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Nosce te ipsum o el sentido del mito (Notas pedagógicas para una sociedad en crisis XIV)

El presente escrito hace parte de una serie de reflexiones como maestro, sobre la relación entre la educación y la vida, como sustrato de una consciencia para una sociedad equitativa y tolerante.

Guillermo López Acevedo
17 de junio de 2020 - 11:15 a. m.
“Se abre así un problema fascinante, tanto psicológico como histórico: aparentemente el hombre no puede sostenerse en el universo sin creer en algún orden de la herencia general del mito. De hecho, la plenitud de su vida parecería incluso estar en relación directa con la profundidad y amplitud, no de su pensamiento racional, sino de su mitología local”. Joseph Campbell (Las máscaras de Dios).
“Se abre así un problema fascinante, tanto psicológico como histórico: aparentemente el hombre no puede sostenerse en el universo sin creer en algún orden de la herencia general del mito. De hecho, la plenitud de su vida parecería incluso estar en relación directa con la profundidad y amplitud, no de su pensamiento racional, sino de su mitología local”. Joseph Campbell (Las máscaras de Dios).
Foto: Agencia EFE

Que se mencione el vínculo de la filosofía y la ciencia con la educación, resulta de total pertinencia, pero que sea el mito una forma complementaria o esencial del proceso de enseñanza aprendizaje, parece una idea absurda en el contexto actual, salvo para quien lo estudie como parte de su profesión o interés personal. A pesar de que no ha existido la cultura sin el mito, la sociedad contemporánea bajo sus premisas heredadas de la Modernidad, lo relegó al ámbito de lo fabuloso o del delirio fantástico, género literario –en el mejor de los casos-, y en su peor versión asociado a una mentira enfermiza, como lo revela la palabra mitómano, perspectivas sesgadas que no han hecho más que estigmatizar y deslegitimatizar uno de los aspectos más valiosos de la vida humana. Así lo presupuesta el derrotero del conocimiento en occidente, en boca de uno de los padres de la ciencia moderna: “Bacon señala esta tendencia de las ciencias que continuará el iluminismo: convertir al hombre en amo, librarlo del mito, la superstición, el temor. El intelecto humano debe vencer y dominar a la naturaleza, el conocimiento es poder de dominación ya que lo que los hombres deben saber de la naturaleza es la forma de utilizarla para lograr el dominio que lo libere para siempre de la tiranía de la superstición”. ( La Gran Restauración - Novum Organum). Citación esta de Francis Bacon, en que se equipara erróneamente al mito con la superstición y con el miedo, y donde la naturaleza debe caer bajo la categoría de “dominada” sin ningún tipo de nexo más que el de uso y utilidad, lo cual denota una mirada precaria, pero a la vez una guerra implícita a todo lo ancestral y milenario, lo cual no tiene nada que hacer frente al nuevo paradigma representado por el pensamiento científico, que ha seducido al hombre contemporáneo por vía de la tecnología. Sin embargo, gracias a los estudiosos de las religiones comparadas como Mircea Eliade, se ha equilibrado la balanza en términos de revalorar el conocimiento de los mitos y de las culturas ancestrales. Justamente Eliade revela algo que en mi concepto es uno de los aspectos más lúcidos de su trabajo, como resultado de haber indagado durante décadas sobre el pensamiento “primitivo”, al referirse al tema de lo sagrado, aspecto esencial de todo mito: “Lo sagrado” es un elemento de la estructura de la conciencia, no un estadio de la historia de esa conciencia” (Historia de las creencias y de las ideas religiosas, RBA 2005). Si nos detenemos a pensar en esta premisa, nos resulta claro que a diferencia de lo que estipuló la ciencia y la filosofía europea, al catalogar el pensamiento mágico-mítico como propio de sociedades “incultas”, “salvajes” y “primitivas”, y que por ser la forma primigenia de pensamiento, se le confiera un valor al igual que si fueran niños que no han llegado al uso de la razón, es decir, no válidas para ser tenidas en cuenta como forma de conocimiento y aporte al pensamiento “evolutivo” de la ciencia –el modo más elevado de raciocinio según occidente-, el mito no puede ser considerado como forma inválida de pensamiento y conocimiento, pues su aspecto de lo sagrado no es la primera “etapa” hacia la evolución de dicha conciencia, sino una condición innata de la naturaleza humana que está presente siempre y en toda época, aspecto que Eliade confirma al señalar que la tendencia natural por sacralizar el mundo solo ha cambiado de objeto, pero sigue siendo en esencia el mismo acto mágico-mítico que el del hombre primitivo, para el cual ahora simplemente ha enmascarado lo sagrado con lo profano: adora los autos, los celulares, el dinero, los libros seculares, el estatus; es decir, todo aquello que la sociedad de consumo ha empoderado, bajo la nueva religión del capitalismo, con sus sumos pontífices banqueros y sus sacerdotes investigadores al servicio de la ciencia. Frente a esta disertación, valdría la pena preguntarse por el argumento con que inicia Eliade su historia de las religiones: ¿Por qué la religión está en crisis en el mundo occidental, pero continúa imparable en oriente?

