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Los otros colores de Manuelita Sáenz

En 273 páginas, la doctora en historia Pamela Murray logra desempolvar la vida de una de las más importantes mujeres de la Independencia.

Angélica Gallón Salazar
06 de mayo de 2010 - 10:30 p. m.

Los estudios en historia latinoamericana llevaron a Pamela Murray a toparse casi sin querer con Manuela Sáenz, una mujer que según podía leer se debatía “entre una heroína fantástica, casi irreal” y “una perdida, impura, inmoral, que mantuvo concubinato con Bolívar”. Semejante disparidad en las historias que contaban la vida de uno de los amores del Libertador, la alentó a indagar con todo el rigor de las ciencias sociales en la vida de ‘Manuelita’, esa hija de don Simón Sáenz de Vergara que llevó desde su nacimiento la mancha de haber nacido como ilegítima.

A Pamela le sorprendió encontrar cómo de forma sistemática había una tendencia en los registros históricos de ver a esta mujer como algo muy raro, que se salía de sus ámbitos tradicionales y domésticos. Para escapar de la extrañeza, pero también para huir de la fascinación que le despertaba esta mujer que se hizo “Doña” gracias al casamiento acordado con el inglés James Thornes, Pamela se resguardó en su correspondencia, sobre todo la que mantuvo con el general Juan José Flores, primer presidente de Ecuador. Fue ahí donde se le reveló una nueva Manuela sacudida de sus mitos y descubierta en su intimidad.

Desde su casa en Washington, esta investigadora hizo un alto en el trabajo para hablar con El Espectador sobre la mujer a la que Bolívar bautizó ‘Libertadora’.

¿Cómo entender a esta heroína lejos de los romanticismos o de las condenas morales?

Manuela era una mujer de su tiempo y al entender ese tiempo entendemos de dónde sale un personaje como ella. Además, es hija de su clase social, que fue un tema muy importante a lo largo de su historia personal, porque la experiencia de la mujer es muy diferente dependiendo de la clase y de la etnia a la que pertenece.

Yo la vi como una mujer criolla que se atrevió a salir de su esfera normal, también en parte porque vivió en una época de guerra, de mucho movimiento y cambio social, en la que los roles de las mujeres cambiaron. Pasaron de sus hogares a servir como espías y correos, enfermeras, contrabandistas de armas, proveedoras de comida y sobre todo reclutadoras del ejército.

¿De qué ideología era Manuelita? ¿Cómo veía a los contrincantes de Bolívar?

Esa fue una de las cosas que en mi investigación traté de extraer y tengo que confesar que resultó difícil, porque su correspondencia no habla mucho de sus asuntos políticos; es más, tampoco sobre su realidad inmediata e intimidad. Pero en esa misma correspondencia también se ve que ella admiraba a los seguidores de Bolívar y en general al hombre de pueblo trabajador y a los militares. Hay una carta dirigida a Juan José Flores en la que ella habla de un escándalo en Lima, en donde confiesa abiertamente que admira más a los jefes militares y a los hombres que salen con su fusil al campo de batalla, que a los hombres de letras como los abogados. En realidad, ella tenía cierto prejuicio por las personas entrenadas en las universidades, como Santander.

¿Cómo se habla de Manuela en términos físicos?

Es importante saber que la mayoría de los retratos que existen hoy en día son póstumos. Yo encontré solamente dos que son de su época, son miniaturas en oleo, uno que existe en el Museo Nacional y otro que está en el Museo de Antioquia, en Medellín. Esos dos son fieles, sobre todo el de Medellín, que parece estar hecho por Juan Espinosa, retratista de esa época. Las personas que la conocían decían que era muy atractiva. Existen unas trastocadoras descripciones de ella en donde se habla de una mujer bella y rellena (es sabida su corpulencia), como una mujer muy vital y seductora.

¿Y cómo la veía Bolívar?

Manuela para él era una persona determinante, que lo apoyaba moralmente y de la cual dependía en cierto sentido, porque ella siempre lo estaba sosteniendo con sus consejos, siempre estaba mirando la gente alrededor y dándole sus puntos de vistas, él confiaba mucho en su capacidad de juzgar el carácter de las personas. Ya en esa época, en 1827, Bolívar tenía muchos enemigos, él mismo estaba sospechando de todos, estaba desilusionado y en esos momentos de debilidad fue cuando la relación tomó mucha importancia.

