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Nooteboom, el peregrino

Este es el testimonio, en primera persona, del escritor holandés Cees Nooteboom acerca del viaje como motor de la literatura y la vida.

Juan David Torres Duarte y Santiago La Rotta
18 de abril de 2013 - 09:32 p. m.
El escritor Cees Nooteboom en las instalaciones de la Casa de Poesía Silva.  / Luis Ángel
El escritor Cees Nooteboom en las instalaciones de la Casa de Poesía Silva. / Luis Ángel

Yo siempre tomo notas en mis viajes. El último gran viaje que hice fue desde Valparaíso, alrededor del Cabo de los Hornos, hasta el sur, Ushuaia. Hice otro viaje hasta Spitzberg, que es el punto más al norte del mundo. El viaje desde Valparaíso era tan interesante que, una vez llegamos a Montevideo y Buenos Aires, hemos tomado avión para ir otra vez a Ushuaia, porque me gustan las situaciones físicas extremas. La gente que vive allá.

Viajar es tener talento y ser curioso. Por ejemplo, en la oficina de la Casa de Poesía he visto un libro sobre la historia de la poesía colombiana y, en él, un poema paez, de una princesa india, pienso; ella le habla al río, al Magdalena. Tengo un amigo, Michael Jacobs, que ha publicado un libro sobre un viaje en el Magdalena y voy a enviarle este poema. Esa curiosidad es el arma de quien quiere escribir sobre países. La última vez que estuvimos aquí, en Colombia, año y medio atrás, estuvimos en Leticia. Hicimos un viaje en río. Viajar es movimiento. Y después, con todas las notas, vuelvo a casa o a un sitio tranquilo para trabajar con los apuntes que tengo y de esto sale un artículo, un ensayo.

Jamás viajo como un turista. Los viajes organizados, no. Pero esta vez ha pasado algo en mi vida, por ejemplo: soy invitado en un festival de literatura. Esto para mí no es un viaje. Pero siempre, aparte de esta invitación, me voy a otro lugar, como hice la vez pasada con Leticia. Después de aquí iré a Buenos Aires. Esas son las obligaciones una vez que uno es traducido. Luego saldré de los festivales, nada que tenga que ver con festivales, y viajaré al desierto de San Pedro de Atacama, en el norte de Chile. Sin periodistas, sin fotógrafos. La única fotógrafa es mi mujer; ella muchas veces hace las fotos para mis libros.

Alquilo un coche y luego nadie me conoce, no tengo una cara reconocida. Al norte de Chile no va nadie. Soy un anónimo, un turista, un gringo, lo que quieran. De cierta manera, eso es importante para viajar y escribir. Ser invisible, que uno pueda existir en la multitud, dentro de los otros, porque se puede observar mucho mejor cuando los otros no te miran, porque si no se vuelve demasiado consciente, intenta ignorarte mucho. No creo que sea uno de estos escritores que reconocerías en la calle. Me pregunto si la gente sabría quién es Philip Roth si lo ve en la calle, en Cali.

Pero es extraño cuando las cosas pasan así: en estos días estaba en una librería en Bogotá y alguien dice, a metros de distancia, en holandés, “¿señor Nooteboom, ¿qué hace usted acá?”. Eso sucede a veces. Pero lo normal es que pueda viajar como un punto de vista anónimo.

Uno viaja a mundos muy distintos. Por ejemplo, la semana pasada estaba en Nueva York. Aunque, en cierto sentido, las cosas esenciales son las mismas en cualquier lado: las personas comen, hacen el amor… En esencia, las personas son las mismas, aunque diferentes, en todo lado. Claro, hay diferentes culturas, diferentes tipos de trancones, diferentes condiciones económicas. Pero, al final, todo se resume en nacer, hallar un camino a través de la vida y morir. Si eres un poco inteligente vas reconociendo todas las diferencias. La cosa es que un ser humano, cuando todo está dicho, se enfrenta a las mismas cosas, como la enfermedad. Es una cosa simple lo que digo.

Claro, no todos los viajes son fáciles. Al final uno va entendiendo cómo reacciona ante las dificultades o la soledad. Tendré 80 años en un par de meses. Creo que es hora de que sepa algo de mí mismo; y la escritura por supuesto que ayuda. Pero, por ejemplo, si me hubiera quedado solo en una habitación podría haber encontrado otras cosas sobre mí.

Estuve en Colombia hace mucho tiempo. Todo era más violento. No recuerdo muy bien, tal vez fue hace 30 años. Estuve en Bolivia en los años sesenta, en los tiempos del Che Guevara. No soy un político, no poseo la sabiduría de cómo deberían ser las cosas. Pero las cosas sí han cambiado en Latinoamérica. No sé muy bien qué significa el progreso, pero algunas cosas sí se han vuelto más fáciles para algunas personas y, claro, más difíciles para otras.

Regreso seguido a España, que tiene el encanto de ser, primero, un lugar más silencioso. Me sirve para trabajar. Holanda está muy poblada. Sólo tenemos 16 millones de habitantes, pero es un país pequeño, que está lleno. Hay demasiado tráfico. En una hora y media, por tierra, uno ya está en el extranjero, no hay trancón. Y uno llega a España, en donde todo es abierto, especialmente en los años cincuenta, cuando comencé a viajar con extraños en la carretera, a dedo. Es un lugar tranquilo, allá es donde voy con mis notas a escribir. Y está al lado del Mediterráneo, que es una buena cosa. Creo que por eso escribí Cartas a Poseidón, dios de los mares; un gran enemigo de mi héroe, Odiseo.

Ya no hago autoestop, eso fue antes. A veces pienso cómo sería eso. Conoces gente, realmente llegas a conocerlos, porque dependes de ellos. Pero cuando lo hacía era una situación muy diferente. Esto era Europa hace 60 años. Por ejemplo, en España ya no se puede pedir un aventón en una autopista, es prohibido. Y nadie para, tal vez preferirían matarte. Pero en esos días yo aprendí español y francés con los camioneros. Mi español lo aprendí en la calle. Y viajar así es una gran forma de aprender cómo funciona una sociedad, uno se encuentra con gente con la que normalmente no tendría contacto. De pronto me siento un poco nostálgico por este período. Pero ya no me veo haciéndolo de nuevo, la gente diría qué hace ese pobre hombre viejo en la carretera.

@acayaqui

slarotta@elespectador.com

@troskiller

Hace más de medio siglo hice mi primer viaje. Yo tenía una mochila y había dicho adiós a mi madre. Y de cierta manera pienso que nunca he vuelto a casa, porque he viajado toda mi vida. Siempre me preguntan no sobre mi poesía ni mis novelas, sino sobre la idea de viajar. Porque, aparentemente, la gente piensa que es extraño. ¿Por qué usted no se queda en casa? Yo puedo trabajar en todos los sitios. Para mí, viajar es la normalidad. He escrito un libro, que se llama , en el que digo que el viaje siempre está en el ojo del huracán, porque alrededor hay mucho movimiento, pero uno tiene un cierto deber de observación, de anotar lo que ve y, de vez en cuando, retirarse a una habitación para escribirlo todo.

Por Juan David Torres Duarte y Santiago La Rotta

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