Crónica
Cuando todos callaron sus voces aventureras, junto a la fogata que crepitaba en la oscuridad, el Bachiller Pánfilo de Anciso, con ojos fulgurantes les dijo: de todos los encuentros inesperados que tuve en esas tierras verdes, fecundas, avasalladoras e invisibles para el resto de la cristiandad, recuerdo la noche que sentí en la duermevela, bajo la hamaca en donde dormía, la presencia cierta y tímida de un jaguar. Superado por la fuerte impresión, lo miré a los ojos y un despeñadero de pensamientos vino a perturbarme. No me quedó duda que él, más entendido que mi persona, al mirarme, comprendió nuestra azarosa cercanía. Por eso, como si nada, me dio la espalda y, tranquilamente, se fue por donde vino.
Guillermo Arnul Castillo Ruiz
La Llorona
Tenía que enviar un artículo a primera hora del día siguiente. Aún seguía trabajando ya muy entrada la noche cuando irrumpió La Llorona en mi habitación. Me quedé helado. No podía mover un solo músculo viendo a aquel espectro, totalmente vestido de blanco, profiriendo horribles gritos y alaridos -¡Aaaaay, mis hijooos!- gemía. Una cascada de lágrimas fantasmales brotaba de las negras cuencas de sus ojos. De repente, la habitación quedó mágicamente vacía. Repleta, eso sí, de ecos de llantos e infinitas ausencias todavía presentes. Hablando de ausencias: se ha llevado mi paquete de Kleenex.
Miquel Zueras Navarro, desde Barcelona
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Tú-rismo
Mi boca emprende el recorrido. Comienza en la orilla de sus pupilas temiendo resbalar y caer en la tristeza. Luego, baja al huracán de su respiración, que toma fuerza mientras recorre los labios. Se desliza por el pasadizo de su cuello donde al final esperan dos cimas pequeñas y rosadas. Aguarda un poco en los pezones, que se tornan volcanes. Mi lengua se asoma, dibuja los pliegues de su geografía. La juguetona viajera llega al cráter del ombligo, su piel llueve deseo. El camino se hace resbaloso cuando mis labios se acercan a su vientre. Descanso un poco, al norte se asoman sus dientes que se ríen y su voz que jadea y me pide seguir el viaje. Mientras me aproximo, el temblor se hace intenso, me anima a llegar a ese sur que es mi destino. Su monte, aunque desierto, a mi llegada se convierte en un lago que se llena gota a gota mientras me instalo en él. La lengua camina de un lado a otro. Primero despacio, después se acelera; tiembla el terreno y nos sacudimos. Su cascada es el polo a tierra que me llama a beber placer. Viajero y recorrido se convierten en uno. Mi deseo ha encallado en su clímax, ahora nos habita el silencio.
Jenny Andrea Moreno Rincón
El saco de los sueños
En la Jiménez con séptima, en medio de turistas y vendedores de esmeraldas se la pasaba Aníbal. Usaba las piltrafas de un vestido pasado de moda y siempre cargaba un misterioso saco. Los pocos que se acercaban a darle monedas eran recibidos de una forma improbable: ―no quiero dinero, yo solo quiero un sueño―. La gente no entendía su obsesión hasta que un día alguien le pidió de vuelta un sueño. Aníbal conocía el carácter irrevocable de las donaciones pero decidió devolverlo. Del saco sacó uno a uno los sueños de miles de personas hasta que encontró el de aquel sujeto extraño. Aníbal se lo devolvió no sin antes pedirle a cambio otro sueño. El otro sujeto, resignado y llorando, decidió regresar a casa con su sueño sin cumplir y con la imagen de su padre viviendo de sueños ajenos.
Sanders Lois Lozano Solano
Hora del té
El pico resplandeciente de la varita mágica tocó la piel de la bella princesa. Tras unas chispas de esplendor y destellos, la bruja del bosque hechizado convirtió a la heredera del reino en una delgada tetera de porcelana, la cual estaba estampada con las figuras de su vestido. Hasta el día de hoy, el ejército del reinado, no ha descubierto ni detectado ningún indicio de ella por ninguna parte, y aun así, el rey y la reina, exigen su ardua e interminable búsqueda hasta encontrarla sin dejar ni una sola piedra que no haya sido volteada. Ellos, muy abatidos y tristes, nunca sabrán que toman té con su hija mientras la sujetan desde la manija para inclinarla y servirse una taza.
G. J. A.