El Magazín Cultural

Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo

A 50 años del asesinato de Luther King, esta columna aclara algunos puntos oscuros de la Historia que ya deben ventilarse: es hora de darle gusto a Kant y pasar de menores a adultos intelectuales, en un país donde serlo no es precisamente una virtud.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento
07 de abril de 2018 - 08:18 p. m.
Martin Luther King liderando una de sus masivas manifestaciones a favor de la igualdad.  / Archivo
Martin Luther King liderando una de sus masivas manifestaciones a favor de la igualdad. / Archivo

Nuestras vidas empiezan a terminar el día que guardamos silencio sobre las cosas que importan.

Martin Luther King

Es posible, en estos tiempos convulsionados, el nombre Martin Luther King Jr. les diga poco a los jóvenes y sin embargo... Mirada a la distancia su vida parece seguir siendo la del niño negro de actitud reservada, estirada e indiferente; la del joven digno de bajo perfil más que de baja estatura; la del pulcro y regordete religioso oficiador de misas algo intrascendente; aunque también, por contraste, la del hombre que resistiendo llegó a ser portada de Time en 1963, lo que no habla bien de la revista sino del héroe que la historia oficial gringa convirtió en anti-héroe; la de quien proponiendo alternativas al racismo, a la discriminación, a la injusticia, a la xenofobia, terminó por recibir un justo Nobel de Paz, no de Guerra, como el que hoy se da; en fin, la del político “blando” frente al Stablishment y, por ello, en teoría, ubicado en las antípodas del “más iracundo de los negros”, Malcolm X. De cuya ruta, la de MLK, se ha dicho si es un sueño inacabado o una labor cumplida. 

Se olvida que su vida constituye uno de los más tenaces ejemplos de  lucha por su pueblo y que su muerte fue resultado, aparte de una conspiración, de una sucia/deshonesta/antiética cacería oficial liderada por el eterno director del FBI, John Edgar Hoover, cuya vida se redujo a perseguir a quien pudiera constituir un peligro potencial, no necesariamente real, para el Establecimiento, desde dos ópticas: la del color de la piel, siempre que se tratara de negros, obvio; la de su posición política, sobre todo si tenía que ver con comunistas. También se olvida que MLK no es sólo uno de los cabecillas del movimiento por los derechos civiles e importante valor de la resistencia no violenta ante la injusticia y la discriminación, sino una figura carismática de la escena gringa que sirvió de inspiración a otros artistas, en particular del jazz, que le dedicaron algunos de sus mejores trabajos. 

Su ejemplo recuerda a las generaciones actuales y venideras que en servir a la humanidad está una de las razones para vivir; que en la paciencia, el arrojo y la resistencia están tres pilares claves para obtener conocimiento, respeto y para conservar la dignidad; que la vida de los hombres debe estar signada por el respeto, la aceptación de la diferencia, el valor de la igualdad; que la política debe ser un escenario de inclusión, no de racismo e intolerancia; menos, de xenofobia. Lo clave no está en la persona, en la figura, en el pastor, en el ser político, ni en sus palabras sino en cada acto que MLK emprendió a lo largo de su breve aunque fructífera vida, con el objeto de hallar un verdadero desarrollo social y político, sin importar color de piel, ideología o condición económico/social. Su muerte, antes de los 40, es caso irrefutable de acoso e intimidación: hecho que las atroces cifras del transnacional crimen oficial/clandestino gringo facilitan comprobar. El que antes de que llegaran a la cuarta década, segó las vidas de Malcolm X, del Che, de Lumumba. Éste, víctima del dictador Mobutu, esbirro de los gringos: en diálogo con Henner Hess, otro caso de crimen represivo: las fuerzas de represión oficial se encargan de cerrarle a la persona los canales de expresión y de movilidad social, hasta convertirla en víctima no oficial del sistema.

Esta columna aclara algunos puntos oscuros de la Historia que ya deben ventilarse: es hora de darle gusto a Kant y pasar de menores a adultos intelectuales, en un país donde serlo no es precisamente una virtud. Es hora de renunciar a ocultar evidencias, a tragar entero, a respirar porquería; de criticar con sentido y sin miedo, con el argumento como autoridad y no al revés, de cambiar sin reparos y con decisión, de crecer con ímpetu y sin demora, como forma complementaria, no necesariamente antitética. MLK no es un santo sino un ser contradictorio, con miserias y riquezas, reveses y logros. Pese a su aparente derrota final, sentenció: “¡Por fin libres!, ¡por fin somos libres!” Algo que contenía su más íntimo credo: la muerte como redención, en un país que como EE.UU sólo parece tener en ella la única tierra de esperanza para los negros. Sabiendo que todo está conectado, MLK tal vez ignoró muchos años, que cualquier cambio personal/interior hace progresar al mundo.

Pero, dado que los verdugos nunca duermen y los hombres duros no bailan, el yo auténtico del ser tiene también la tranquilidad del sepulcro, el lugar postrero de quienes luchan por el bienestar general, el de los justos ajusticiados, cuya sangre, aun así, jamás corre en vano porque al cabo es el alimento medular y venerado de las futuras generaciones, los que no cesan en su empeño de que los hombres tengan una segunda oportunidad tras más de dos milenios de explotación/violencia/muerte, y así puedan bajar mansamente a su territorio del recuerdo. Para que eso sea posible, como buscaba MLK, hay que criticar el juego de las instituciones, crear la visión de una sociedad menos injusta, ver con claridad la naturaleza de poder y opresión, represión y miedo, terror y destrucción que sin queja de nadie, o de muy pocos, muestra la sociedad capitalista hoy. Friedrich Engels: “En el capitalismo, los que trabajan no se lucran y los que se lucran no trabajan.” MLK y MX intentaron voltear la sentencia y por eso el Estado les dijo kaputt, “están muertos”, para el deleite mudo/mierda e hipócrita de los amos de la guerra, los nunca saciados devoradores de carroña. Frente a esto, quizás sirva de consuelo que MX y MLK jamás guardaron silencio sobre las cosas que verdaderamente importan y que sus vidas no cesaron de germinar el día que los asesinaron.

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento

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