El Magazín Cultural

Norma Jeanne, la rubia que no pudo llorar

El pasado 5 de agosto se conmemoraron 55 años de la muerte de Marilyn Monroe.

Karolina Oñate
06 de agosto de 2017 - 07:23 p. m.
Marilyn Monroe fue hallada inconsciente en el dormitorio de su casa de Brentwood (California) por su ama de llaves, Eunice Murray (m. 1993). / Archivo particular
Marilyn Monroe fue hallada inconsciente en el dormitorio de su casa de Brentwood (California) por su ama de llaves, Eunice Murray (m. 1993). / Archivo particular

Una mujer inteligente besa, pero no ama;
escucha, pero no cree, y se va antes de que la dejen.

Marilyn Monroe.

 

Siempre he pensado que los estereotipos son un mal realmente nocivo para el mundo, hacen mucho más daño que cualquier arma de fuego, pues la lengua y el lenguaje de los hombres suelen ser más hirientes y dolorosos, actúan de forma lenta y perniciosa. Las mujeres hemos de sufrir, con estoicismo, toda clase de estereotipos, obligadas a ser increíblemente hermosas, o arrolladoramente inteligentes, nada de puntos medios, nada de ser nosotras mismas y vivir bajo nuestro propio criterio.

La mayoría de los estereotipos femeninos se concentran en la apariencia o el comportamiento de la mujer. El mundo del espectáculo no es ajeno a estos. Una mujer que se enamora, pero que está casada, que abandona todo en nombre del sentimiento más sublime, como Ingrid Bergman, se encuentra condenada a vivir como la encarnación del mal. Otras sienten que llevando una vida al interior de su propia timidez, haciendo catarsis en el arte, logran superar la visión limitada de los hombres, formando un mito, cual diosas sobre sí mismas, como lo hizo Greta Garbo. ¿Y por qué hablo de ellas? Porque ellas eran mujeres hermosas que, de alguna manera, sentaron su voz de protesta ante una industria que solo fabricaba estrellas en apariencia, pero que no pulía talentos, que salía a las calles a buscar a esas imágenes de mujer que, con una que otra instrucción, lograrían ser bombas taquilleras. En ocasiones, el milagro se daba, como sucedió con Ava Gardner o con Paulette Goddard.

A veces, los milagros se vuelven contra nosotros. Eso podría asegurarlo una mujer única en su clase que, quizás no dio mucho de sí misma en el cine, una mujer que solo quería llorar, que buscaba amar y ser amada, ser más que una imagen con un vestido blanco al aire, o una portada icónica de revista; una mujer con un corazón puro, corazón de niña, una a la que obligaron a ser mujer antes de tiempo, y a la que hirieron en lo más profundo de su ser.

Muchos hablan de Marilyn Monroe, pero muy pocos saben de Norma Jeane Mortensen (su verdadero nombre). Nadie habla de esa mujer sin madre, sin familia, que no conoció el amor fraternal, pues viviendo en hogares de paso, sufrió abuso sexual por parte de sus cuidadores; una mujer a quien los golpes y las tristezas volvieron ferozmente bella, que apostando por su futuro, se liberó del yugo de un esposo abusivo, siguiendo la escalera al cielo de la fama; lastimosamente, lo lento del ascenso no compensó el rápido descenso al infierno de la vida de una artista bella y talentosa.

Atormentada por sus inseguridades como mujer, vivió del mito que involuntariamente creó: el papel de rubia tonta. Y es que Marilyn no era rubia, era castaña, no era tonta, tenía una colección de más de 450 libros, además, escribió algunos poemas, miles de cartas al único ser en el mundo que fue faro de luz en medio de sus miedos, su hermana mayor Berenice.