Por supuesto, el apoyo que le brindaba Manuela también surgía del deseo de que su amante la correspondiera. En una carta que ella le envía en 1826, le pide a Bolívar jurar que no vaya a amar a nadie más. El siempre galante Bolívar dio la respuesta adecuada: “El altar que tú habitas no será profanado por otro ídolo o por otra imagen”.

Hablemos del romance entre Bolívar y Manuela… ¿cómo lo retrató?

Fue muy difícil reconstruirlo, la correspondencia entre ellos es poquísimo, no más de una docena de cartas. Es importante decir que se han publicado una serie de cartas que no son auténticas. Mi impresión después de leerlas fue que efectivamente empezó una relación romántica y sexual que duró un tiempo, pero que al cabo Bolívar intentó alejarse cuando se fue al sur del Perú. “Veo que nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios de la inocencia y del honor”, le dijo Bolívar en una carta. “Un destino cruel pero justo nos separa de nosotros mismos. No seamos más culpables”.


Fue ella quien decidió mantener la relación y seguirlo e insistir un poco y un poco más para que él la integrara a su círculo íntimo. Después de analizar las cartas en detalle, queda la impresión de que ella tuvo que esforzarse para seducirlo, porque él de otra manera fácilmente la hubiera dejado.

No hay que perder de vista además que ella, al fin y al cabo, ya estaba casada, y tenía a su esposo James Thornes en Lima, que estaba tratando de que volviera a casa. Pero lo que sí está claro es que Bolívar y Manuela no tuvieron mucho tiempo para estar juntos. La relación duró ocho años, desde 1822 hasta que Bolívar murió en el 30, pero la mayoría de ese tiempo él estuvo aquí y allá, viajando.

¿Le trajo consecuencias políticas a Bolívar sostener ese amantazgo con Sáenz?

Sí, le trajo consecuencias, más que todo cuando estuvieron juntos en Bogotá en 1828, cuando ella llegó de Lima. Ella empezó a cobrar una importancia inusitada y había algunos oficiales, como José María Córdova, que veían esa influencia con malos ojos, a tal punto que lo hizo alejarse del Libertador y en 1829 levantarse contra su poder. Pero las peores repercusiones fueron en realidad para ella cuando Bolívar abandonó la presidencia y se fue al exilio. Ahí los enemigos la hostigaron hasta que enfermó.

Mas allá de prevenir el asesinato de Bolívar en 1828, ¿cuál es el aporte de Manuelita a la revolución?

Su aporte era no sólo como mujer y amante, sino como estratega. Si la gente tenía problemas o había quejas dentro del ejercito, acudían a ella, porque Manuela trataba de resolver el problema. Ella era una intermediaria entre los soldados, los oficiales y los ciudadanos. La veo además como representante del protagonismo de la mujer en la revolución de la Independencia, porque había muchas mujeres involucradas entre las luchas civiles. Quizá sin ella no se hubiera visibilizado ese rol femenino.

¿Qué características le sorprendieron de la historia de Manuelita?

Fue una mujer de mucha determinación y perseverancia. Después de que murió Bolívar, necesitó mucho valor para continuar, pero al final siempre pudo mantenerse por encima de sus problemas. La otra cosa es su capacidad para formar amistades y relaciones con la gente. Fue gracias a sus amigos que logró sobrevivir. Además, parecen innegables sus actitudes conservadoras, godas; era amiga del orden, en sus cartas dejaba claro su gusto por el gobierno fuerte para evitar el caos. Necesario, decía, en una época de gobiernos débiles.

¿Cómo fue la vida de Manuela después de la muerte de Simón Bolívar?

No hay mucha documentación sobre sus reacciones a la muerte de Bolívar, sólo había algunas leyendas contadas por personas que la conocían, por ejemplo el francés Buzingó, que fue quien contó que ella trató de suicidarse.

Para ella era muy difícil reinventarse, estaba en la pobreza. Incluso, después de la muerte de su esposo, ella estuvo por su cuenta y dependiendo de Bolívar. Al morir el Libertador, ella logró sobrevivir por sus amigos, que le daban crédito y así acumuló una deuda muy importante. Era además un tiempo en el que la plata no circulaba y la gente vivía de créditos. Ella vivió así por muchos años, pero ya al final, cuando llegó a Paita (Perú), vendió sus propiedades allá cerca de Quito. Ella fue capaz de seguir por su relación con Juan José Flores, y con algunas familias importantes de ese pueblo y con otros viejos bolivarianos, como el general peruano Andrés Santacruz.

Por Angélica Gallón Salazar

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