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“Matate, amor” no es una novela que invite al suicidio, aunque Twitter haya dicho lo contrario

La red social bloqueó momentáneamente la cuenta de Ariana Harwicz, autora de la novela. Además, le envió información de centros de ayuda para evitar que se suicidara. Hablemos, una vez más, de corrección política.

Joseph Casañas Angulo
10 de febrero de 2021 - 01:55 p. m.
“Matate”, en el argot argentino, es una expresión insultante. Se usa, por ejemplo, cuando se quiere dar una discusión por terminada algo así como:  – "Sabés qué, matate". La novela fue publicada en 2012.
“Matate”, en el argot argentino, es una expresión insultante. Se usa, por ejemplo, cuando se quiere dar una discusión por terminada algo así como: – "Sabés qué, matate". La novela fue publicada en 2012.
Foto: Archivo Particular

Mejor decirlo desde el principio y en mayúsculas: ES FICCIÓN. Tal vez si el robot que opera Twitter lo hubiera sabido desde el principio esta nota no existiría, pero quizá al robot, al algoritmo o al mercado no le interese entender que, como decía el poeta francés Arthur Rimbaud, la literatura - pero en general el arte- es un espacio fecundo para la subversión de la moral.

Twitter no entendió eso y el pasado cinco de diciembre, cuando la escritora argentina Ariana Harwicz trinó el título de su primera novela (Matate, amor) su cuenta fue bloqueada durante varias horas. El autómata pajarito azul interpretó que, con su trino, Harwicz “promovía el suicidio” y pretendía “incitar a la automutilación”. Y luego, dice ella, “me enviaron una lista de centros para evitar que me suicide”.

Y es una paradoja porque la idea del suicidio sí se ha paseado por la mente de la escritora porteña, y junto aquella idea han surgido otras más crudas como la pedofilia, el infanticidio o el incesto. De eso y más se alimentan sus personajes. Aquello no es fácil de entender en una época en la que, como la describe el periodista argentino Alejo Schapire, cada vez más se niega a diferenciar al narrador del autor, donde se practica cada vez más la censura y la autocensura por corrección política.

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Es el resultado del “flaco favor que la mercadotecnia y cierta militancia le hacen a la literatura escrita por mujeres, y como no podía ser de otro modo, de su visión de la pandemia y de lo que está haciendo con nosotros”, explica el autor de “La traición progresista”.

Fragmento de “Matate, amor”

Cuando mi marido se va de viaje a cada segundo de silencio le sigue una horda de demonios colándose por mi cerebro. Una rata salta sobre el techo transparente. Parece divertirse la loca. Voy a ver si el bebé respira a cada minuto, lo toco para ver si reacciona, lo destapo, lo cambio de posición, lo ilumino, lo levanto, todavía estamos en la etapa de la muerte blanca. Después me controlo, me hago un sándwich y me quedo frente a la tele. Pero enseguida el ajjj ajjj de un búho, ese sonido genital, involuntario y erótico me aterra. Apago la tele. Imagino a los animales en una orgía, un ciervo, una rata y un jabalí. Me río, pero inmediatamente me da miedo esa mezcolanza de bicharracos. Esas patas, alas, colas y escamas enganchadas en una carrera de placer. ¿Cómo eyaculará un jabalí? Vuelvo a escuchar el ajjj, ajjj, como de ahorcamiento, ajjj, ajjj, como una gárgara ronca y gatuna saliendo del pico curvo del búho. Por el ventanal de la sala veo que al fondo está la vieja casa rodante. No sé por qué está engualichada esa casa que nos dejó más de una vez en medio de la ruta. Está oxidada pero mi hombre dice que todavía puede echarse encima unos cuantos kilómetros y que podríamos irnos los tres al mar. Yo temo que vuelque y se liquide el bebé. Liquidar al bebé entre los dos.

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Hace unas semanas, antes de que el bloqueo de su cuenta en Twitter fuera noticia, Ariana Harwicz había hablado con Radio Francia Internacional de la crudeza del lenguaje con el que aborda sus obras. Antes de llegar a Francia, país en el que vive desde el 2007, Harwicz cruzó las fronteras del teatro y el cine, ambos territorios franqueadas por la escritura. Sin embargo, fue en cuando estudió dramaturgia en Buenos Aires, que se encontró con la violencia de la escritura teatral.

“Me gustaba más leer obras de teatro que novelas, es como si pensara que allí se encuentra una violencia más condensada, quizá porque el teatro es más breve y explosivo que la novela”. Ese encuentro atómico con la escritura de teatro fue marcando su estilo.

Sus textos, dice Nicolás Hochman, “son difíciles, en el sentido de que hay que tener estómago para leerlos, para bancárselos, para superar la moral que practicamos, aunque no nos guste admitirlo demasiado. Ponen la ética en suspenso y van más allá. Provocan, incomodan, desgastan. Son tremendos”.