El mito de Marilyn nace luego de All about Eve (Eva al desnudo). A pesar de no ser una figura protagónica, el hecho de ser una de las películas con más nominaciones a los premios Óscar, la pone en el mapa de nuevas estrellas. Por supuesto, sin mencionar su gracia y belleza natural; tres años más tarde, en 1953, estalla la rubia, con el ya clásico Gentlemen prefer Blondes (Los caballeros las prefieren rubias), y el número musical Diamonds are a girl´s best friend (Los diamantes son los mejores amigos de una chica); sin embargo, los años de consagración, además del apoyo incondicional, consejos y enseñanzas del genial Lee Strasberg (1901–1982), conocido maestro de actuación, no impidieron que su lado más oscuro, su adicción a los barbitúricos y al alcohol, opacara la genialidad de su trabajo tanto en comedia como en drama, incluso siendo ganadora de un Golden Globe, en la categoría de Mejor actriz (comedia o musical) por la comedia Some like it Hot (Algunos prefieren quemarse, en Hispanoamérica), de 1959.

Fue una mujer enamorada del amor, quizá el único que pudo conocer, el amor sexual, ese que nos banaliza, que nos hace objetos o trofeos para mostrar. Sus esposos no fueron los mejores hombres de la vida. El primero, James Dougerthy, celoso de su éxito, la obligó a abandonar su carrera. Ella misma empezó esa relación y la terminó, probablemente el único momento en donde confió plenamente en sí misma. El segundo, Joe DiMaggio, gran deportista, era un golpeador desenfrenado que hizo añicos su sueño de ser madre y, a pesar de todo, fue quien más sufrió su muerte. Arthur Miller se burlaba de ella, tras bambalinas, aunque participó en la cinta The Misfits (guion escrito por Miller), en donde supo abordar lo mejor de sí misma, aunque el filme fue un fracaso en todos los sentidos; los hermanos Kennedy… si pudiese ella misma borrar su recuerdo de un plumazo, estoy segura de que lo haría.

Marilyn añoró ser madre, dar todo el amor y afecto que no tuvo en la infancia. Quería saber qué sintió su madre cuando la vio por primera vez; quería un hijo, quería prolongar su propia existencia, deseaba, en el fondo de su corazón, recibir un afecto desinteresado, el de una madre hacia un hijo; lastimosamente, sus adicciones y la presión de ser siempre bella fueron más fuertes, sufriendo dos abortos espontáneos, refugiándose cada vez más en el alcohol y las pastillas, tratando de olvidar la pena de los hijos que no pudo llorar.

Siempre tuvo el deseo de ser alguien mejor que la imagen que de ella se recuerda, siempre quiso ser alguien más que la rubia tonta que sus películas llegaron a mostrar, nunca quiso ser realmente un sex symbol. Ella, con sus heridas internas, las cicatrices de su alma, solo quería ser una mujer, una mujer natural, de esas que destellan alegría y sensualidad, al mismo tiempo que cautivan con su agudeza e inteligencia, una de esas que aman la vida hasta el cansancio, que siempre tienen una cálida sonrisa para ocultar sus tristezas o que, con ánimo, escuchan a los demás; para dar un abrazo, para dar lo que ella nunca tuvo; buscando en el espectáculo, lo que no pudo encontrar en el mundo real.

Se cumplen 55 años de su muerte. Hoy el mundo la recordará otra vez como esa mujer de sonrisa coqueta, cuerpo esbelto; recordará a la rubia, la que usurpó un hogar feliz, a la amante, a la otra. Muy pocos recordaremos a esa mujer frágil, de ojos perdidos, que le dedicó a su presidente un feliz cumpleaños. Todos se acodarán de su glamour, muy pocos recordaremos su belleza.

Marilyn, la rubia que no pudo llorar, abandonó este mundo el aciago 5 de agosto de 1962, en plena Guerra Fría, dejando a todos los que la vieron en alguna ocasión en medio de un estado de estupor, pues ya nada sería lo mismo sin ella; muchos se aliviarían con su muerte, o quizás todos la lloraron, porque duele mucho que una mujer de 36 años, con todo por delante y con las mismas esperanzas que todas, deje todo para, al fin, encontrar en un país eterno el amor, la vida y las otras cosas con las que se alimenta el alma, cosas que con los mortales nunca pudo encontrar.

Por Karolina Oñate

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