El Magazín Cultural

“Noche herida”: una sensación de quietud

El documental, que ganó en el pasado Festival de Cine de Cartagena el premio a mejor película colombiana, cuenta la historia de Blanca, una abuela que se desplazó desde Caldas a Bogotá junto a sus tres nietos.

Nátaly Londoño
10 de abril de 2017 - 02:00 a. m.
Blanca, la protagonista de “Noche herida” se desplazó desde Caldas hasta Ciudad Bolívar, en Bogotá.
 /  Cortesía
Blanca, la protagonista de “Noche herida” se desplazó desde Caldas hasta Ciudad Bolívar, en Bogotá. / Cortesía

2003. En un susurro el vecino le dijo lo que ella ya había escuchado antes: que debía irse, que de no hacerlo todos los suyos, incluyéndose, iban a terminar en el cementerio, que debía dejar la tierra. La tierra que la abrazó. La tierra, el campo, el único paisaje que hasta entonces conocía y reconocía como hogar. Todos sus recuerdos. Lo había escuchado antes, pero ahora era una persona de confianza la que le hablaba con seguridad plena, sin aspavientos, con tristeza. Con la angustia de “váyanse esta misma noche antes de que los maten a todos se fueron de Caldas a Bogotá, a un barrio ubicado en la periferia: Ciudad Bolívar.

***

Se apagan las luces. Alguien cierra las puertas del teatro. Y se queda sola, en el tiempo, una sensación de quietud. Un minuto o dos. Oscuridad, vacío, nada. Noche herida, una película de Nicolás Rincón. El sonido del viento furioso se rompe contra las ramas de los árboles. Frente a mí, la luz: verde menta y verde oliva de –lo que parece– una zona boscosa. Un niño escala el tronco de un pino. En todas partes la voz de una mujer que eleva plegarias a las benditas almas. Todas las historias empiezan como pueden. (¿Cómo hace una familia para reconstruir su mundo después de un desplazamiento forzoso?). La cámara no se mueve. Blanca Rodríguez vive en Ciudad Bolívar con tres de sus nietos, con gatos y perros que aparecen en la pantalla esporádicamente; y tiene un objetivo claro: “Darles a ustedes –a los niños– lo que yo nunca tuve: estudio”. Blanca hace de comer y resuelve los problemas del diario, tiene la nostalgia impregnada en los ojos y en la fuerza con la que respira su rutina, porque ella misma es fuerza, tanto, que se llevó consigo el campo a la ciudad. (¿Cómo cuidamos a los niños de la violencia?). Blanca se toma un tinto. Lucha. Habla con su vecina de la manera en que tuvo que irse huyendo de su tierra, por la puerta de atrás, sin bengalas y sin música, como si fuese culpable de algo. Y la cámara sigue quieta, casi imperceptible, dentro del nido de Blanca –porque la casa de Blanca es eso: un nido–, captado todo con dignidad.

Una canción popular, el ladrido de los perros, la pólvora, el ruido de la lluvia sobre el techo: universo sonoro. Frente a mí, la luz: Blanca nos cuenta que alguna vez el diablo hizo que a un hombre se lo tragara la tierra sin dejar rastro ni hoyos. Alrededor mío, una carcajada colectiva. La cámara sigue adentro, íntima y cotidiana. El nieto mayor de Blanca se fue a vivir con una noviecita. (¿Cómo enfrenta una familia desplazada la violencia urbana?). Blanca, con las palabras y el carácter fuerte, nos envuelve y nos muestra que ella tiene una historia, nos dice, con la voz quebrada, que aún no han sanado sus heridas, las heridas que le dejó todo su testimonio de guerra, nos muestra con sus gestos cómo una persona nunca pierde la esperanza con una oración que se queda en todas partes: “Ánima mía, ánima de paz y de guerra, ánima de mar y de tierra, que todo lo que tengo ausente o perdido, se me entregue o se me aparezca”. La cámara sigue adentro y sigue quieta y sigue haciendo cine sobre un terreno de la realidad, algo parecido a la ficción, y Noche herida sigue siendo eso, la vida: el sonido de la pólvora que parecen balas, las carencias de una abuela que lucha por salir adelante, por una unión familiar arrebatada con descaro, por un país siempre dispuesto a la guerra. No es compasión lo que nos muestra la cámara siempre estática. Es otra realidad.

Los créditos. “Las mujeres tienen algo especial, una especie de fuerza constructora, que les permite empezar de nuevo las veces que sea necesario, organizar las cosas, la familia. Con los hombres no pasa igual”, dice el director de la cinta. Las luces del teatro se apagan por completo.

Por Nátaly Londoño

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