El Magazín Cultural

Mario Mendoza: “El problema de Colombia es la estratificación”

Entrevista con el autor de 'Akelarre', una novela protagonizada por el detective Frank Molina, su personaje fetiche que se enfrenta a una serie de homicidios que lo conducirán a una trampa sin retorno.

Redacción Cromos
27 de junio de 2019 - 09:53 p. m.
También es autor de las novelas 'Cobro de sangre', 'La ciudad de los umbrales' y 'Relato de un asesino', entre otras. / Editorial Planeta
También es autor de las novelas 'Cobro de sangre', 'La ciudad de los umbrales' y 'Relato de un asesino', entre otras. / Editorial Planeta

Akelarre es una historia que, si tuviera un color, podría decir que es color estatua de rascacielos.

 Uno no puede pensar en el gótico sin la Londres del siglo XVIII y XIX, la ciudad posterior a la revolución industrial. Esa ciudad es la de Víctor Frankenstein, de los primeros opiómanos, de Thomas de Quincey, que empieza a probar las sustancias que van llegando de oriente. El gótico es inseparable del movimiento espiritista, de los médiums que surgen a mediados del siglo XIX. Es impensable el gótico sin el Doctor Jekyll y Mister Hyde, una novela escrita a partir de un sueño de R. L Stevenson.

 

En vez de Londres hoy el gótico está en Bogotá.

A lo largo del siglo XX el arquetipo cambia a Nueva York, una ciudad que suma muchas ciudades. El Barrio Chino, el Barrio Latino, Little Italy. Finalizando el siglo, el arquetipo migra a la ciudad tercermundista. Si estás conectado al vértigo contemporáneo, se te ocurre irte para Bankok, Ciudad de México, Lima, Bogotá, Río de Janeiro. El arquetipo contemporáneo es el trópico. ¿Cómo definir esa ciudad?, esa es la pregunta. Es muy jodido responderla porque tienes que descender a las capas urbanas, atravesar una geología para poder entenderla.

 

Bogotá resume muchos lugares a la vez, además puede ser muy fría o muy tropical.

Un desplazamiento físico en Bogotá es un desplazamiento temporal. Te mueves en el tiempo y en el espacio. Eso es difícil de entender para una persona que viene del glamuroso primer mundo. Cuando salimos de la Caracas con la Jiménez y nos movemos a la Iglesia del Voto Nacional o cerca del antiguo cartucho, decimos "me desplacé cuatro cuadras". No funciona así, si nos movemos entramos a una puerta interdimensional, se abre un intersticio en lo real y entramos a otro tiempo, a otra época, de pronto hay tipos barbados haciendo fuego debajo de un puente, con garrotes en la mano. Son nómadas, no hay dónde mandarles un recibo de la luz, no tienen cédula, viven en carros de madera, duermen donde les coja la noche, andan con jaurías. Los sociólogos le llaman a eso factor de prehistoria urbana, se abre un hueco y entramos al pasado.

 

Usted estuvo en esos intersticios.

Fui un estudiante de colegio privado, con todos los beneficios de una clase media ilustrada, pero los perdí a los 18 años porque me echaron de casa. Empecé un peregrinaje por el centro y el sur.

 

¿De qué le sirvió como artista cambiar de clase social?

Lo primero que le recomendaría a un joven artista es desclasarse, le diría que salga de su clase, en Colombia hay un problema muy grande y es la estratificación, te enseñan a creer que relacionarte bien es escalar. A tus amigos y a tus afectos los eliges en tu mismo estrato o hacia arriba, si yo te pregunto por la democracia, me vas a decir "todos somos iguales", y te voy a ver la vida privada y seguramente eliges en tu estrato social a todas tus novias, a todas tus mujeres, a todas tus amantes en tu misma clase social o hacia arriba, hacia abajo no te relacionas porque reproduces el esquema que has aprendido de niño. Nosotros no nos mezclamos, ese es el origen de la violencia. 

 

Tenía un bisabuelo blanco, al que sus papás dejaron sin herencia por enamorarse de una mujer afro.

Una vez busqué gente joven de universidad privada, de los Andes o de la Javeriana que tuviera sus afectos en el estrato uno. Alguien de Santa Bárbara o Chapinero Alto que se enamorara de la empacadora de Carulla, porque eso es lo que le enseña a uno el amor, a ir más allá de las fronteras. Busqué a alguien que se hubiera enamorado de una stripper que vive en Ciudad Bolívar. Y no encontré a nadie. En el discurso todo el mundo es democrático, por eso no hay que fijarse en él, es necesario ver las vidas de las personas,  los hechos, ver lo que hacen, lo que importa es lo que hacen. 

 

Un mensaje para los jóvenes.

Confío en los jóvenes, pongo mi fe en ellos, en la feria del libro no damos abasto, los sardinos y sardinas están en pie de lucha porque se sienten agotados de lo mismo de siempre. Las redes sociales nos han enseñado algo terrible: el exceso del yo. El yo pesa mucho, es espantoso, cargarlo es terrible. La lectura te ayuda a ser otros, a habitar otras vidas.   

 

Por Redacción Cromos

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