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Mercedes Barcha le cumplió a Gabo: “En agosto nos vemos”

Mercedes Barcha caminó por el patio remodelado del Claustro de la Merced en el centro amurallado, sede de la Universidad de Cartagena. Tenía una falda blanca y blusa a cuadros. Su nieto Mateo García Elizzondo estuvo siempre a su lado. Un grupo de amigos reducido y muy cercano la acompañaba. Un momento íntimo.

Pedro Mendoza
03 de septiembre de 2020 - 05:12 p. m.
Mercedes Barcha entregando las cenizas de Gabriel García Márquez.
Mercedes Barcha entregando las cenizas de Gabriel García Márquez.
Foto: Pedro Mendoza

Mercedes tomó parte de una cinta amarilla, el color de las mariposas del Nobel de literatura, y lentamente fueron bajando el pequeño cofre de color marrón que contenía las cenizas de su esposo.

El amarillo lo tapó por completo.

Unos trabajadores sellarón la urna y colocaron el busto de García Márquez. Mercedes lo miró muchas veces y luego se sentó con sus amigos, unos pocos testigos de este momento de vida y muerte. Todo pasó en la mañana 12 de mayo del 2016.

Diez días después se celebró el evento oficial al que asistieron amigos y delegados del gobierno colombiano. Ese 22 de mayo su nieto Mateo leyó apartes de la biografía de su abuelo y Juan Gossain, el amigo y periodista, recordó cuando Gabo le dijo: “la gente sabe que a mí me gusta vivir en Cartagena, pero me gustaría más que me enterraran en Cartagena”. Todos se fueron sin ver las cenizas.

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Esa reunión fue la última de Mercedes Barcha de manera oficial. El pasado 16 de agosto murió y ahora muchos se preguntan si sus cenizas estarán al lado del hombre que la enamoró toda la vida.

Las amigas y los cumpleaños

Cecilia Restrepo de Bustamante es una Cartagenera que conocía muy bien a Mercedes Barcha. Desde 1981 empezaron varios encuentros en las buenas y en las malas. Estuvo en México cuando el nobel murió el 17 de abril del 2014. Se acompañaron e inclusive se dieron mucha fuerza, eso que logra la cercanía de los amigos.

Cecilia le dice a El Espectador que estando con Mercedes en uno de sus cumpleaños en la casa de colonia San Ángel, ciudad de México, se enteró de la noticia del fallecimiento de su mamá en Colombia. “Mercedes me dijo, uno no llora cuando se muere alguien que uno ha querido mucho”. Esa y más razones del corazón llevan a Cecilia a no llorar a Mercedes.

Me dice que habló con ella el miércoles, tres días antes de morir. “No la sentí muy bien, me dijo llámame mañana. Siempre hablábamos bastante de política, de la vida, de los amigos”. Su voz se entrecorta.

“Mercedes era muy organizada, una guardiana de las letras, la administración y todo lo que giraba en sus vidas, Gabo tuvo que preocuparse solo de escribir, ella se encargaba de todo”.

Recuerda un encuentro casual que tuvo en el museo Nobel ubicado en la plaza Stortogert en Estocolmo, con Martha Bojassen. Allí, como si fuera algo del realismo mágico, le piden con quién se puede hablar para que el museo tenga algo de Gabo.

La solicitud se la habían hecho a delegados y funcionarios públicos, pero por esas razones macondianas nadie le había puesto atención, así como la pensión de El Coronel no tiene quien le escriba.

“Hablé con Mercedes y me comentó que nadie le había pedido nada, pero vamos a buscar qué enviar, me dijo”.

Fue así como su hijo, el cineasta y escritor Juan Pablo Bustamante, llevó unas gafas grandes cuadradas con marco negro que generalmente usaba el Nobel, otras ovaladas, las de los eventos, un reloj y “un maletín donde guardaba el periódico, un libro, una libreta”, dijo Bustamante cuando entregó el envío de la Señora Barcha, quien sí le cumplió al museo.

El tiempo con su amiga “la Gaba” fue maravilloso, extrañará sus visitas, tomar algo, hablar de todo y de nada. Seguramente reírse de ese paseo que hicieron a Mompox hace dos años del cual Mercedes no dejaba de hablar. Fueron a su colegio, el Sagrado Corazón de Jesús, donde no había regresado desde que terminó sus estudios. Seguramente recordó el llamado a lista, Mercedes Raquel Barcha Pardo, presente.

Esa es Mercedes para su amiga Cecilia, la hija de don Demetrio y la Señora Raquel. Su abuelo Elías había llegado a Sucre, cinco meses antes de que ella naciera. Venía de Alejandría, familia de ancestros egipcios y sirio libaneses, lo que seguramente ayudó a formar ese carácter hermético, distante, silencioso, muy prudente, que capturó el corazón de un hombre cinco años mayor que ella y la enamoró al inicio, con la ausencia.

