El Magazín Cultural

Malmiradas

¿Puede una mujer vestir de manera libre y salir a la calle en nuestro presente?

Vanessa Rosales A @vanessarosales_
15 de julio de 2018 - 06:21 p. m.
Cortesía
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Querido hombre, cuando adviertes a una mujer atractiva, ¿cómo la miras?  

Apreciarás sus rasgos y sus formas. Sentirás un flechazo de momentánea complacencia. A tus ojos se irán aquellos relámpagos de percepción. El instante pasará, tal vez, y retomarás la conversación con tus amigos o colegas, regresarás al periódico que lees, te restaurarás a la realidad de tu pareja, de tu trabajo, de lo que te rodea.

Mirar, ese acto de poner nuestros ojos sobre algo en la realidad, no consiste únicamente en una habilidad sensorial. La forma cómo vemos las cosas está cargada de temas que no tienen que ver con superficies. La forma en que miramos tiene que ver también con la experiencia de lo que creemos nos es posible.

Un viejo adagio, por ejemplo, dicta que la mirada masculina es activa. Las palabras salen de los setenta, de la voz de John Berger y dice, “los hombres miran a las mujeres, las mujeres se miran a sí mismas mientras son vistas”. La mirada femenina, en cambio, es dual, se supone que es distinta. Mira, se mira a sí misma y es consciente de ambas cosas de manera simultánea. ¿Son distintas las relaciones que tienen hombres y mujeres con el prospecto de ser imagen para alguien más, con las formas en que tienen derecho o libertad para mirar?

A las mujeres les enseñamos desde pequeñas que deben ser agradables para la vista. En cambio el paisaje visual masculino (hagan el ejercicio la próxima vez que estén en un espacio concurrido, como un aeropuerto, por ejemplo) señala que tener una estética cuidada o rica no siempre coincide con los patrones del comportamiento varonil.

Y, querido hombre, no es infrecuente que hayas aprendido a que es tu derecho el poder mirar con indulgente placer a cualquier imagen que te genera complacencia; a que está en tu naturaleza expresar sin disimulo una ráfaga momentánea de lo que puede ser deseo.

Pero ahora, antes de brincar a señalar que esto aquí se trata de la supresión, de la condena del deseo; antes de inferir, visceralmente, de que esto aquí es un señalamiento más de esa fuerza obscura llamada feminismo que parece querer destruir el orden agradable y “natural” de las cosas, permíteme aclarar.

Queremos el deseo vivo. Pero esto se trata de la forma en que ese deseo es dirigido, la forma en que pasa por la mirada, en si te has preguntado cómo se puede sentir, con tu mirada, la mujer a la que miras. Porque mirar no es sólo ponerle los ojos a una forma femenina - mirar implica también pensar cómo valoras lo que tienes a la vista.

Ah, sin duda, la biología. El cerebro masculino dispone de ciertos atributos que generan una mirada más directa y frontal ante la imagen de una mujer atractiva. Pero también eres, querido hombre, el resultado de algo menos primario que las pulsaciones de tu biología; eres la suma de creencias que se habilitan con el sentido de libertad con el que se inscribe en ti desde niño. Y ahora, cuando estás allí, sentado con tus amigos, en un restaurante o en un bar, varón hipermoderno, habitante de la contemporaneidad, también es cierto que puedes inspeccionar a una mujer como un trozo de algo apetitoso, una cosa sabrosa que puedes devorar con tu lujuria desinhibida. Deberíamos sentirnos halagadas, ¿no es así?

Las mujeres quieren sentirse deseadas, sí, pero hay algo sobre ciertos patrones del deseo masculino que siembran dolor y heridas. Porque revelan, en el fondo, que la fuerza activa está sólo en ti. Que puedes desplegar un deseo que está basado en dominar y no en ver en la mujer un individuo sino un objeto para tus apetitos. Y es verdad, muchas veces no eres consciente de que esto es así. Pero aquí están, todas esas mujeres expresando dolor ante la forma en que reciben, muchas veces, ese deseo masculino.

¿Y qué conexiones hay entre todo esto y la forma cómo las mujeres van vestidas? Pregunta a las de tu vida. ¿Es cómodo para ellas andar por ahí con ciertas prendas, vestidas de modo peculiar? Si una mujer lleva algo en particular, si muestra las piernas, si asoma su pecho en la silueta que la viste, ¿cómo la miras?

Es que el asunto va más allá. No es infrecuente que hayas aprendido, además, que todo lo que hacen las mujeres está pensado para gravitar en torno a ti. Es común que como varón hayas aprendido a percibir lo femenino como una fuerza empapada siempre de cierto grado de culpabilidad. Has aprendido también que la vestimenta femenina está pensada en suscitar tus deseos y tus pulsaciones. Y muchas, muchas veces no es así.

Hay algo atrás, muy atrás, en el por qué a las mujeres que se visten de cierto modo, o a las mujeres en general se les mira de cierta manera en el espacio que todos compartimos. Porque has aprendido, hombre querido, que la mujer es una criatura culpable y que tú, - pese a ser el que históricamente ha tenido un mirar “activo”-, sólo actúas con base en lo que, pobre de ti, ella hace ante ti; no puedes resistir tus impulsos, quién las manda a provocar al ir así vestidas.

Te han enseñado a mirar mal todo lo que es femenino. No, apreciar la belleza a través de una lujuria hiriente no es mirar con aprecio lo femenino. Y muchas mujeres no sienten halago sino herida. Pregúntales por qué a las mujeres que ocupan tu vida.

Vanessarosales.a@gmail.com

 

 

Por Vanessa Rosales A @vanessarosales_

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