El Magazín Cultural
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Manos milagrosas para tomarse el Petronio Álvarez

Lucía Solís es una bonaverense que representa la sabiduría ancestral del Pacífico colombiano.

Lina María Álvarez*
13 de agosto de 2016 - 02:00 a. m.
Lucía Solís con algunos de los productos que elabora con sus plantas milagrosas y su sabiduría.  / Daniel Jaramillo
Lucía Solís con algunos de los productos que elabora con sus plantas milagrosas y su sabiduría. / Daniel Jaramillo

“La naturaleza es un mundo dentro de otro mundo. Aunque siempre la utilizamos, a veces la ignoramos y no vemos sus maravillas”, dice Lucía Solís mientras se toma una copa de vino de naidí. Los que la conocen aseguran que sus manos son mágicas y que a través de sus menjurjes, a base de plantas nativas, es capaz de curar problemas de azúcar, presión, colon e infertilidad.

El conocimiento llegó a su vida gracias a su tía Marta. Desde los siete años, al ver que Lucía se interesaba tanto por el aprendizaje de la medicina tradicional, Marta decidió que ella sería la próxima de la familia en perpetuar la tradición. “Yo era muy chiquita y no entendía bien. Mi tía me levantaba a las 5:00 a.m. y me llevaba al monte con los ojos tapados. Me ponía a oler las plantas, a tocarlas y a que las reconociera. Le preguntaba que por qué, que yo quería ver dónde es que me metía. Ella decía que así, si algún día me quedaba ciega, podría seguir ayudando a los demás, haciendo milagros”, cuenta la matrona.

De la región Pacífica todos los días brotan pequeños milagros. Las manos de sus mujeres tienen la capacidad de multiplicar la comida sobre la mesa, traer vida al mundo sin necesidad de un médico y explicarle, como quien le enseña a un niño a hablar, para qué sirve cada planta, cada fruta. En lugares a donde a veces no llegan los servicios, ellas son fuente de una sabiduría singular.

El vino de naidí, el multivitamínico, la tomaseca diversión y el coctel de cocina son sólo algunas de las bebidas que doña Lucía expone en el stand número 20 de la segunda carpa de comidas en el Festival Petronio Álvarez. “La gente me pregunta por el viche, el arrechón, las cremas tradicionales, y yo les explico que esto va mucho más allá. Con la tomaseca diversión, por ejemplo, usted se la goza, pero también se cura tomando”, explica.

Lo especial de los productos que vende bajo la marca Semillas de Vida no sólo son sus nombres, ni los particulares colores que exhibe en sus envases. La magia viene desde su preparación. La hora, la luna, el clima y el humor de las plantas son algunos de los detalles que tiene en cuenta al elaborar una bebida, reconociendo su gran responsabilidad.

“Estas plantas no son cogidas en luna sino en menguante. No se agarran en la noche, sino a una hora determinada, cuando ellas van despertando frescas, con vitalidad, cuando los nutrientes de la raíz pasan a las hojas. Usted no puede coger una planta cuando está dormida porque ellas se ponen de mal humor, así como nosotros. Si a usted lo despiertan halándole los pies a la medianoche, le da malgenio, y ellas sienten, porque están vivas. Si usted la arranca bruscamente, las propiedades se estropean”, dice doña Lucía, quien explica que el proceso de fermentación es el más importante.

Después de la escogencia de las plantas, teniendo en cuenta sus bondades medicinales, las fermenta dentro de un vientre de madera que debe estar en una oscuridad total. “Mi abuela decía que esto es un pusandao de plantas, porque son distintas clases en una sola fermentación. Es un proceso que llamamos levitación, que se puede realizar en estas vainas especiales que hacemos o enterrando las bebidas en la tierra”.

Procesos especiales que aseguran resultados. Que lo diga Miguel Ángel, su hijo de ocho años, que nació después de que Lucía fuera paciente de una histerectomía abdominal que le extirpó la matriz. “Mi hija no podía quedar embarazada porque el médico le había dicho que tenía los ovarios llenos de quistes y yo le dije: ‘Mija, tranquila que yo la ayudo’. Le hice su remedio y con sólo probarlo me hicieron otro gol a mí. Quedé embarazada de trillizos, pero sólo salvaron a uno”.

Dice que las bebidas tradicionales son de sumo cuidado, porque sus ingredientes aumentan la fertilidad: “Si una persona que tiene las defensas bajitas se toma un coctel de cocina, tiene que ponerse doble gorrito si no quiere una sorpresa”.

Muchos de los testimonios de los milagros de sus manos están escritos en un cuaderno que exhibe orgullosa y al cual el incrédulo puede acercarse a consultar: “Si no me cree, lea, o si no, búsqueme en Facebook como Lucía Solís, una que sale con la cara pintada. Ahí la gente me escribe maravillas sobre lo que han logrado. Eso me hace feliz”.

Personajes como Lucía Solís abundan en el Festival Petronio Álvarez. Un espacio donde la sabiduría popular viaja a la ciudad para tomársela durante cinco días. Donde la música, los sabores, los colores y, sobre todo, la cultura del Pacífico son los protagonistas.

Aquí la gente que trabaja por cultivar sus raíces y reivindicar su color toma las lecciones más importantes de la escuela de la vida: “Aquí uno aprende de todo. De la naturaleza comprendí que no es cuántas veces uno se cae, sino cuántas veces se levanta. Hay un grupo de plantas que yo llamo las ‘luchadoras’; son esas que tú cortas, tiras por ahí y luego ves la hojita que está pullando. Así somos nosotros, luchando todos los días”.

Aún no sabe quién será el vocero de la próxima generación, el heredero de su conocimiento. De sus cinco hijos, Héctor Manuel es el más interesado. Si le preguntan a Héctor por una palabra que defina a Lucía, no lo duda un solo segundo, no se detiene a pensar: “Mi mamá es tradición”.

* Reportera del Diario del Petronio.

Por Lina María Álvarez*

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