El Magazín Cultural
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Minucias de una transgresora

El historiador Carlos José Reyes publica de la mano de editorial Panamericana el primer libro colombiano que se adentra en la vida y las obras de la escritora francesa.

Angélica Gallón Salazar
20 de diciembre de 2011 - 10:37 p. m.

Ya era una mujer mayor, gorda, con la seducción de la juventud sólo albergada en algunas formas de su cara, cuando consiguió la entrada a la Academia Francesa de la Lengua. Marguerite Yourcenar era la primera mujer en hacerlo. Buscó para tal recibimiento un vestido elegante, una túnica que replicara aquellas de la tragedia griega que tanto la habían inspirado. Era una escritora, pero no por eso tenía que desconocer cuáles eran las manos que mejor cosían en el París de la época. Así que, trasgresora como era, le pidió al mismísimo Christian Dior, que solo tejía para bellezas esbeltas y reales, que le hiciera la túnica de sus antojos. Su bata absurda, enorme, llevó entonces la impronta de la casa de alta costura más reputada de Francia. Ni Dior ni nadie se rehusaría a que semejante celebridad de la escritura le hiciera un guiño a la moda para lucir como una Clitemnestra.

“En esta anécdota, como en toda su vida, lo que hubo constantemente en la historia de Yourcenar fue la búsqueda de una singularidad. Ella construyó la vida como construyó sus novelas”, explica el escritor e historiador Carlos José Reyes, quien después de leer con dedicación toda la obra de la escritora francesa, se percató de que ningún libro sobre su vida y su obra había sido escrito en Colombia.

Por eso, este ávido lector quiso embarcarse en sus novelas, sus viajes y hasta en sus sábanas para contar una historia que publica la editorial Panamericana y que sirve como abrebocas para la celebración de los 25 años de la muerte de la autora de Memorias de Adriano, que se cumplen el próximo año.

Yourcenar quedó huérfana de madre desde su nacimiento y la búsqueda de la mujer perdida no hizo sino acentuarse al lado de un padre viajero y seductor que muchas veces la dejó sola en el cuarto de un hotel mientras él iba a buscar una nueva compañía femenina. Esa tensión, cuenta Reyes en el libro Marguerite Yourcenar, memoria del mundo, hizo que la escritora decidiera tomar distancia del padre. Cogió las letras de su verdadero apellido, Crayencour, y colocándolas en otro orden, armó su nuevo apellido, su nueva identidad: Yourcenar.

La búsqueda de singularidad, de ser consecuente con las demandas de esa vida que le palpitaba adentro, no sólo se manifestó en romper con el nombre de sus ancestros. En su primer filón como escritora delató también su tendencia sexual. “Ella decide ser escritora desde la escritura de Alexis o el tratado del inútil combate (1929), novela primera en la que intenta hablar de lo prohibido, de su inclinación sexual con preferencias por las mujeres, a través de la historia de dos personajes hombres”, explica Reyes quien añade: “La persecución es un elemento constante en todas sus novelas. En ellas hay siempre un oponente que sirve de metáfora de todas las dificultades que tuvo que sortear para mantener su libertad personal, las convenciones tradicionales la veían como una extraña, ella buscó una forma metafórica de evadir sus problemas y de ganar un espacio propio en la narrativa, en la vida”.

No sólo fue una viajera incansable, aventurera seducida siempre por las tierras lejanas; no sólo luchó a toda costa por mantener su amor con la norteamericana Grace Frick, su traductora. Fue también una narradora radicalmente diferente cuya voz se reveló en su máxima expresión en la escritura de Memorias de Adriano (1951), un libro que lo primero que hizo fue llamar la atención sobre una mujer que había escrito una novela que no era femenina, que no hablaba sobre temas de mujeres, sino sobre temas que habían tocado los académicos.

“Esta fue la obra que le dio una dimensión universal. Para poder escribir la biografía de Adriano, Yourcenar se encerró en La Villa Adriana, de Roma. Ahí, a solas, imaginándose a Adriano, quería oír muchas voces, las de sus amores, sus oponentes, pero luego se dio cuenta de que no le salía, entonces se decidió por la primera persona. Ella busca encarnar a Adriano, ella es Adriano” explica el autor del libro, para quien las obras nunca son el reflejo directo de la vida de quienes las producen, pero siempre están conectadas. “Son más bien un reflejo metafórico, simbólico, a veces extraño”.

En este libro se le da forma a la vida de una escritora ambiciosa, de obras profundas, que combinó la imaginación con el rigor histórico, la diversidad de la obra con la pureza del estilo, la ficción con la dimensión filosófica. Que escribió sus libros como indagando en su propio pasado, pasado que, sin embargo, llega sólo hasta sus abuelos y su madre, pero que no la toca a ella. Porque en realidad “su propia biografía es su vida y está soslayada metafóricamente en mucho de los personajes de su obra”.

Por Angélica Gallón Salazar

 

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