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Anterior a la pandemia -que se presenta como un punto de inflexión aparte, en el discurso de nuestro relato cotidiano y el histórico, como algo sin precedentes-, vivimos los tiempos en que lo innecesario se había vuelto indispensable, en que el materialismo ha cundido por cada rincón, paralelo a un individualismo ególatra que presupone el estatus en razón a la capacidad económica, donde los viles se enaltecen como dirigentes y sabios, mientras se persigue la verdadera sabiduría y la objeción de conciencia cuando la tierra pasa por uno de los más lamentables momentos, debido a su devastación por un usufructo sin sentido, basada en la premisa esquizofrénica de “la mayor ganancia en el menor tiempo posible”, esgrimidas desde las universidades más renombradas (Oxford, Cambridge, Harvard) desde las cuales se exponen las teorías económicas que proponen una competencia desaforada para mantener el dominio sobre la explotación de hombres y recursos que encumbra a unos pocos señores de la guerra y del miedo…Aquí, no se vislumbra en el horizonte la menor esperanza de una vida frugal, responsable para con los otros, erotizada y plena de aventura y solidaridad, donde los niños y niñas de nuestra nación puedan cantar en libertad el himno de la alegría, asidos de las manos, negras, mestizas, indígenas y blancas. Podría traer a colación las sabias palabras que el mamo Kuncha, Arhuaco de la sierra nevada, señaló en alguna de sus charlas: “El conocimiento del hermanito menor, carece de las alas del espítritu”.

Sin embargo, si miramos hacia el pasado, hacia el origen de nuestra cultura occidental, nos tenemos que sentar por obligación para observar con suma atención el frontispicio del oráculo de Delfos, en honor al dios Apolo, cuyas palabras talladas en griego antiguo dicen: gnóthi seautón o traducido al latín como Nosce te ipsum: “Conócete a tí mismo”, quizás y sin lugar a dudas, el mensaje de sabiduría más importante y valioso dado a la humanidad, que parece tan simple, pero es de una complejidad insondable, porque justamente apunta a la esencia más profunda de la naturaleza humana, la cual se revela de manera única en el Mito y toda su poética de lo sagrado. Es ese canto del universo, esa melodía atávica que resuena por los corredores cavernosos de nuestra psiquis desde un tiempo primordial, que se hace eco en momentos de especial significación y en los rituales de nuestros pueblos ancestrales, cuyo conocimiento ha sido y está siendo denigrado, callado y falseado, cuando tenemos una de las más hermosas y grandes vetas de sabiduría, poesía y creatividad que jamás hayamos conocido. Es hora de revisar nuestros prejuicios y lanzarlos a la basura, ya fue suficiente con un conocimiento que ha cojeado desde su instauración por tratarse de una imposición colonialista que negó las culturas nativas y las relegó a categorías infrahumanas, que solo existían en su modelo discriminador y de terror. Hoy por hoy es de una necesidad imperativa que los centros educativos recurran al conocimiento de los pueblos indígenas, donde no solo se encuentra una mirada sabia de la naturaleza humana, sino de aportes medicinales que no pueden seguir siendo explotados por el mundo occidental para apropiarse de patentes que están en manos de las corporaciones y de los laboratorios clínicos más importantes del mundo; mientras al mismo tiempo se asesinan sus líderes y se plantea una extinción sistemática para apropiarse de sus territorios y destruir paulatinamente la idea de comunidad, que es el modelo de vida por excelencia del mundo indígena.

