El Magazín Cultural

Matteo Cesari y Fuminori Tanada: arte puro

Reseña sobre la presentación de Matteo Cesari y Fuminori Tanada ofrecida en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Ellos también estuvieron en Medellín en el Teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia, en el marco de la Temporada Nacional de Conciertos.

Esteban Bernal Carrasquilla*
03 de diciembre de 2017 - 04:08 p. m.
Matteo Cesari es un intérprete premiado y un investigador de la música contemporánea; mientras que Fuminori Tanada es un versado orquestador.  / Gabriel Rojas © Banco de la República
Matteo Cesari es un intérprete premiado y un investigador de la música contemporánea; mientras que Fuminori Tanada es un versado orquestador. / Gabriel Rojas © Banco de la República

El flautista italiano Matteo Cesari y el pianista Fuminori Tanada ofrecieron uno de los mejores conciertos a los que he asistido este año. No hay manera de calificar su presentación sin caer en los lugares comunes de la crítica cuando esta es positiva: un sonido ‘exquisito’, un ‘virtuosismo’ innegable, un ‘universo sonoro’ singular, etc. No podría esperarse menos de dos expertos de la talla de Cesari y Tanada: el primero, intérprete extensamente premiado e investigador de la música contemporánea que ha trabajado de la mano de compositores de renombre como Pierre Boulez y Salvatore Sciarrino (presentes en el repertorio interpretado). El segundo, versado orquestador y acompañante, que además en su faceta de compositor, conocerá muy bien los lenguajes contemporáneos. 

Desconozco los pormenores de su relación profesional, el tiempo que puedan llevar tocando juntos, las razones que los llevan a escoger y preparar un repertorio particular, pero su puesta en escena fue magistral. Esto denota, además de un profundo conocimiento de los estilos y lenguajes, del repertorio y las posibilidades del ensamblaje de sus instrumentos, una complicidad de larga data. Si me equivoco y todo es producto del azar por dos expertos que se cruzaron para montar rápidamente un concierto, mejor, pues el arte también puede ser fortuito y espontáneo. Pero es que jamás se miraron para acordar una entrada o un corte; solo llegaron al escenario, tocaron y se fueron. Arte puro.

Al no querer caer en los lugares comunes que anuncié y evitando hablar de las cualidades, virtudes y proezas de nuestros invitados —que seguro son palabras que se lleva el viento—, me excuso por someter ahora a los lectores a lidiar con mi pensamiento desordenado y desarticulado. Los críticos musicales también sentimos y este concierto en particular me dio para sentir a mis anchas.

Quizás tan antigua como las prácticas del canto y la percusión, la flauta ha acompañado al ser humano en el curso de su historia. El aire que pasa por ella, cargado de sentimiento y razón, cuenta a través del tiempo la historia del hombre, sin importar la geografía, pues es común en innumerables pueblos. Ya en civilizaciones antiguas, en Oriente y Occidente, la flauta representaba lo mítico y lo ritual. En la Europa medieval y barroca, su imagen, encontrada en pinturas y grabados, permite reconocer su lugar tanto en las prácticas religiosas como en las de la vida pastoral y cortesana (lo sagrado y lo mundano). En el Clasicismo emerge como instrumento favorito de la aristocracia, se empieza a convertir en parte obligada de la orquesta, y prepara el camino para ser luego protagonista en la exacerbación del sentir romántico. La flauta permanece ubicua en la historia de la humanidad, tanto desde las músicas académicas como desde las populares en todo el mundo.

Sea una flauta de madera o metal, tocada horizontal o verticalmente, su sonido, dulce, claro y delicado, femenino —aunque en nuestro tiempo este calificativo sea políticamente incorrecto—, sigue evocándonos elementos extramusicales. Esto puede deberse quizás a la belleza y mística de su sonido que nos invitan a la contemplación, la reflexión y la ensoñación y también, por qué no, a la música e historias sublimes que se han escrito para ella y que es imposible no tener presentes: cómo no recordar sus poderes mágicos en la ópera más conocida de Mozart; cómo olvidar su cualidad de hipnótica en el famoso cuento de los Hermanos Grimm; cómo soslayar su bella imitación del canto de los pájaros en la música de Messiaen.

