El Magazín Cultural
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La novia de Gabo en Zipaquirá

Fragmento del libro ‘Cuatro años de soledad’, del escritor Gustavo Castro Caycedo (*), obra de Ediciones B sobre la vida de bachiller de Gabriel García Márquez.

Gustavo Castro Caycedo *
20 de abril de 2014 - 02:00 a. m.
Berenice Martínez, novia de Gabo en su época de estudiante de bachillerato.  / Archivo particular
Berenice Martínez, novia de Gabo en su época de estudiante de bachillerato. / Archivo particular

Luego de averiguar con muchos testigos sobre si Gabriel García Márquez tuvo novia en Zipaquirá, el hacendado Alberto Garzón, vecino suyo de pupitre en sexto de bachillerato en el Liceo Nacional de Varones, me dio la clave: “Había una niña muy linda, con un pelo hermoso, se llamaba Berenice Martínez, los estudiantes le decíamos La Sardina. Varios compañeros la pretendían, pero ella se la pasaba con Gabriel. Creo que fueron novios”.

Logré ubicarla en Pasadena, California, Estados Unidos, a donde se fue a vivir después de haber vivido en Bucaramanga, Barranca y Cartagena, y de quedar viuda. “Después de estudiar en Zipaquirá me fui a la Academia Remington Camargo, de Bogotá, y regresaba los viernes”, es lo que primero me cuenta Berenice, quien anota: “Gabito visitaba a mi mamá y adivinaba que yo llegaría antes del viernes; me presentía”.

Ella me decía que Gabriel decía: “‘Siento que Bereca va a venir’. Y por algún motivo yo adelantaba mi viaje. Si él me presentía, ¡qué mujer no se iba a sentir halagada con eso!”.

Amistad o amor platónico que se inició en 1944, al año siguiente de que Gabriel García Márquez ingresara al Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá: “De verdad, fue una época inolvidable (cuenta Berenice). Recuerdo que salíamos a caminar con La Nena Tovar, Consuelito Quevedo, Emilita Ramírez, Alcira Méndez, Ligia Rivera y con otras niñas amigas mías y de Gabito. Íbamos a Las Onces a comer golosinas, salíamos a la plaza o simplemente caminábamos. Y en otras ocasiones asistíamos a fiestas en algunas casas, que en esa época llamábamos melcochas o empanadas bailables”.

Habían pasado cincuenta y nueve años, ocho meses y cinco días cuando Berenice Martínez recordó: “Me hacía la visita en la sala de la casa o si no, en la ventana. ‘Ven, mi corazón te llama ¡ay! desesperadamente; ven, mi vida te reclama; ven, que necesito verte...’. Eso lo cantaba Rafael Arnedo, afuera, como dando una serenata casi diurna. Yo abría los postigos de la ventana y Rafa, que acompañaba a Gabito a las visitas, me anunciaba: ‘Gabriel me invitó para que te cante y salgas a la ventana. Es que quiere hacerte una visita’”.

Berenice añora las “largas y amables horas vividas cerca de Gabito, hablando cosas agradables durante ese tiempo en que yo estudiaba en Bogotá y esperaba ansiosa el regreso a Zipaquirá, los fines de semana, para encontrarme con él”. Y agrega: “Desde esa ventana él me recitó varias veces unos versos que no recuerdo si eran de los suyos, los cuales jamás voy a olvidar: ‘En esta misma ventana donde me diste tu adiós, vi que se daban la mano las mismas sombras que antaño se miraron tras las rejas, se contaron sus tristezas y se dijeron adiós’”.

“Son muchos recuerdos”, dice Berenice, y suspira... Luego de una pausa, va y toma un libro: es Platero y yo. Se pone seria. Lo abre en la primera página y una sonrisa infantil le ilumina el rostro: “Bereca: para que se acuerde del amor cada vez que asome su alma a este detenido río de belleza”, reza la dedicatoria al pie de la cual está la firma: Gabriel. Y surge en su cabeza un remolino de recuerdos que hacía casi seis décadas no removía tanto como ahora.

Según Álvaro Ruiz Torres, “mancorna” de García Márquez en el Liceo y principal testigo de su amor por Berenice Martínez: “Cuando la conoció, Gabito no volvió a ser el mismo; desde entonces las coplas, que al llegar de Barranquilla eran muy escasas, se convirtieron de pronto en Zipaquirá en frecuentes poemas románticos y sentimentales”.

