El Magazín Cultural

Nina Simone, una fruta extraña

Era famosa, prodigiosa, negra y contestataria. La Sacerdotisa del Soul se agotaba de la gente con rapidez. En medio de un concierto podía parar y mandar callar a alguien.

Ángela Martín Laiton
22 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.
Ilustración de Bruno Liance
Ilustración de Bruno Liance

Cuando cumplió tres años, su mamá la sentó frente a una bestia gigantesca de madera que habitaba la iglesia a la que asistían. Según la madre, su pequeña ya estaba en la edad perfecta para enfrentar ese gigante al que toda su familia había domado. Contrario a lo esperado, la niña estaba maravillada y no asustada, dio tres vueltas completas abarcando la fiera indómita, la miró de cerca y desafiante para mostrarle que sus ojos no tenían miedo, le acercó una silla pequeña y se subió en ella con algo de dificultad; quería verle la boca de cerca a su adversario, tenía 52 dientes blancos y 36 negros más pequeños. Ella los contó con detención sin tocarlos, apenas señalándolos con el dedo índice desde el aire.

La niña resultó ser un prodigio. Con el pasar de los días su mamá estaba convencida de que lo que allí ocurría era un milagro de Dios. La orgullosa madre era ministra de la iglesia y organizaba recitales en los que su hija tocaba. Uno de aquellos días y después de haber ganado fama local, una maestra de música que vivía del otro lado de la ciudad fue a ver a la pequeña. Detectó talento y autenticidad en sus interpretaciones, por lo que se ofreció a instruirla durante el resto de su niñez.

Tenía diez años y se encontraba en medio de su debut como pianista. Había estado preparándose de cinco a seis rigurosas horas diarias, horas que otros niños dedicaban a jugar. Eunice Waymon tenía pocos amigos y no se le daban mucho las relaciones sociales, los demás niños la buscaban para que les cantara o les mostrara sus poderes con la música. El día de la presentación separó sillas a sus padres en primera fila. El concierto se inició con interpretaciones de los grandes de la música clásica. De repente la niña vio cómo quitaban los lugares a sus padres y sentaban a otras personas ahí. Eunice se supo negra y agredida por ser negra, vio de choque la segregación y el racismo. Detuvo sus dedos, dejó de interpretar. Una furia exacerbada le calentaba la sangre: “No continuaré hasta que regresen los puestos a mi familia”.

Había nacido y crecido en Carolina del Norte (Estados Unidos), su ciudad estaba dividida entre barrios de negros y blancos. Para visitar a su maestra debía cruzar por las vías del tren a la zona de los blancos. Ni su maestra ni ella creyeron. esas estupideces. “Eunice, serás la primera pianista negra de concierto en Estados Unidos”.

Con el sueño de tocar un día en el Carnegie Hall y con la complicidad de su maestra, quien reunió dinero de sus recitales y la envió a estudiar música a Nueva York; ingresó a la prestigiosa Escuela de Música Juilliard. Los ahorros que llevaba le permitieron estudiar el primer año, luego faltaron recursos y terminó retirándose. Su familia siguió insistiendo en su talento y se mudaron todos a Filadelfia para buscar una beca en el Instituto de Música Curtis. Ella se preparó meses enteros; toda su vida social, toda su dedicación, su tiempo y su energía se los regaló al piano. La beca fue negada, no por falta de talento o disciplina: por racismo, vergonzoso racismo.

No parecían buenos tiempos, su familia se había mudado a esa ciudad y no contaba con recursos suficientes para sostenerse. El sueño de la beca se había desvanecido. Empezó a tocar en clubes nocturnos para sostener a los suyos, se cambió el nombre para que su mamá no se enterara de que andaba en esos asuntos que tildaba de demoniacos. Nació Nina Simone, una mujer afrodescendiente que vestía de etiqueta en aquellos bares y en sus recitales mezclaba a Chopin con música góspel, jazz, soul o lo que solicitaran. En una de esas noches de trabajo el dueño del lugar se acercó y le pidió que cantara o de lo contrario tendría que irse. Nina se hizo cantante.

To be young, gifted and black

El panorama político estadounidense estaba en detrimento, las políticas raciales segregacionistas no cedían y la violencia contra los afroamericanos hacía parte de la cotidianidad. Nina Simone había vencido cualquier prejuicio o duda de su talento. El piano después de tantos años había dejado de ser una bestia que amaestrar, ella había encontrado en él refugio para sus sueños, llevaba al que antaño fue su adversario en lo profundo de las entrañas y desde esa profundidad habitaba el mundo a través de la música.

Era famosa, prodigiosa, negra y contestataria. La Sacerdotisa del Soul se agotaba de la gente con rapidez, en medio de un concierto podía parar y mandar callar a alguien. “No vine para entretenerlos”, amenazó una vez desde su piano a una fanaticada blanca que en el fondo sabía bien el motivo de su rabia. Nina Simone parecía tenerlo todo, había alcanzado el éxito, había hecho una familia y vivía como una black rich. Sin embargo, allá dentro en sus entrañas, en donde habitaban la música, su historia y su piano había algo que no la dejaba tranquila. Tenía dudas, dolores, angustias vividas. Su esposo se había convertido en su mánager, todos vivían de su trabajo, la explotaba, la golpeaba, la violaba.

Nina estaba harta y lo manifestaba, sufría depresiones y ataques de ira; empezaron a sedarla con pastillas para dormir. Lo que más amaba le estaba costando la vida, no veía el horizonte ni un para qué subir al escenario. Todo cambió cuando el Ku Klux Klan bombardeó la iglesia de Birmingham, Alabama, y murieron allí cuatro niños negros. Su fuego interior afloró, se volcó sobre sus dedos, sobre el piano, se posó en su voz. Compuso Mississippi goddam y tras cantarla, cuenta su hija Lisa, se enojó tanto que la voz se le quebró y nunca pudo volver a su registro, que era la octava.

Atendió al llamado y dio vuelta a su carrera artística, allí, al lado de la lucha por los derechos civiles, en defensa de su identidad, del legado que dejó la diáspora africana en el mundo. “No me importa comer ni dormir. Mientras esté haciendo algo que me parece valioso como esto. ¿Cómo se puede ser artista y no reflejar la época en la que se vive?”, alegó en medio de una entrevista. Esa era Nina, una mujer poco usual que no temía en levantar la voz, ella que se vengó del doble pecado por el que querían marginarla: era mujer y era negra. Nacieron grandes canciones en esos años, aunque la industria la castigara y sus discos dejaran de venderse, aunque la censuraran, aunque su esposo la acusara de loca. Era la dignidad la que se había erigido, Nina se hizo leyenda.

Una Nina para las niñas

Alice Brière-haquet publicó recientemente una minibiografía ilustrada en blanco y negro sobre la vida de Simone. Allí la intérprete le canta y le narra a su propia hija las injusticias del racismo, la lucha y el orgullo de ser afrodescendiente. Una apuesta maravillosa para erradicar los mismos cuentos de siempre, para arrancar de una vez la idea de que hay una sola forma de ser mujer, de habitar mujer el mundo. “Nina” es un libro que invita a nuestras niñas a ser dignas, fuertes, valientes, talentosas y sensibles. Es una oportunidad para decir sí a la sinfonía de Simone y construir un mundo sin prejuicios raciales o sexuales.

Por Ángela Martín Laiton

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