdata dice que no es solo el archivo de Díaz, que en el estudio está la historia de la sociedad colombiana, y es verdad, abrir un compartimiento es encontrar personajes que van desde Fanny Mickey sin ropa, Antanas Mockus desnudo en la posición de "El pensador" de Rodin, la hermosura de una mujer negra cartagenera que sonríe con un paraguas, los inicios de Botero, el proceso de García Márquez, familias como la Santo Domingo y los Santos, o los expresidentes Carlos Lleras, Misael Pastrana, Virgilio Barco, Belisario Betancur, Julio César Turbay y César Gaviria, retratados en tal belleza que no llegan a parecer siquiera políticos. 

Por Daniel Grajales T.

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