Y si seguimos con esta divagación musical, pictórica, literaria y poética, pero en todo caso artística, a mí, particularmente, este instrumento me recuerda al Japón. La culpa la tienen la delicada pero certera musicalización que Pedro Aznar hizo del hermoso poema de Borges llamado Caja de música, que curiosamente carece de flautas; y también ese ‘exotismo oriental’ con el que han calificado algunos la música de Claude Debussy, en la que sí encontramos repertorio para flauta y también constantes giros melódicos pentatónicos, tan comunes en músicas tradicionales de este país.

Me atrapó el recuerdo del Borges de Aznar mientras escuchaba, hipnotizado como uno más de aquellos niños de Hamelín, a Cesari interpretando repertorio de Debussy, así los Seis epígrafes antiguos hayan sido inspirados no en Borges sino en la poesía de Pierre Louÿs, que nos habla de la sensualidad y el amor lésbico en una lejana y antigua Grecia. Pero es que la historia detrás de estos poemas es tan insólita como la poesía de aquel ciego argentino que dice desconocer la música del Japón —pero que en ella es, quiere ser y se desangra—, pues Louÿs engañó a la crítica diciendo que su obra fue una traducción directa de Bilitis, la sensual griega, cuando en realidad los textos eran de su autoría. ¿No es ese acaso uno de los efectos de la música programática, que nos evoca escenas extramusicales y nos acerca a otros tipos de arte, recuerdos o ‘impresiones’ —a propósito de un Debussy que no aceptaba con gusto ser llamado un compositor impresionista—? ¿No nos invita acaso a dejarnos llevar durante el goce placentero para imaginarnos escenas de cualquier tiempo y lugar, y ensoñar?

Y la ensoñación seguía, ahora con tintes de pesadilla —y me contradigo ante la idea del sonido delicado de la flauta— cuando el dúo tocó la pieza D´un Faune, de Salvatore Sciarrino. Desde los primeros gruñidos salvajes que emitió su instrumento, Cesari sumergió a la sala en un ambiente de espeluznantes penumbras, para recordar que ese ser mítico de la poesía erótica de Mallarmé que inspiró a Debussy en su Preludio a la siesta de un fauno es, en realidad, una tenebrosa criatura mitad humano mitad carnero que cumple con funciones de oráculo y profeta. Y es que el futuro incierto siempre nos ha causado temor. Luego, los acordes misteriosos al piano que respondían y se entrelazaban con el a veces débil silbido, a veces chillido agudo y fuerte de la flauta, nos situaron en el bosque, el reino del fauno desde donde acecha y desea a las virginales ninfas.

Y como parece que las leyes del universo establecen un orden, seamos conscientes o no de ello, sea un orden dentro del caos, sea la divina proporción, la proporción áurea que no percibimos sin regla y calculadora en mano, justo después de Sciarrino sonó el nada romántico, el nada impresionista, el nada expresivo y por el contrario, el muy racional, dodecafónico y serialista Boulez. ¿Era quizás una broma de suma refinación ordenar así el repertorio, dado el desdén del italiano por el francés? ¿Era una estrategia para atrapar al público con sonidos exóticos para luego introducir aquel ‘ruido’, que es como algunos se refieren a la música contemporánea? No lo sé, pero funcionó muy bien. Para los que disfrutamos las músicas académicas de nuestro tiempo por su audacia, los riesgos que se toman, la exploración de la disonancia, de la tímbrica y de los colores, y el desarrollo de la técnica hasta sus límites, la sonatina llegó en el momento adecuado. Fue para mí, el clímax de esta experiencia letárgica, el súcubo de mi sueño.

En adelante y en una proporción casi áurea (tres obras en la primera parte, dos en la segunda), recapitulando —si extrapolamos la esencia de la forma sonata—, la sonata de Philippe Gaubert me regresó a los sonidos evocadores del campo, y la sonata de André Jolivet, al Japón y la ‘trama eterna y frágil, misteriosa y clara’ borgiana. Lo repito: arte puro.

*Guitarrista clásico egresado de la Universidad Javeriana.

 

Por Esteban Bernal Carrasquilla*

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