El Magazín Cultural

Los puñetazos de Sylvestre Stallone 

El legendario actor, guionista y director estadounidense, el Rocky y Rambo de toda la vida, fue homenajeado en el Festival de Cannes.

Janina Pérez Arias - Cannes
25 de mayo de 2019 - 07:21 p. m.
Sylvester Stallone, homenajeado en Cannes, y quien admitió que al principio, no sabía qué hacer con Rocky ni para dónde iba la película.  / Cortesía
Sylvester Stallone, homenajeado en Cannes, y quien admitió que al principio, no sabía qué hacer con Rocky ni para dónde iba la película. / Cortesía

En más de cuatro décadas de carrera a Sylvester Stallone lo han aplaudido muchas veces, pero aquella tarde en el Festival de Cannes, fue apoteósico. Con la sala Debussy a tope, y una muchedumbre en las puertas no resignadas a quedarse afuera, al legendario actor, guionista y director estadounidense le cayó la gracia de una sincera ovación de pie.

A Syl le quieren. “Gracias por hacer tan larga mi carrera”, fue lo primero que dijo cuando le extendieron el micrófono después de subir, como sólo él lo sabe hacer, los pocos peldaños del escenario. Una extensa e increíble trayectoria por la que se le homenajea en estos días del festival. 

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Musculoso, camisa de cuadros, jeans, botas de vaquero, 72 años que han dejado surcos en su rostro, aunque como cualquier estrella de Hollywood haya tomado cartas en el asunto. No importa, hasta “eso” se le perdona. Cuesta pensar que Stallone tenía todas las cartas en a favor para ser un fracaso en el cine. Un accidente al momento de su nacimiento le inmovilizó parte del rostro, además a medida que avanzaba en su adolescencia su tono de voz se agravaba hasta el punto de asustar en lugar de embelesar, y para colmo con dificultades para hacerse entender. 

Mejoró su dicción pero su voz seguiría retumbando, y de ello da muestras entre risas. Con sorna recuerda cuando Arnold Schwarzenegger le preguntó por “su acento”. El público estalló en risas y en aplausos con el chiste, pero también por la primera mención de su eterno rival, Schwarzenegger. Recordando las rencillas del pasado que les impidieron trabajar juntos, dice, “ahora somos amigos, porque yo soy mejor que él”, suelta una carcajada.

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Cuando Sylvester Stallone empezó a hacerse un camino como actor, cuenta que en las audiciones no le entendían cuando hablaba, hasta dudaban de que fuera inglés el idioma en el que se expresaba. “Querían a todos menos a mí”, y lanza una retahíla de sonoros nombres de actores predilectos de aquella época, encabezada por Burt Reynolds y Robert Redford. “Podrían escoger hasta a un canguro, pero no a mí”. 

Se burla de su “buena” desdicha, porque fue precisamente gracias a ella que pudo llegar bastante lejos. “Es el fracaso el que te hace inteligente, no el éxito”, suena a frase de coach pero sabe de lo que habla, porque precisamente de sus frustrados intentos surgió Rocky, que alcanzaría colarse entre las películas nominadas al Oscar en 1976, para luego convertirse en una de las referencias cinematográficas en todo el mundo. 

“La vida es una carrera y una lucha”, Sly demuestra que es un hombre de frases que se alojan en la memoria colectiva. Y a lo largo de esta charla que se prolongó durante casi dos horas, dijo tantas frases-lecciones-de-vida entrelazadas con sus anécdotas, como para escribir un libro.

“Con Rocky no sabía muy bien lo que estaba haciendo”, trae a la memoria, “me puse a experimentar, no teníamos presupuesto, la gente trabajó de gratis, los actores usaban su ropa en la película, pero lo grandioso es que resultó una cosa increíble que salió de la nada”.

El boxeo como metáfora de vida fue el puntazo. Era el tiempo en el que una película como Rocky parecía no encajar en el panorama cinematográfico estadounidense. “Tuvimos suerte”, dice Stallone, pero la clave del éxito se encuentra en el hecho de que independientemente del país, Rocky entabló una relación única con el público a nivel mundial, una conexión que, tras seis secuelas y dos de Creed, aún perdura y engancha a las nuevas generaciones. 

“Me criticaron por hacer secuelas”, evoca el tiempo cuando trataba de imponer su visión, y sostiene que si bien algunas historias tienen una sola película, también existen personajes que crecen y pueden ser ampliamente desarrollados. Rocky y Rambo son buenos ejemplos. Sin embargo varias veces algunos productores quisieron que matara a Balboa, mientras que otros no le pusieron fe en John Rambo, aunque confiesa que en algunas oportunidades escribió su muerte, pero “siempre cambié ese final”, aclara.

