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Los trazos de un vándalo profesional

Todos lo han visto, pero nadie sabe quién es. Lo cierto es que Banksy se ha convertido en uno de los grandes referentes del arte callejero.

Viviana Londoño
28 de febrero de 2011 - 09:58 p. m.

Que Banksy, el grafitero anónimo más polémico del mundo, sea noticia, no es una sorpresa. Pero esta vez ninguno de sus dibujos —ni el beso de dos policías o la Monalisa cargada con una bazuca— fue el motivo. Su primera película, Exit through the gift shop (Salga por la tienda de regalos), que recrea historias del arte callejero, estuvo nominada al Oscar en la categoría mejor documental. Y aunque no recibió el galardón, su nominación se suma a la lista de controversias que rodean al artista. De banksy se conoce poco. Se dice que tiene 35 años, que nació en Bristol, Inglaterra, y que su nombre real es Robin Gunningham. Lo demás son tan solo rumores. La única certeza es que la calle es su lienzo favorito y que su estilo es la crítica irreverente en contra de los desastres y la injusticia de lo humano.

Banksy es cultivo de todo tipo de polémicas. Muchos cuestionan si detrás de sus dibujos se esconde un activista comprometido contra el sistema o simplemente un manipulador que conoce a la perfección las tácticas de la publicidad. No se equivocan en dudar. En la noche, el silencioso, el escurridizo banksy gasta latas de aerosol en sugestivos mensajes. En la mañana llega un millonario y paga por el muro 300 mil euros. Los íconos del sistema que critica, hoy ovacionan su trabajo y pelean por tener cualquiera de sus creaciones. Vaya paradoja la que has construido, querido Banksy. No es gratuito que en la casa de Angelina Jolie y Keanu Reeves, entre otros famosos, haya alguna de las creaciones de este artista callejero.

Sin embargo, es posible que se equivoquen. Y esa sospecha hace aún más llamativa la obra. La marca de Banksy es la ironía y la burla constante. Sus manifiestos, en alto contraste, llenos de símbolos y nuevos significados, sorprenden a los transeúntes y encolerizan a los más conservadores.

Banksy sabe mantener la distancia con su obra, descubrió cómo trascender el arte efímero de las calles, hacerse invisible mientras crea y desaparecer ante la mirada impotente de los guardias. Tal vez por eso sus admiradores le perdonen que hasta ahora no les haya dado nunca la cara. Saben que su placer también está en la huida clandestina, en burlar la ley. Por eso, él mismo se define como un “vándalo profesional”.

 Sus grafitis, logrados con la técnica del stencil, empezaron a ser reconocidos en 2000, cuando las calles de Bristol se llenaron con su firma. Después la fama creció. Los dibujos, todavía frescos, aparecían en los amaneceres en las calles de Londres, Los Ángeles o Barcelona. En 2005 el enigmático Banksy llegó cargado con plantillas y aerosoles a la Franja de Gaza. Entonces, en un comunicado al diario El País de España, expresó: “Me pareció excitante transformar la estructura más degradante del planeta en la galería más grande del mundo, para fomentar el libre discurso y el mal arte”. Una niña volando con globos de helio hacia el lado opuesto del muro que separa a Israel de Palestina y una ventana con un paisaje de fondo fueron algunos de los sellos que dejó en el lugar.

A sus seguidores les contó a través de su página web que un anciano le había dicho que embellecía el muro. Banksy sonrió agradecido. El anciano continuó: “No queremos que sea bonito. Odiamos este muro. Váyase a casa”.

Ese mismo año logró ingresar al Museo Británico sin que nadie lo notase una pieza prehistórica con un hombre de las cavernas llevando un carro de supermercado. En el Museo de Historia Natural de Nueva York colgó un escarabajo gigante al que cuatro misiles le reemplazan las alas. El equipo de seguridad tardó tres días para enterarse de la aparición de las obras. Al respecto, dijo: “Mis obras merecían estar allí y no había por qué esperar”.

Paris Hilton tampoco tiene buenos recuerdos de él. Durante el lanzamiento de uno de sus discos en Inglaterra, el callejero intervino 500 vallas de la portada, cambiando su rostro por una cabeza de chihuahua. No sería extraño que la misma Hilton compre alguna de sus obras dentro de poco.

Cuatro años atrás, un hombre recogió un pedazo de pizza botada por Banksy en una caneca de Los Ángeles y la subastó en la Red en 102 dólares. Aseguraba que allí podría estar el ADN del grafitero.

Sin embargo, el enigma continúa. El domingo, miles de seguidores esperaban que Banksy ganara el Oscar sólo para verlo. Pero Exit through the gift shop (Salga por la tienda de regalos) no fue el mejor documental para la Academia. Las preguntas en torno a él y a su obra cada vez son más. ¿Serían igual de valiosos sus grafitis si supiéramos quién es Banksy? ¿Estará condenado a esconder su rostro por siempre?

Por Viviana Londoño

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