El Magazín Cultural

Más que una bicicleta

Una mujer espera en un bar. Y mientras espera recuerda una bicicleta: la Instrumentalina se llamaba, como una forma de decir “la aparatosa” o “la que estorba”.

Juliana Muñoz Toro / @julianadelaurel
15 de mayo de 2019 - 02:46 a. m.
"La Instrumentalina" es la primera traducción al español que se hace en Colombia y fue lanzada en la última versión de la Feria del Libro de Bogotá por la editorial Caballito de Acero. / Cortesía
"La Instrumentalina" es la primera traducción al español que se hace en Colombia y fue lanzada en la última versión de la Feria del Libro de Bogotá por la editorial Caballito de Acero. / Cortesía

Pero eso es lo que decían los que veían el peligro que representaba, los que sabían que una bicicleta podía ser un instrumento de rebelión, de libertad o, lo que era peor, de sueño. El que pensaba diferente, estorbaba. El que prefería montar en bicicleta por un campo de margaritas en vez de asumir un trono, estorbaba.

Por eso La Instrumentalina (Caballito de Acero), una noveleta de la escritora portuguesa Lídia Jorge, es una oda a la infancia, ese espacio de juego y rebelión; un breve recuerdo trazado por una bicicleta y un tío al que la niña adora. La niña o la mujer que espera. De esta autora poco o nada hemos leído, pese a ser una de las más reconocidas en Portugal. La Instrumentalina es la primera traducción al español que se hace en Colombia y fue lanzada en la última versión de la Feria del Libro de Bogotá. El prólogo es un bello hallazgo también, pues fue escrito por la ciclista colombiana Diana Carolina Munévar. Tras perder una pierna en un accidente, volvió a subirse en su bicicleta, pues “la alegría de volver a montarla fue más grande que todos esos miedos”, e incluso ganó la medalla de oro en la crono del Mundial de Sudáfrica 2017.

Sobre una bicicleta parece no haber imposibles. Por eso hay en la voz de Lídia Jorge una cierta poesía de la inocencia. La niña mira al tío desde su invisibilidad. Son muchos para ser vista en aquella casa “con sus chirridos, sus malhumores circulares, sus guerras de cocina, su hijos, sus ropas interiores ocultas en el fondo de los cajones que nunca cambiaban”. Las mujeres cosen y escriben cartas a los maridos ausentes. La niña no. Ella prefiere seguir al tío por ser el único diferente, “pues podía huir de todo y de todos, corriendo por las calles, y a veces, llevándonos con él”.

Eso era libertad: correr sobre un caballito alado, sobre la Instrumentalina. Y, se sabe, que cuando uno ha sido libre no puede volver a ser enclaustrado: “me apartaban, sí, pero no conseguirían apartar aquella tarde”. Hay una imagen con la que la artista Olga Bastidas ilustró la portada del libro: la tarde en la que al fin la niña dejó de ser transparente. Esa tarde en la que el tío pudo verla en un campo de margaritas al que solo se podía llegar en bicicleta.

Por Juliana Muñoz Toro / @julianadelaurel

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