El Magazín Cultural

Maicol (Cuento)

¡Que felicidad! Es 1984 otra vez. Mi cuarto permanece intacto. Mis zapatos de charol siguen en su sitio. El póster de Michael que mi hermana Kelly me envío desde New Jersey sigue colgando de la pared, pero ya no me da miedo como hace un año cuando llegó enrollado con un lazo negro junto al disco de Thriller. Ya no me asusta. Tengo diez años, soy grande. 

John Templanza Better
24 de junio de 2019 - 10:00 p. m.
Cortesía
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¡Sí! Tengo diez años nuevamente y soy el chico más afortunado de mi cuadra. Somos los únicos kilómetros a la redonda que tenemos un tocadiscos que suena como una estampida de búfalos salvajes. 

Qué bellos son los domingos en mi casa, mis abuelos se van a misa temprano y mi mamá se levanta siempre de buen humor cantando baladas desde el patio. 

Soy el mejor bailarín de todos los chicos por aquí cerca. El único que me hace la competencia firme es el Donovan que se ha aprendido casi todos los pasos de baile de Michael, su “moonwalk” es muy bueno, además que el Donovan es negro y le luce. Pero él no tiene el disco y le toca esperar que lo pongan en la radio o venir a mi casa los domingos para ensayar los pasos. 

Hoy vamos a practicar duro porque la otra semana hay acto cívico en el colegio y nos queremos lucir con la presentación del grupo. Nos conocen como “Los Maicols”, es que no hay fanes como nosotros. 

-¡Ahí llegó  el Donovan!

-Mira este pase-me dice el negro de una.

No he puesto el LP todavía, pero estoy seguro que ese pase que hace el negro es para Billie Jean, lo sé por el movimiento de sus caderas y las muecas que hace con la boca. 

-Ahora, mira este giro-dice.

-¡Un triple giro! Este Donovan es la verga.

Vamos a poner el disco a ver que sale, le propongo. Saco el LP con todo cuidado de su caja. En la carátula Michael lleva puesto un traje blanco entero con una camisa negra bajo la chaqueta. Su pelo ensortijado le cae levemente en pequeños rizos sobre la frente, tiene una mirada como diciéndote: “soy el mejor de todos, ni siquiera lo intentes”.

-Aja, ¿con cuál empezamos?- pregunta Donovan.

-De una con Billie Jean-le respondo.

Saco el vinilo con mucho cuidado y lo coloco en el tornamesa. Empieza a girar lentamente. El beat de Billie Jean inicia golpeando duro, haciendo temblar las persianas de la ventana. Esta canción tiene poderes sobrenaturales. Nuestros hombros empiezan a moverse involuntariamente. El piso se vuelve un tablero luminoso de ajedrez donde empezamos a bailar poseídos por el mismísimo diablo. El cuerpo de Donovan es un resorte que se tensa y vibra, yo trato de seguirlo pero el negro tiene la música en la sangre.  Ahí viene el coro: uno, dos, tres, ¡giro! Uno, dos, tres: ¡A caminar en la luna! 

¡Dios! El piso se mueve, se está moviendo. No, no, es la música en nuestros pies. Donovan saca un guante de su bolsillo y se lo pone. Se acerca a mí, desafiante. Yo le sigo el juego. Somos dos pandilleros del Brooklyn disputándose navaja en mano el amor de Billie Jean.

-Ella es mía- dice el negro.

-Ni lo pienses, men- le contesto con un triple giro y remato agarrándome las bolas.

-¡Uhh! Esto sí es música.

-Bailemos Donovan. Sígamos girando y que esta hermosa canción no termine. ¡Vamos! Apenas es 1984. Nada va evitar que el disco termine de girar esta mañana de domingo.

-¿De dónde sacaste ese sombrero?

-¿Y tú, esas gafas negras?

-No sé, es la música solo eso.

Un filoso scratch nos perfora los oídos de golpe.

-¡Hijueputa! Se partió la aguja- dijo Donovan

-(…)

-Ey, mariquita, que se partió la aguja, pero no importa, yo puedo seguir bailando sin música.

-(…)

-¿Me oyes? !Ey! ¡Mírame! Sigo bailando. ¡Mírame! No llores mariquita. ¡Mírame! Puedo hacerlo sin música. ¡Mírame! Podemos seguir bailando, seguro que podemos.

Michael Joseph Jackson también podía seguir bailando sin música. Esa tarde hace más de veinticinco años el disco se detuvo, pero el chico de Indiana siguió bailando durante años mientras nosotros paulatinamente íbamos olvidando como hacerlo. Envejecíamos sin remedio y Michael cada día era más joven, más niño. 

Donovan también dejó de bailar, un par de balas detuvieron sus mágicos pies: “You know I'm bad, I'm bad come on, you know You know I'm bad, I'm bad come on, you know”. Estaba escrito. Cierro los ojos y los abro, que felicidad es 1984 nuevamente.

Por John Templanza Better

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