Y cuenta: “Una vez me dijo que en algunas ocasiones, cuando él quería hablarle a Berenice, las palabras se le morían entre los labios. En su fantasía la dibujaba con uniforme y libros debajo del brazo; esa niña-mujer despertó en su alma y en su corazón sentimientos que me confesó desconocidos hasta entonces para él, pues Bereca, a diferencia de otras mujeres que había tratado, más que apasionados o eróticos, le inspiraba sentimientos románticos, tiernos, de amor, amor”.

Álvaro Ruiz concluye: “En la práctica, así la relación de Bereca y Gabito fuera medio platónica, claro que fueron novios. El primer impulso de García Márquez, luego de conocer ‘mi descubrimiento’, fue comunicarse con Berenice Martínez, su primer amor, a quien le llevaba 49 días de edad. Él nació el domingo 6 de marzo y ella, el sábado 11 de junio de 1927.

Entonces, García Márquez la llamó a la casa de su hija Ana, allá en Pasadena; cuando él le habló, Berenice quedó muda, no se atrevía a hablar; y luego creyó que la estaban “tomando del pelo”; casi no se convence de que era Gabo quien hablaba. Aunque su primera reacción fue de incredulidad —porque cuando oyó de quién se trataba escuchó una voz que le pareció muy joven—, pensó que le estaban jugando una broma: “A mí qué me va a llamar un nobel, no me mamen gallo”, pensó. Lo que la hizo dudar mucho; sólo cuando ese nobel pronunció unas palabras claves, ella entendió que en realidad se trataba de Gabito.

Berenice cuenta que le dijo: “Bereca, soy una voz de otros tiempos”. Y anotó: “Quince días después, en la segunda llamada, me habló de la enfermedad que lo aquejaba y que lo llevó a Los Ángeles, aparentemente cerca de donde yo estaba; me dijo que habría preferido que los exámenes médicos los hicieran en Nueva York, porque a él no le gustaba la capital del cine”.

“Me habló de los recuerdos que tenía de nosotros dos y sobre nuestros amigos comunes en Zipaquirá”. Berenice dijo: “Siempre vi en él a una persona sensible, muy inteligente y con capacidades de clarividente. Y quedamos de vernos cuando Gabito regresara a Los Ángeles, a sus nuevos chequeos médicos. Pero al final él hizo una reflexión y aunque parecía que estábamos cerca, la verdad es que de donde le hacían los exámenes a mi casa había una enorme distancia”.

Bereca se declaró feliz de este inocente encuentro telefónico que no le hacía mal a nadie, pues era como el de dos viejos amigos hablando del pasado; lo que sí fue claro es que le parecía como un sueño haber oído una vez más a Gabriel García Márquez, que ahora era como una especie de Dios. Hablaron extensamente, recordaron, se rieron. Días después él le hizo otra llamada, sobre la cual también me contó Berenice, cuando me volví a comunicar con ella. Los detalles que me dio acerca de los diálogos con el nobel me fueron repetidos por su hijo Rafael, quien contestó las llamadas de Gabo en el teléfono de Pasadena. Lo que hablaron fue tema de conversación familiar con su madre, en varias ocasiones.

Berenice me contó que hablaron casi dos horas en cada llamada. Según me confesó, para ella “fue algo así como volver a vivir un sueño lindo. Yo me transporté al pasado y lo recordé todo, lo reviví todo, lo sentí todo... cerraba los ojos y era como haber regresado a la realidad. Durante varios días estuve inquieta y hubo noches en las que casi no pude dormir, acordándome de esos días bellos de la juventud; no me lo imaginaba como lo muestran sus fotos actuales, sino como cuando lo conocí, con sus ojos románticos, expresivos, con su aparente timidez y sus frases y versos plenos de amor, con sus bellos poemas, y con su inigualable forma de bailar”.

Pero esa segunda llamada de Gabo a Berenice Martínez fue la última, porque casi un año después ella se vio afectada por la demencia senil progresiva. Según su hijo Rafael Pinzón Martínez —quien me contó que ella tenía limitados momentos de lucidez—, no le volvieron a hablar de Gabriel García Márquez por temor a hacerla sufrir.

 

 

 

 

*Escritor y periodista. Autor de ‘Historias humanas entre perros y gatos’.

Por Gustavo Castro Caycedo *

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