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Con relación a la novela de la controversia, Aída Palau Sorolla, de Radio Francia Internacional, explica que “Matate, amor” es un monólogo lleno de rabia de una mujer que vive en el campo y que acaba de ser madre. Con la irrupción del bebe, la protagonista se debate entre ese rol familiar, de protección del pequeño y pulsiones violentas, asesinas, suicidas, con visiones muy salvajes, casi animales. Es ficción, pero lo escribió justamente cuando Ariana Harwicz tuvo a su primer hijo rompiendo el estereotipo de la mujer satisfecha con su maternidad, dice.

Al respecto, Harwicz dice: “Mi impulso de ir a la escritura fue para no hacer en la vida algo ilegal, terrible. Quise tratar de vivir esa vida que no puedo vivir y transgredir en la escritura. Resulta que se asocia el narrador con el autor y se da esa confusión que es a veces un poco peligrosa (…) en la vida real respeto el semáforo y no ando por ahí violando, robando y matando. Para la vida es necesario ese comportamiento ético, justamente para dejarle al arte el exceso”.

Fragmento de “Matate, amor”

Yo necesito ver un arma, aunque esté quieta, sucia, descargada. Cuando mi esposo abrió un ojo yo le estaba apuntando. Se asustó tanto que no pudo soltar palabra. Matalo, dije. ¿Qué, a quién?, iiiiiiii, iiiiiiii. Matá al perro. ¿Por qué lo voy a matar? Porque está sufriendo. ¿Y?, dejalo en paz. ¿Vos me hablás en serio? Iiii, iiii. Mañana llamamos al veterinario, dijo y se puso de costado dándome el culo. ¿Llamar a quién? Matalo ahora, dale, dije, sacada. Pero ni se movió y roncó casi tan fuerte como los quejidos de Bloodie. Me quedé mirándolo dormir maravillada ante su eterna cobardía. Escopeta en mano recorrí la casa hasta el rincón de la cocina donde torcido sobre un trapo roñoso sollozaba de dolor. Apunté y sin pensar en nada, pero con actitud de soldado israelí, escuché en mi cabeza que me daban la orden. ¡Fuego! ¡Fuego, carajo!, y disparé el primer tiro de mi vida.

***

En diálogo para la agencia de noticias Télam, la escritora argentina hizo referencia a ese exceso de corrección política que circula en el ambiente y para el cual no hay antídoto ni vacuna fabricada, pero que, sin embargo, incluso está llevando a la autocensura.

“Es la lógica del terror político de las dictaduras, del fascismo. Aunque no estoy diciendo nada nuevo: el mecanismo de presión ideológica, de coerción, el ambiente de presión existe, con las pautas y las coordenadas propias del liberalismo y del capitalismo”.

“Ya hay editoriales que funcionan así, aunque no lo digan, aunque no sea explícito, aunque no haya listas negras. Ya hay abogados que leen los manuscritos. Lo vengo diciendo hace mucho. Y, claro, ya hay autocensura. Es bastante deprimente y no sé cuál es la salida. Irse de las redes puede ser o tratar de generar una resistencia desde otro lado, pero es muy difícil”.

El debate en torno a lo políticamente correcto no es nuevo y está lejos de terminar. En un texto publicado en El País de España sobre los orígenes de la corrección política, explica que “en la década de los treinta el empleo de esta expresión se circunscribía a los círculos de la izquierda leninista para referirse a acciones o individuos que se alineaban con los dictados del partido. Pronto, entre descreídos camaradas, el uso de estas dos palabras se impregnó de ironía: políticamente correcto servía para señalar socarronamente a aquellos que seguían a pies juntillas, con fervor exagerado, la línea partidista” Siete décadas después la expresión se sigue usando y ahora tiene una connotación bastante diferente a la de su génesis.

“Berman, autor de Terror y libertad (Tusquets) y La huida de los intelectuales (Duomo), explica al teléfono que políticamente correcto se refiere desde los años ochenta a la estigmatización del lenguaje para avanzar en las reformas sociales. Achaca la mutación semántica al efecto que tuvieron los principios filosóficos posmodernos y posestructuralistas de Francia al ser importados y aplicados con tesón en la academia estadounidense. La corrección política”, agrega El País.

Culminemos con la explicación de Ariana Harwicz:” Cada siglo tiene su perversión, sus excesos y sus tiranos. Este siglo XXI, pareciera ser que el mercado todo lo puede y el mercado quiere control y el control es controlar el arte también. Controlar ideológicamente el arte so pretexto de la buena conducta del antirracismo, de no ofender a las minorías sexuales, a las minorías étnicas, o a quienes tienen alguna enfermedad.

Para no ofender, que es un imposible porque la vida es violenta (amar es violento, parir es violento, morir es violento, estar enfermo es violento, hablar es violento), hay que hacer arte que no ofenda. Eso además de despótico es perverso”.

Joseph Casañas Angulo

Por Joseph Casañas Angulo

Comunicador social y periodista egresado de la Universidad Los Libertadores con diez años de experiencia en medios de comunicación.@joseph_casanasjcasanas@elespectador.com

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