Con los Rockys entra en detalles. De la primera entrega de la secuela cuenta que la mítica escena de los escalones con la canción Gonna Fly Now (de Bill Conti) surgió por casualidad. “Se nos había acabado el dinero pero aún necesitábamos algo”, relata, “entonces se nos ocurrió lo de subir esas escaleras (del Museo de Arte de Filadelfia), y la primera vez que me puse al pie de las mismas dije, ¡caray, qué alto!”, se ríe y con él toda la sala. Los llamados Rocky steps son todo un fenómeno, reconoce Stallone, quien ha visto a toda clase de gente emular a Balboa. “El hecho de llegar hasta arriba, como Rocky, les da una sensación de logro”, analiza, “es fantástico porque se trata de una acción simbólica, y ¡ese es el poder del cine!”

De Rocky IV (1985) narra que Dolph Lundgren (que hacía de Iván Drago), le mandó a terapia intensiva tras tomarse muy en serio los ensayos de las peleas; y que Cuff y Link, las tortugas del primer Rocky y que ya tienen 44 años, se las quedó y aún viven. “Todos mis amigos han muerto, menos las tortugas”, volvía a reírse de buena gana. 

De muy jovencito, en búsqueda de un modelo a seguir, se fijaría en Kirk Douglas, pero fue el Hércules encarnado por Steve Reeve en 1958, el que le voló la cabeza. “Reeve era el peor actor, pero tenía un cuerpo increíble”. Stallone, cuya musculatura se adivina, cuenta que optó por una transformación corporal, pero estaba consciente de que esos cambios influyen en la personalidad, “te convierten en un narcisista, hasta el punto de querer salir a la calle completamente desnudo”, y reconoce que en su caso su decisión en hacerse de un buen número de músculos no tuvo que ver con la vanidad.

A estas alturas de su vida, después de tantos Rockys, Rambos y otros roles por los que apostó y llevó su cuerpo hasta el límite, se permite otro chiste: “ahora soy casi biónico”. 

A punto de estrenar Rambo: Last Blood (dirigida por Adrian Grunberg), recuerda cuando Ronald Reagan le dijo que había visto Rambo, identificándolo como un valiente republicano. Syl se lleva las manos a la cabeza en señal de vergüenza, mientras el público estalla nuevamente en risas. Y es que Rambo “no tiene nada que ver con política, más bien posteriormente se convirtió en un alegato político”, aclara el personaje creado por David Morrel en el libro First Blood, (publicado en 1972), a pesar de que se trata de un veterano de la Guerra de Vietnam. 

Stallone, quien dice ser un “ateo político”, reconoció en el libro de Morrel una buena historia sobre el aislamiento, pero a la vez la veía algo negativa. “Nadie quería hacer Rambo, muchos lo veían como una idea terrible”, recuerda. Pero una vez más se empecinó, y sometió al emblemático personaje a varios cambios en beneficio tanto de la historia como del mensaje que sería transmitido en vista de los daños psicológicos y suicidios que se registraban en los veteranos del conflicto bélico en Vietnam. En ese sentido para Syl tenía que prevalecer la responsabilidad.

Era una buena tarde para hablar también de los años de las malas decisiones, cuando le falló el olfato. “Hasta mis hijas me pregunta, ¡papá ¿por qué hiciste esas mierdas?!”, se ríe, no quiere echarle la culpa a nadie aunque reconoce que durante varios años encabezó fracasos de taquilla y filmes bastante irregulares que más vale arrojarlos al pozo del olvido. 

Con la audiencia cautivada, Sylvester Stallone narra de cómo se le ocurrió la trilogía de Los Indestructibles, cuya cuarta entrega ya está anunciada, al asistir a un concierto de un grupo de antaño, y se planteó lo que pasaría si juntara en una película a “los favoritos de la infancia”. Con la marca de los 70 rebasada, en relación los héroes del pasado lo tiene claro, “cuando eres un viejo que has hecho cine de acción, no pretendas ser un jovencito”, se ríe.

A Sylvestre Stallone aún le florecen las ideas, se mantiene en activo, pero dejar un legado no lo ha sometido a reflexión. En aquella tarde, cuando se dejó querer en Cannes, repitió tres veces como un mantra:  “nunca dejes de dar puñetazos”,  y es que “de eso se trata la vida, porque no tienes nada que demostrar, sino mucho por hacer”. 

Por Janina Pérez Arias - Cannes

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