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La comunidad en su más pleno sentido, por su naturaleza y conducta, por su ser, es absolutamente antagónica con el mundo del éxito individualizante de la sociedad moderna, con sus prácticas y políticas. La comunidad es autosuficiente y autoregulada por leyes propias, al Estado moderno le incomoda lo cerrado, lo no regulado por sus reglas de juego, y justamente en el juego del conocimiento, el mito no es compatible en el paradigma de la ciencia. Sin embargo, la cosmovisión ancestral de los indígenas no ha agredido ni provocado al hombre moderno, más bien al contrario, el hombre moderno en su pretensión civilizadora que no civilizada, ha violentado este mundo, dejando manifiesto una serie de contradicciones que confrontan los mismos derechos nacidos de su seno, o quizá más bien, que dan luz sobre el verdadero propósito que obra desde los centros de poder. Poder, que igualmente resulta diametralmente opuesto al ejercido por las comunidades ancestrales como lo muestra la siguiente cita: “Generalmente en occidente el poder se busca y se detenta para servirse de él, lo cual motiva la ostentación que es clave en nuestra concepción de poder. Se busca el poder y se ostenta, y al mismo tiempo, la gente que está debajo del poderoso alimenta ese poder. “Alimenta” en el sentido de dar a ese personaje su fuerza; lo nutre con su admiración y con su sumisión, lo Instaura. Lo que observo en las comunidades indígenas, es que estos chamanes y jefes tienen un poder que está en función del servicio, o sea, tienen el poder para servir a los otros a aquellos a quienes guían”. (Urbina, 1980).

El Principito de Antoine de Saint-Exurpéry ha legado unas frases maravillosas que resumen la idea de “ver el mundo con el corazón, porque lo esencial es invisible a los ojos”, porque su acceso no proviene por vía del cálculo y la lógica, sino de una conciencia que vibra en un orden más sutil y profundo, en un lenguaje intuitivo y más parecido a la ensoñación, poético si se quiere, erótico y aventurero, pero definitivamente amable con la vida, la naturaleza y el otro que como yo, vive, siente y sufre por igual. Joseph Campbell, tal vez el más grande mitólogo, expresó que lo más interesante fue descubrir las diferencias entre las culturas, pero sobre todo, las coincidencias comunes a todas: “considera que su estudio demuestra “la unidad de la raza humana, no sólo en su historia biológica sino también en la espiritual” (Las máscaras de Dios, Atalanta 2018), aspecto que debería ser suficiente motivo para que se enseñe en cada centro educativo religiones comparadas, de lo cual hace eco el señor Hans Kung. En este sentido es que abogo por un saber de nuestras culturas, que debe ser implementado en nuestros colegios y universidades para que no solo se salde una deuda enorme y se corrijan nuestros terribles errores del pasado, sino que nuestro país y gobierno cumpla la agenda, con la cual se comprometió ante la UNESCO en la “Convención de París” firmada en 1972 y constatada en 1992, de la cual Colombia forma parte a través del Ministerio de Cultura, para preservar el Patrimonio Cultural Material e Inmaterial que incluya a nuestros pueblos ancestrales por medio de una cátedra obligatoria y de un reconocimiento de ellas como patrimonio VIVO de la humanidad.

Por Guillermo López Acevedo

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