El Magazín Cultural

Nora Carbonell: "La poesía se hace camino... al escribir"

La poeta barranquillera Nora Carbonell es la invitada a esta segunda entrega de la serie "Poetas jugando naipes", creada y realizada por Clara Schoenborn.

Clara Schoenborn
10 de abril de 2019 - 08:48 p. m.
Imagen de la poeta barranquillera Nora Carbonell, para quien es esencial repasar a los poetas tradicionales para escribir poesía.  / Cortesía
Imagen de la poeta barranquillera Nora Carbonell, para quien es esencial repasar a los poetas tradicionales para escribir poesía. / Cortesía

Ser poeta es derrocar palabras que han sido reinas para sentenciarlas al ostracismo, sacar a otras de prisión para darles libertad, a algunas quitarles el vestido o emborracharlas, a la mayoría cambiarlas de casa, de amistades o de afectos. Ser poeta es pelear con las palabras y al mismo tiempo rendirles adoración.

La palabra es “la primera herida en la cuna”, dijo el filósofo griego Plotino. Así que desde nuestro nacimiento ellas irrumpen en nuestro universo, como si fueran otro aire que debemos aprender a respirar, un mundo paralelo que nos nombra la realidad y nos sitúa en ella de acuerdo con códigos históricamente aceptados por todos. Luego de un aprendizaje de varios años, el lenguaje se torna en una herramienta que usamos naturalmente y sin mayores dificultades.

Esta aparente sencillez del asunto es el gran problema del poeta.

Para el poeta el lenguaje deja de ser “parte del medio ambiente”, una herramienta de uso común, para constituirse en una materia prima en sí misma. Para él las palabras no son tomadas necesariamente como signos inequívocos que representan algo allá afuera en la realidad o algo ahí dentro de él, sino que ellas en sí mismas tienen su propia dinámica; tienen una fuerza intrínseca, una vida propia, que puede usarse para crear “distintas miradas” que impacten de manera especial en la mente, en el espíritu y en el corazón del lector.

Llevar a cabo esta labor, no es nada fácil.

En primer lugar, el poeta debe sanar esa “primera herida” causada por el lenguaje en la cuna, cicatrizarla, para empezar de nuevo a bucear en esa mole colosal del idioma, en dónde no sabe en principio cómo moverse, un universo en el cual puede obtener múltiples formas de expresar algo. Si tiene las estrellas a su favor, ese algo debe ser aquello que brille con luz propia en el letargo de la cotidianidad. Su poesía debe impactar y expandir de alguna forma el mundo interno de quien lo lee.

Escoger entre ese infinito número de posibilidades es la lucha del poeta, pero no solo eso, debe al tiempo integrar en ello un método, una intención, una línea estética, un estilo propio, una emoción y todo lo demás que conlleva la creación artística.

Este esfuerzo gigante no es conocido por el lector, pero es lo que hace resplandecer el poema frente a sus ojos. Él no lo sabe, pero lo intuye; lo presiente cuando el poema le dice algo que él mismo no habría podido expresar de esa misma forma, cuando se da cuenta de que carga dentro de sí sensaciones y pensamientos que sólo puede percibir a través de la poesía. Es lo que se conoce como el deslumbramiento frente a “la poeticidad” del texto.

Nadie mejor que Huidobro, el poeta chileno, para resumir lo anterior cuando escribió: “Un poema es un conjunto de palabras electrizadas, y el poeta es el hombre capaz de conferir a las palabras la vibración necesaria para que no sean charla, sino poema”.

Es de aclarar que todo lo anterior no implica el uso alocado ni extravagante del lenguaje, tampoco el tono erudito o rebuscado, ni mucho menos la utilización de esa antigua terminología poética de tono rimbombante y acaramelado. La pericia del poeta se demuestra cuando lleva esa “vibración del poema” al máximo punto, sin abandonar la nobleza y humildad naturales del lenguaje.

