Puede afirmarse que, en la poesía, la pasión y el deseo conducen a una reflexión sobre la presencia y el gozo, sobre la materia de la fortuna o de su revés/complemento el infortunio y sobre las líneas de fondo de la vida cotidiana, de lo real. Siempre se escribe, y Vergara lo confirma, sobre la pasión, el deseo, la nostalgia: esta, del griego nostos, regreso al hogar, al fuego, al epicentro de la casa. Aunque, en general, los materialistas crean que la poesía distrae y quita el tiempo a quien lee y/o escribe poesía, el lector que entre al libro aludido no será timado.
Bastan los títulos de algunos poemas, y sus contenidos, para advertir a un tiempo el peso de la humildad y el valor de lo humano trasmutado en poiesis, creación: Metáfora de la ausencia (título que se repite: 9 y 27), Esencia, Destino, Inasible, Colibrí, Asunción de la ternura, Alusión a lo simple, Mar, El sembrador de luces, Inocente, ¿Hemos crecido?, Presencia y fuga, Página en blanco, Oscurece uno ante el dolor, El pasado, Salvaje unitario, Bella es la vida, Incidencia. En este, Vergara nos repite lo obvio, sin que parezca, para que no se olvide, la memoria actúe y rescate al que busque huir: “Nos hemos matado tanto/ tanto/ que un día/ nada será digno/ ni siquiera el silencio”. Y en Epílogo, permite evocar al loquito de Sils-Maria, para quien la vida sin música sería un error, y propone: “Si algo humano ha de salvarse/ que la música sustituya/ la oscura intensidad de lo tangible”.
En su libro, regresa al pathos, uno de tres recursos de la retórica (más el logos, discurso razonado, y el ethos, conducta/carácter), eso sí, sin exhibir el sufrimiento: más bien, mostrando el padecer con el otro, la pasión no patológica, el impulso vital. Y muestra que el ayer es hoy; que solo quien oscurece ante el dolor, vuelve a ser luz; que la belleza que pasa, si regresa, ya no es un sueño; en fin, que lo esencial es un juego de opuestos. Por último, cuán bella es la vida: de no ser así, “nada sucediera, ni volvieras a mi voz ni a mi silencio”.