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Los viajes que uno tras otro son la vida

Sobre los viajes de García Márquez y cómo éstos influenciaron en lo que fue y lo que se queda en nosotros del nobel.

Nicolás Pernett
22 de abril de 2015 - 02:53 a. m.
Los viajes que uno tras otro son la vida

La vida de Gabriel García Márquez estuvo signada por los viajes. Viajes para estudiar, para conocer, para trabajar como periodista, para defender los derechos humanos o para hacer cine. Pero siempre, siempre, viajes que se tradujeron en escritura. Su propio nacimiento fue producto de una migración, la de sus abuelos desde la Guajira hasta el Magdalena, que a comienzos del siglo XX vivía el esplendor verde de la industria del banano. Su infancia idílica en Aracataca, donde conoció el mundo de la mano de su abuelo y aprendió la fantasía de las narraciones de su abuela, terminó con el viaje de su familia a Sucre y el suyo a estudiar a Barranquilla, y después a la lejana Bogotá.

El joven se enfrentó entonces a un mundo desconocido en el que no había mujeres en la calle y en el que el frío de la madrugada ambientaba pesadillas. En la soledad del páramo se refugió en la lectura, y su deambular por tierra extraña lo llevó también a conocer los laberintos mentales de Franz Kafka y, después, las planicies del condado de Yoknapatawpha de William Faulkner y la Comala de Juan Rulfo. Si la casa de su infancia había desaparecido para siempre, García Márquez encontró en la literatura la posibilidad de reconstruirla en un viaje de letras que lo llevaría hasta Macondo.

Luego vinieron los viajes por Colombia como reportero de El Espectador. En ellos García Márquez conoció el país que le tocó en suerte: escribió sobre el Chocó que el país desconocía, sobre las tragedias que azotaron a Medellín en 1954 y sobre un náufrago que, como él, había afrontado con perseverancia e imaginación la errancia en un bote a la deriva. También como enviado del diario bogotano conoció Europa, donde estudió cine, esa pantalla de sueños con la que voló de niño como si de una alfombra mágica se tratara, y en donde decidió quedarse, después de hacerse reembolsar el pasaje de regreso, para flotar en un mar de palabras con su máquina de escribir como única brújula y salvavidas.

Como todos los grandes marcados por la fortuna, Gabriel García Márquez estuvo en el momento indicado y en el lugar preciso para vivir los momentos cruciales de la historia. Estuvo en Bogotá el 9 de abril de 1948, atestiguó los primeros años del Frente Nacional en Colombia, presenció la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, estuvo presente en los juicios que la triunfante Revolución cubana hizo en La Habana en 1959, vivió los últimos años del régimen de Francisco Franco en España y sintió en carne propia la gélida tensión de la Guerra Fría en Nueva York. Finalmente, sus aventuras, que además contaron con la compañía de su esposa Mercedes Barcha, desembocaron en México, país que lo acogió como a un hijo y en donde se sentó a escribir Cien años de soledad, representación literaria del viaje histórico de una familia y de todo un país.

Después del éxito vinieron los viajes por todo el mundo, ahora con la fama como un pesado equipaje que debía arrostrar como una indeleble cruz de ceniza. Pero si la atención del mundo se posó sobre García Márquez, éste la aprovecharía para hacer visibles las urgencias humanitarias de su América Latina. Viajó entonces para defender los derechos humanos en el continente, para liberar presos políticos, para oponerse a dictaduras y para conspirar en favor de la paz de su amada Colombia, a la que nunca abandonó a pesar de no vivir en ella.

En cualquier lugar del mundo en que estuviera, Gabriel García Márquez siempre tuvo también un pie en su patria grande, el Caribe, al que volvía recurrentemente a encontrarse con el olor de la guayaba. Allí impulsó sus fundaciones para el cine y el periodismo y entre las murallas de Cartagena y las calles de Barranquilla cobraron vida los personajes de sus últimas obras.

Como en el cuento de Alejo Carpentier, García Márquez emprendió en sus últimos años su propio viaje a la semilla y fue volviendo paulatinamente a los sueños de su infancia y a las calles de Aracataca, a la que regresó en hombros del amor de sus paisanos en 2007. En 2015, un año después de su viaje definitivo, en el Pabellón Macondo de la Feria Internacional del Libro de Bogotá se presentará una exposición especial para que el público también viaje por este mundo y por el otro de la mano de Gabriel, el viajero.

Por Nicolás Pernett

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