Tampoco tiene que ver con la edad del poeta. Un poeta joven puede haber desarrollado ya su plena madurez, mientras que uno anciano puede estar aún en una búsqueda, sin encontrar salida.

Hoy, vamos a hablar con la poeta Nora Carbonell sobre estos temas mientras jugamos una partida de naipes. Ya organizamos la mesa de juego y vamos a tirar las cartas.

La poeta Carbonell es nacida en Barranquilla. Es también narradora. Ha escrito cinco libros de poesía y quince libros de cuento infantil, así como varios ensayos literarios. Ha obtenido innumerables reconocimientos, entre otros: Primer Premio Concurso Nacional Casa de Poesía Silva, años 2012 y 3er Premio en el mismo concurso, año 2017; Primer Premio en el I Concurso de Cuentos Infantiles de Comfamiliar del Atlántico, Primer Premio en el Concurso de Cuento de El Túnel de Montería y Premio Portafolio de Estímulos Alcaldía de Barranquilla, año 2010 y 2017.

Ha tenido 14 años de experiencia dirigiendo talleres de poesía, a los cuales asisten muchos jóvenes.

¡Bienvenida Nora! ¿Si pudiera darle un solo consejo a los jóvenes que están interesados en aprender a escribir poesía, cuál sería?

Muchas gracias, Clara. ¿Un solo consejo a los jóvenes? Que en la búsqueda de su estilo, primero que todo se nutran con la lectura de la tradición poética, antes de abordar tendencias derivadas del vértigo de la difusión mediática o el esnobismo. En la tradición está la esencia original de la poesía; a partir de ella, el poeta puede explorar nuevas formas de creación.

En los talleres de poesía se dota de herramientas a los futuros escritores o al menos, se los guía a descubrirlas y utilizarlas. No obstante, para que ellas den fruto se requiere talento. ¿Cree que parte de la responsabilidad del tallerista es también concientizar a ciertos participantes de que técnica sin talento no lleva a ninguna parte? ¿O qué salida le daría a este tipo de alumno?

En la narrativa, quizá un juego técnico pueda terminar en un texto memorable; pero en la poesía, sin talento no hay técnica que valga. Concientizar de esta verdad a los participantes de un taller es una obligación del tallerista; bastante difícil, ya que están en juego las emociones y sueños de los jóvenes. Pienso que al estudiante que maneje la escritura, pero que no tenga “el duende” del que hablaba Lorca, se le puede aconsejar que incursione en otros géneros como el ensayo o el periodismo, donde se hace un fino y objetivo trabajo del lenguaje, sin la absoluta necesidad del estado de gracia que conlleva la poesía.

En la actualidad está de moda la poesía escrita por jóvenes. ¿Qué opinión le merece lo que usted ha leído de ellos?

He leído y escuchado eclosiones sentimentales de jóvenes que entran al amor, las cuales se quedan en el intento, sin alcanzar la luz medular de los buenos textos;  espontánea y valiosa poesía popular, sin muchas pretensiones artísticas; y también, poesía activista, amorosa o experimental de excelente factura; esta última, escrita por jóvenes que además de talento, tienen consciencia de la necesidad del trabajo lingüístico, y generalmente, no están  impelidos por la urgencia  de las publicaciones.

Así como nos dio un consejo para los jóvenes escritores, ¿nos podría dar un consejo para quienes imparten talleres de creación poética?

Cada tallerista tiene sus propios métodos y estrategias para acompañar a sus alumnos; más que consejo, me gustaría compartir mi experiencia: me he cuidado de no imponer mis criterios ni claves de creación, solo les he señalado lecturas, guiado en el descubrimiento de posibilidades, encendido lámparas para que cada uno avance en la construcción de su estilo, dejando que en libertad y con oficio vayan haciendo su camino poético. “Se hace camino…al escribir”.

Ahora viene lo mejor. Queremos saber de su poesía. ¿Nos deja conocer algunos de sus poemas?

Con muchísimo gusto, Clara. Gracias por tu amable invitación al juego de los naipes y las palabras. 

