El Magazín Cultural

Martín Caparrós: "Antes de que Borges se convirtiera en lo que fue, era una especie de gordito torpe"

El escritor y periodista argentino habló sobre el rol del autor en su novela, el fútbol como espectáculo y el periodismo contemporáneo. Entre tantas cosas, dijo que el periodista que se dedica a los clics, "va a producir basura que va a ser olvidada como se olvida la basura".

Laura Camila Arévalo Domínguez- @lauracamilaad
29 de abril de 2019 - 12:28 a. m.
Martín Caparrós, invitado a la Feria del Libro de Bogotá, presenta su más reciente novela, "Todo por la patria".  / Óscar Pérez
Martín Caparrós, invitado a la Feria del Libro de Bogotá, presenta su más reciente novela, "Todo por la patria". / Óscar Pérez

En la novela Todo por la patria, don Manuel Cuitiño, el vicepresidente segundo del “glorioso” Club Atlético River Plate se dedica a los temas del football, como él dice, por patriota. Se esfuerza en explicar que, para que la gente no acabe con el país, hay que tenerlos distraídos con algo. “Por eso me sacrifico: por la patria. El football es mi deber, mi batalla de Tucumán, mi vuelta de obligado”.

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En esta historia todo se inicia con la desaparición de Bernabé Ferreyra, un jugador de River que en los años 30 decidió irse del equipo. Dijo que si no le pagaban más dinero, no volvía, y las consecuencias de esta decisión no solo afectaron a los seguidores y las finanzas del equipo, sino también a un grupo de personas que, aunque no tienen que ver con el juego, están cerca Y se ven tocadas, untadas, incluidas. Y se narra entonces la oscuridad del fútbol, la que ya conocemos, la que sigue gestándose detrás del espectáculo, la entretención o la farsa. Para Martín Caparrós el fútbol no es mejor ni peor que otras entretenciones, es una más que no se salvó de la corrupción tan común, tan presente, tan cínica. “No estoy a favor ni en contra del fútbol, siempre me sorprende que si el fútbol no existiera, nadie lo extrañaría. Nadie diría: ‘cómo es que no existe algo en lo que 11 muchachos corren detrás de un balón’. No tendría sentido. En el fútbol hay trampas, pero en el resto de escenarios también”.

A Caparrós la noticia de la desaparición de Ferreyra se le cruzó cuando ya había decidido que quería escribir sobre la Buenos Aires de la “época dorada”, como muchos la recuerdan, una nostalgia que no comprende muy bien, ya que, según él, no se distancia de la caótica capital argentina de la actualidad.

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El escritor, vestido completamente de negro, se queda pensando cuando le digo que, a pesar de que es inevitable leer su libro en argentino, con su acento, con las docenas de facturas, el dulce de leche, las tardes de mate, y los tangos de Piazzolla, no sentí tanta distancia entre su país y Colombia. En repetidas ocasiones, Caparrós ha definido a la Argentina como la “calesita”: siempre yendo en círculos. Así que le digo que aquí también, que aquí nos encanta retornar al punto de partida y que muchas veces no podemos ni despegar. ¿Cuál sería nuestra diferencia entonces?, le pregunto, y me dice: “La diferencia entre un colombiano y un argentino es que, seguramente, un compatriota tuyo no te habría dicho lo incómoda que está esta silla. No te habría dicho nada”, y se intenta acomodar en un sofá enorme que tiene más pinta de cama que de sofá, del hotel en el que se hospeda. Caparrós intenta sentarse bien una, dos y hasta tres veces, pero nada. “Es un lugar imposible”, me insiste. Después retoma la pregunta: “uno se entretiene tratando de encontrar algún rasgo generalizable, pero, usualmente, son bobadas. En última instancia, cuando estás uno a uno, cuando empiezas a conocer más a alguien, deja de ser un colombiano, un argentino, un este o uno otro. Es esa persona que tiene una serie de características personales. Cuando no los conoces les adjudicas ciertos rasgos generales, producto básicamente de la ignorancia y de la pereza por la cual trabaja con conceptos generales, vagos, superficiales. Son personas”.

El protagonista del libro es el pibe Rivarola, un desempleado, un desocupado, uno de esos tipos que no terminan nada porque tampoco hay algo que les interese mucho. Él se encargará de la búsqueda de Ferreyra. Rivarola, durante su investigación, se encuentra con un joven y fracasado poeta: Jorge Luis Borges.

