El Magazín Cultural
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Miedo tras el espejo

La nueva película del director colombiano Andy Baiz es una clásica de género que se define a sí misma como un ‘sexy thriller’.

Hugo Chaparro Valderrama
16 de enero de 2012 - 10:40 p. m.

Los géneros cinematográficos son infalibles. Sus fórmulas guían al espectador de una manera precisa por el transcurso de la trama. La invención, que fuera una norma en Hollywood a partir de los años 20, obligó a los guionistas a respetar las esperanzas del público en el miedo que hacía temblar a la audiencia con una película de terror, festejar el carácter épico de los westerns o llorar a mandíbula batiente en un melodrama. El mundo del cine se acomodó en Estados Unidos a la estructura que dividía una película en tres actos.

En La cara oculta (Baiz, 2012), el drama sicológico según las películas de terror se cumple a cabalidad. Una situación enrarecida por la muerte; una casona aislada como las peores construcciones góticas donde lo sobrenatural es posible; una cercanía tóxica entre la pasión erótica y la oscuridad de la tumba; fantasmas, murmullos inexplicables, traiciones, la tina como piscina individual del pánico… El resultado en pantalla tiene el sabor agridulce que dosifica el suspenso.

La pasión del cine hecha profesión para Andy Baiz se revela en La cara oculta. Su conocimiento del género se traduce en un triángulo de amor perverso protagonizado por un director de orquesta (Quim Gutiérrez), por su novia (Clara Lago) y por la amante accidental del director (Martina García). Añadiendo el enigma de un posible cadáver, ningún elemento traiciona o defrauda las reglas del juego según la etiqueta de sexy thriller rotulada para el filme.

La cacería del espectador hecho ratón de laboratorio emocional y cinematográfico por el director es una apuesta que cifra la suerte de la película. Las figuras espectrales aparecen de manera oportunamente inesperada; el misterio avanza de la incertidumbre al esclarecimiento según la suma de indicios que descubren lentamente el miedo tras el espejo del cine; el inicio, el clímax y el desenlace suceden con cálculo matemático; la sorpresa final abre otras posibilidades a lo que sucederá cuando dejemos la sala.

En Satanás (2007) y Hoguera (2007), Baiz mostró personajes agobiados por un secreto que hacía tortuosa su relación con el mundo. La cara oculta muestra otro rostro de la galería: tres mortales angustiados por la forma como el destino los manipula y ultraja. El guión de Baiz y Hatem Khraiche Ruiz-Zorrilla, debutante en el largometraje luego de escribir varios cortos, salva la palidez televisiva de los detectives, la discreción del gerente de la orquesta, el carácter leve que define a la violinista por la que se fractura la relación entre el director y su novia, el tono de los parlamentos que contrastan la voz suavemente recitativa de Martina García con la energía de tablao flamenco que tienen los españoles Quim Gutiérrez y Clara Lago. El eje central del drama se impone sobre los actores y el interés por resolverlo hace de los personajes secundarios, comodines para enrarecer aún más la historia y concentrarnos en la geometría que trazan los protagonistas del triángulo. El suspenso administrado de manera cautelosa no permite que decaiga la intriga. Repite la lección aprendida del cine tradicional y su abecedario. Cumple con el interés de Baiz: filmar una película, según sus propias palabras, clásica y sofisticada. Descubrir que las herencias del tiempo, en la cronología del cine, construyen a un director y su mundo. Es entonces cuando lo clásico se hace vanguardia y permanece.

Por Hugo Chaparro Valderrama

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