***

Marylin implora a Warhol

Píntame como una astromelia, Andy,
como una flor de altanero hule.
No la gardenia que nunca fui.
No la chica semidesnuda de rojo.
No el flash que me encandilaba ni la sed del insomnio.
Como un basilisco, Andy,
como una luciérnaga en el pasadizo de la noche,
como una canción de Sinatra
en la herbívora paz y el melocotón amor de 1960.
Multiplícame, Warhol, con todos mis espectros,
el naranja de la soledad que subía por las escaleras,
el fucsia de las sombras en mi ventana,
el oscuro del silencio al otro lado del teléfono,
el azul en las cápsulas de la muerte,
el fútil ocre de la leyenda.
Exhíbeme sin pudores, Warhol,
como una marca registrada,
como si el lunar en mi rostro
fuera el blanco para tu icónica fealdad.
Entre mis dientes, tu corazón triturado.
Sobre mis pestañas, el bálsamo de tu insolencia.
Entre los dos, la condición humana.

***

Caligrafía de los sentidos

I. Hellen

Las manos de Hellen son pájaros ciegos.

Descubren la textura de las montañas

en la aspereza de los muros,

y en el alar de sus dedos

la lluvia deja un aroma a río.

Hellen usa las manos, piel expuesta

a su boca sin palabras; nunca

los cuchillos, barreras entre

su hambre y el mundo oscuro.

El silencio toma apariencia de padre y madre,

de mesa y abejas que danzan en las tinieblas;

también de baba en los caracoles rojos.

¿Cómo nombrar, Hellen, el aire que enfría

los huesos como la muerte?

¿Cómo se llama la calidez,

cuando algo que no es el amor

te cubre el cuerpo bajo las tardes de septiembre?

¿Cómo sanar la herida amara de la impotencia?

 

II.  Anna

Anna no puede ver el horizonte,

pero conoce el corazón-equipaje

del viento que silba su elegía del viajero.

No estás sola, Anna.

Tu madre muerta, tu padre muerto,

tu perro muerto, tus ojos en sombras;

pero tú, viva y encendida igual a una llama

en la espesura del combate.

Anna, búscate en otra que no encuentra las palabras.

Sustancia de luz son las palabras, tú tienes la luz, Anna.

La otra tiene la andadura de sus manos.

 

III. Hellen y Anna

“Mantén tu rostro hacia la luz del sol

y no verás la sombra” escribió Hellen

en las manos de Anna.

¿Cuál de las dos, maestra o alumna,

cobija el verbo exacto,

la claridad de lo nombrado,

el espejo que refleja el espíritu

y no la materia deleznable?

Hellen y Anna conversan

la caligrafía de los sentidos,

la vibración del tiempo

en la garganta, los signos

del arcano en las constelaciones,

el amor sereno de la compasión,

las palabras que se pueden tocar

como las piedras y el fuego.

Puentes y lámparas son tus manos, Hellen,

dijo Anna. 

***

El remo en la pared de un bar

 extraña al agua,

 la sinuosa humedad que lamía sus hendiduras

el chasquido abierto bajo su golpe

la curvatura del río sobre el cauce de arena.

Una bella mujer atraviesa entre las mesas

y la levedad de su sombra toca al remo.

En su abandono, el exiliado despierta

a humanas fantasías.

***

Las madres en vigilia 

Cuando las madres se vuelven

locas en Buenos Aires

y se anudan los pañuelos blancos

de la memoria viva.

Cuando las madres en vigilia

encienden lámparas

para alumbrar a sus dulces muertos

-solo ellas saben lo dulces que eran

lo amorosos que eran-.

Cuando las madres en Bogotá,

con desgarrado gesto y palabras indignadas,

recogen palabras de transeúntes

para apaciguar su orfandad de madres.

Cuando las madres en Bagdad

entregan sus mártires

para que vayan al paraíso,

no hay dolor parecido al de ellas

ni banderas en sangre que les devuelvan

las nueve lunas

en las que alimentaron al amor.

 

Por Clara Schoenborn

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