“Esto es Borges, antes de ser Borges, antes de haber empezado a escribir como él, cuando solo era un poeta pretencioso, más o menos malo, cuyos textos de esa época él mismo desdeñó años más tarde”, me dice Caparrós, que mientras habla se forma con la punta de los dedos las curvas de su bigote. ¿Esta es una de sus formas de regresar a Borges?, le dije, y me respondió que sí, que fue una forma torcida de darles un consuelo a los imbéciles que lo miran desde muy abajo (se incluye). “Antes de que se convirtiera en lo que fue, era una especie de gordito torpe que nunca consiguió tener buenas relaciones con las mujeres que deseaba. En este caso me pareció simpático poner esto en escena”.

Solo teníamos 20 minutos, así que dividí el tiempo para intentar alcanzar a preguntarle por el periodismo. Se reía y me decía que seguro no iba a alcanzar porque le hacía preguntas muy largas.

¿Y usted qué opina de la popularización de la denuncia? Ahora en redes es muy fácil hacerlo y a los periodistas muchas veces se nos van las luces intentando exponer a los que están en contra de nuestra causa 

Estoy de acuerdo. A mí nunca me interesaron ese tipo de trabajos periodísticos que consiste en cargarse al ministro. Hay periodistas que se hacen marcas en la culata con cuántos funcionarios se cargaron. A mí eso me parece menor. El periodismo que a mí me gusta es el que trata de hacer sentido con lo que ya vemos, no el que trata de mostrar lo que no vimos, porque cuando vas a mostrar lo que no vimos, siempre vas a buscar el mismo tipo de cosa.

Usted dice que para hacer periodismo hay que “sacarse de uno mismo para mirar al otro”. ¿No cree que esta reproducción de contenido inocuo y liviano se aleja mucho de entender realmente al público? Se habla de rating, cifras, mediciones y clics, y en pro de estas metas se prioriza lo que “más fácil se consume” y no lo que podría sumarle algo al que recibe la información…

Le diría que se joda al periodista que me hable de eso. No va a ir muy lejos. Va a producir basura que va a ser olvidada como se olvida la basura. Algunos intentamos hacer otras cosas. Suena feo, pero a mí me da mucho orgullo ver que notas que escribí hace 30 años se siguen leyendo. Puede ser una tontería, pero en ese momento no las leyeron 1.000 millones de personas.

Usted, por ejemplo, tuvo a los viejos, a los convencidos cerca. Le hablo de, por ejemplo, su jefe cuando se inició en el periodismo: Rodolfo Walsh, o el momento en el que casi todos los jóvenes militaban por una causa. Le hablo de la época de las revoluciones, las dictaduras, las redacciones sin tanto bombardeo de la publicidad, los clics y las mediciones…

Sí (suspira). Es largo y complicado. Esta es una época en la que no hay un proyecto de futuro demasiado claro. Cuando era chico, tenías la ventaja de que si tú pensabas que esta sociedad no estaba bien, tenías un modelo ya armado al cual sumarte para tratar de construir una distinta. Ahora no hay, no existen esos modelos. Lo que uno tendría que decirse ahora es “bueno, lo que quiero no es hacer mierda todos los días, sino algo que valga un poco más la pena”.

Hablemos de los géneros. Del afán por determinar las formas y el tipo de texto

A mí los trabajos que me interesan son aquellos que son más difíciles de encerrar dentro de un género. De los que rompen de algún modo con la barrera de los géneros. Los géneros son un invento o una forma de tranquilizar a los editores y libreros para que sepan en qué mesa hay que poner determinado libro, porque si no está claro, les incomoda, les inquieta.

A Caparrós también lo grabamos, así que cuando me acerqué a quitarle el micrófono se quedó mirando un tatuaje que tengo en el antebrazo que dice: Alla ricerca della veritá. Él entendió sin problema: la búsqueda de la verdad. Sonrió. Le dije que había sido una mala decisión que tomé hace varios años, que fue un impulso ante la negativa de mis padres para que no me tatuara. Me miró y me dijo: “Y sí, porque a esa no la vas a encontrar nunca”.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez- @lauracamilaad

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