El Magazín Cultural

Narrativas del reconocimiento

Pilar Lozano es la autora de "Historias de un país invisible" y de otros 19 libros en los que ha buscado formular preguntas y debates sobre las historias que surgen del conflicto armado del país.

Maria Paula Lizarazo
04 de febrero de 2018 - 08:25 p. m.
Historias de un país invisible (Ediciones sm) cuenta con ilustraciones del argentino Daniel Rabanal.
Historias de un país invisible (Ediciones sm) cuenta con ilustraciones del argentino Daniel Rabanal.

P. 47: “Una biblioteca y un balón para jugar en un terreno embarrado en la parte alta. ‘Esto –piensa él- nos mantendría ocupados, lejos de los vicios, de la violencia. No estaríamos aburridos ni perderíamos el tiempo.’ Lo dice y su mirada que parece esconder tristezas se ilumina”.

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¿Por qué “dejaste” el periodismo y empezaste a escribir literatura? ¿Qué hallaste en la literatura?

Ejercí  el periodismo durante 40 años. Siempre fui muy crítica con el ejercicio de este oficio  pero me costaba dejarlo, es una pasión.  Un día, hace 6 años,  vi con claridad que me encantaba  la promoción de lectura y escritura, es mi vocación. Así que dejé el corre - corre, los afanes, y desde entonces  me dedico a esto, y a escribir para niños y jóvenes.

“Hacedores de nueva vida” es como llama Pilar Lozano a varios personajes en la introducción de su libro Historias de un país invisible. Son personajes reales, personajes con historias que desbordan los sentires de aquel que las escuche e imagine aquello por lo que han pasado; personajes  que viven y desempeñan sus laburos en pésimas condiciones y con el corazón en las manos, que luchan con la amenaza del miedo, en el olvido y en el silencio, sin bulla ni reconocimiento, sin ayuda, sin nombre ni firma  para la Historia, pero quienes tienen algún  grado de importancia –igual que sus vecinos- cuando se aproximan las elecciones; personajes que comprenden que la paz, ese abstracto desconocido, no se conseguirá sin una educación y una formación humanística  que les ilumine el camino a las nuevas generaciones hacia una sociedad más justa.

¿En qué momento de tu vida supiste que te dedicarías a escribir?

Mis libros han nacido de hechos, de frases, de imágenes recogidas en mis recorridos por el país como periodista. Conozco rincones a donde muy pocos han tenido  la oportunidad de llegar.  Y en esos viajes se me fueron enredando cuentos. El primero, Socaire y el capitán loco, apareció cuando navegaba  en un buque oceanográfico para escribir sobre los cayos de Roncador, Quitasueño, Serrana y Serranilla.  “Aquí nunca viajan niños;  los científicos necesitan silencio para trabajar” me dijo el capitán. Lo escuché y  sentí unas ganas inmensas  de inventarme una historia de una niña que, gracias a una pequeña trampa,  lograba viajar en un buque oceanográfico.  Me volví  periodista - escritora. Así duré mucho tiempo.

Historias de un país invisible nos confronta con una parte de Colombia que poco conocemos y  de la cual oímos por un homónimo: “el campo”.  En el libro se presenta un recorrido por cuatro zonas álgidas del conflicto armado en el país: Toribío (Cauca), Granada (Antioquia), Belén de los Andaquíes (Caquetá) e Istmina (Chocó), en las que se hallan profesores y promotores de lectura que se han empeñado por que los jóvenes elijan la educación como esperanza, y descarten huir de la miseria por los atajos de la violencia y la lucha armada.

 En Toribío se abrió un colegio que “robaba” niños de las filas de grupos armados; allí no hay horarios ni exigencias mayores, y los pelados no están encerrados en un salón aprendiendo teorías; por el contrario, entre otras cosas, han rescatado el espíritu nasa cantando en esa lengua. En Granada, el fútbol ha servido para reparar grietas sociales que dejó el atroz paso de la violencia; además de ser un espacio de unificación y reconocimiento, previo a cada juego hay un momento para repensar lo que implica la paz dentro y fuera de la cancha. En Belén surgió una valiosa oportunidad: hay una escuela audiovisual en la que los estudiantes se valen de los poco recursos que encuentran para narrar, representar y grabar sus propias historias… El capítulo dedicado a Istmina cuenta que una promotora de lectura que en 2013 desamarró los libros que había en la Biblioteca pública, los puso a volar por todas partes, deviniendo la biblioteca en algo sin límites,  y otorgando oportunidades de crecimiento  a niños que viven en condiciones lamentables; ella actualmente trabaja por hacer lo mismo en los cinco municipios en los cuales es promotora.

“La literatura –dice Lozano-, y el periodismo literario son  buenas herramientas para  acercar a niños y jóvenes  de la ciudad  a la  realidad de la guerra, esto les permite ponerse en los zapatos del otro, sentir empatía…  Estos libros  generan  debate: ¿qué responsabilidad nos cabe a los supuestamente  ‘buenos’, los que jamás hemos empuñado un arma?  ¿Qué podemos hacer para que esto no se repita? Y  más inquietudes: si no fuera este un país tan corrupto, si los gobiernos se hubieran preocupado por el campo, ¿tantos niños se hubieran arriesgado a ser combatientes?   Mi respuesta es: creo que muchos menos. La misma respuesta tengo cuando me pregunto qué hubiera pasado si el Estado, la familia y la sociedad hubieran cumplido su papel de garantes de los derechos de la infancia y adolescencia. Muchos que conozco jamás se hubieran ido a la guerra, su sueño era estudiar, ‘ser alguien’, y esa oportunidad sólo la encontraron en un grupo armado.  Creo que este tipo de libros ayudan  a unir esas dos Colombias: la visible y la invisible… Una niña  me dijo un día ‘gracias por sacarme de mi burbuja’”.

Por Maria Paula Lizarazo

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