El amor en tiempos de agosto

Terminando sus estudios en el Liceo de Varones en la fría Zipaquirá, Gabo escribió unas cortas poesías, todo indica que una de ellas estaría dedicada a Mercedes. Soneto matinal a una colegiala ingrávida.

“…Al pasar me saluda y tras el viento que da al aliento de su voz temprana en la cuadrada luz de una ventana se empaña, no el cristal, sino el aliento…”, dice en uno de sus versos.

Gustavo Tatis, escritor, gestor cultural y periodista de El Universal se entrevistó con el premio Nobel en muchas ocasiones. Le dice a El Espectador que una vez le preguntó delante de Mercedes: “¿Si hubieras tenido una hija como la habrías bautizado?”

“Virginia me respondió, por Virginia Wolff”.

Gustavo tiene una visión de Mercedes como esposa y administradora. Dice seguro que fue una mujer poderosa con sabiduría ancestral, de pocas palabras.

“No fue una mujer sometida, era una mujer que trabajó con García Márquez, le ayudó a administrar todo y le controlaba el espacio físico para trabajar la literatura, entre las nueve de la mañana y las tres de la tarde”. Afirma que lo protegía de los amigos que lo distrajeran y lo más importante, los asaltos a la intimidad de la familia.

“Una mujer discreta, nunca fue intelectual, convirtiéndose en la compañía sagrada de un escritor, una guardiana de su legado”, recuerda esa tarde en la que Gabo y Mercedes en el patio de su casa quemaron sus cartas de amor, un seguro de su complicidad.

Hablamos del mes de agosto y cómo parece un compromiso del Nobel con su obra y su vida misma.

“Sus hijos Gonzalo y Rodrigo aparecen con Mercedes en Espantos de agosto, uno de sus cuentos de terror. Agosto es un mes de obsesión de García Márquez, como si se tratara de una clarividencia macondiana” sostiene Tatis.

Como si fuera predecible, En agosto nos vemos se titula la novela que se guarda celosamente en el Harry Ransom Center de Austin Texas, la familia no la publica, la entregó junto con los archivos que reposan en esta universidad norteamericana.

Un 15 de agosto muere Mercedes.

A unas horas de Cartagena donde está la casa del Nobel, Alfredo Torres un pintor y escultor monteriano, también lamenta la partida de Mercedes, había terminado curiosamente en agosto de 2015 un óleo sobre lienzo que muestra a Mercedes recibiendo unas flores amarillas de Gabo; forma parte de 12 cuadros en honor al escritor de Aracata.”Hice esta obra incondicionalmente, el valor que tiene es la oportunidad y el beneficio espiritual que inmortaliza un ser humano”, sostiene el artista a El Espectador.

Mercedes entre palabras

El nombre de la esposa de Gabo siempre estuvo presente. Los expertos dicen que en muchas de sus obras hay algo de la hija del boticario.

Gustavo Tatis ha vuelto a revisar sus notas y textos que utilizo para su libro, La Flor Amarilla del Prestidigitador y afirma que la presencia de Mercedes es permanente. “Fue inspiradora en los personajes femeninos de sus obras”.

Considera que está desperdigada en todos los libros con su espíritu y sostiene que la ha encontrado en Crónica de una muerte anunciada y en esas mujeres fuertes como Úrsula Iguarán o Amaranta.

Conversamos sobre parte de un texto publicado en el Olor de la Guayaba en el que Gabo le dice a Plinio Apuleyo Mendoza: “Ningún personaje de mis novelas se parece a Mercedes. Las dos veces que aparece en Cien años de soledad es ella misma, con su nombre propio y su identidad de boticaria, y lo mismo ocurre las dos veces en que interviene en Crónica de una muerte anunciada”.

Terminamos hablando del legado de Mercedes. “Yo siento que con la muerte de ella se cierra un gran ciclo de la vida cultural del Caribe y de Colombia, se pierde una gran franja de la memoria de todos nosotros, queda el hombro de sus hijos la responsabilidad, heredan la sabiduría de sus padres y tienen un desafío gigantesco”.

Esta es una historia de amor que termina en los agostos de García Márquez, quien dijo: “el matrimonio, como la vida entera, es algo terriblemente difícil que hay que volver a empezar desde el principio todos los días de nuestra vida. El esfuerzo es constante, e inclusive agotador muchas veces, pero vale la pena. Un personaje de alguna novela mía lo dice de un modo más crudo: También el amor se aprende”.

Por Pedro Mendoza

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