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Nueve retratos olvidados del MamBo

EL MUSEO DE ARTE MODERNO DE BOGOTÁ, fundado por Marta Traba hace 63 años, ha sido fundamental en la historia del arte del país. Fue dirigido por Gloria Zea hasta este año, cuando tomó la dirección la artista Claudia Hakim, y ahora lanza un libro con el inventario casi completo de su colección. Estos son nueve hitos, escogidos por capricho, de su historia.

JULIANA MUÑOZ TORO
06 de junio de 2016 - 01:53 a. m.

1. Empezar por el final es un movimiento arriesgado. Es decirle a la gente “aquí está tu destino, saluda a la muerte. No, no está lejos, está en el día a día, en la violencia de este país”. Este comienzo tiene tumbas, manchas de diferentes texturas, colores delirantes. Nada es al azar. El expresionismo también puede ser organizado y coherente. La pintura como arte lírico. Los cuadros reposan en un pequeño pasaje en la carrera séptima con calle 23. Es la primera sede del Museo de Arte Moderno de Bogotá tras su fundación en 1953. Son las Tumbas de Juan Antonio Roda. Es la liberación de un movimiento artístico en un medio casi provinciano.

2. Imagino al pintor peruano Fernando de Szyszlo, no ante un lienzo, sino ante un poema. “¿Y por qué no he de sentir?/¿Y por qué no he de llorar/si solamente extranjeros/en mi tierra habitan ya?”. Las líneas están en quechua y hablan sobre el asesinato del cacique Atahualpa a manos de conquistadores españoles. Aparecen, entonces, sobre el cuadro figuras geométricas que recuerdan a los incas, luz que se esconde tras los objetos, movimiento, arquitectura con forma humana. Lo inevitable de la muerte. Szyszlo nombra a cada una de sus 13 pinturas con un verso del poema, como: Watupakurqan sunqollaymi (Mi corazón presentía); ¿Ima kkuy chin kay yana kkuychi sayarimun? (¿Qué arcoíris es este negro arcoíris que se alza?); Kanaykuta chincay chaki (Nuestra errabunda vida). Esta es su primera exposición en Colombia y será la misma que luego llevará al Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York. El MamBo sigue en su rincón secreto de la Carrera Séptima.

3. Marta Traba se lleva los cuadros al hombro a la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional, donde seguirá funcionando el Museo a partir de 1965. El cambio físico motiva el cambio artístico. Aquí se realizarán las primeras exposiciones de arte conceptual. Llamemos, por ejemplo, a Beatriz González. Sus cuadros tienen los colores de Andy Warhol, pero la silueta de un hombre alzando un ataúd. Lo cruel y bello del contraste. Paredes amarillas y un velorio. Lo pop y la violencia. Lo moderno y lo precolombino.

4. Una nueva mudanza. En los curvos salones del Planetario Distrital están el Caribe y los Andes bajo las mismas estrellas. Están dos, diez, veinte rostros que nunca se miran cuando hablan. La retrospectiva de Alejandro Obregón se llama Aire, Mar, Paisaje, Diálogo. Dos años antes, en 1967, el artista fue el director pasajero del MamBo, cuando Marta Traba pensó que era irreconciliable su pelea con los altos mandos del país. Sería el mismo Obregón, junto con León de Greiff, quien intercedió por ella ante Carlos Lleras Restrepo. El presidente no estaba muy contento con los rumores de que Traba defendía la Revolución Cubana.

5. En la sala de nuestro Museo hay varias camas con personas durmiendo. No, no duermen. Hacen el amor. Una encima de la otra, una contra la otra. Y vibran y se mueven y bailan la música de Jacqueline Nova. Nadie las ve, pero las imagina bajo esas sábanas de satín que ondean salvajemente. Esto es polémica nacional. Y pensar que la artista Feliza Bursztyn no trabajó con carne y hueso, sino con chatarra, tela y motores. Su obra causa risa y es considerada efímera y antiestética. Es 1974. El arte tiene de qué hablar.

6. El arquitecto Rogelio Salmona ofrece los planos para la nueva sede del MamBo, la definitiva a partir de 1979. Este espacio, como una pintura de Szyszlo, es como una construcción humanizada que quiere extender sus brazos de ladrillo expuesto. Pero no se puede. Hay que esperar a que haya recursos. Hay que esperar a que terminen las obras de la calle 26. Hay que creer en lo imposible.

7. Hay una mujer que sonríe -piel de noche, figura esbelta- bajo una sombrilla de colores. La fotografía es en blanco y negro. El rollo sigue. Está Luis Carlos Galán con un niño dormido, enroscado en sus brazos. Jaime Garzón, también vivo. Gabo a través de una ventana, jugando a ser el personaje. El lente es el de Hernán Díaz, uno de los primeros fotógrafos en exponer en el Museo. El MamBo no sólo ordena y recupera el paisaje pictórico de la época, sino que se abre al olvidado campo de la fotografía.

8. Los inventarios también son obras de arte. Se busca en los rincones, se limpian las telarañas. La enumeración como acto de supervivencia, el polvo como trofeo de la historia. La hazaña de surcar la bodega de un museo, que es lo mismo que un océano. Este libro, inventario, será el MamBo a escala, portátil. Será el libro vocero que irá a otros países a decir: sí, aquí tenemos arte y crítica y público. El concepto fue de María Elvira Ardila, actual curadora del Museo, quien trabajó por una década con el equipo de esta institución para publicar hoy, en 2016, estas páginas con 3.633 obras de su colección, escoger las 100 más importantes, hablar de sus colecciones y su historia.

9. ¿Quién no la ha visto? La vendedora de dulces y cigarros. Chaqueta negra y gruesa para el frío. Cuaderno pequeño en el que apunta cosas con un lápiz. Pelo blanco muy blanco. Canasta de mimbre. La vendedora que siempre aguarda sentada en un silla Rimax, en la cima de las escaleras del Museo, a que alguien se dé una vuelta por las salas y que después, de puro antojo, le compre un cigarrito. No, no es un cuadro, ni una foto, ni un performance. Es casi una escultura, pero de piel y sangre.

* Agradezco a Juan Gustavo Cobo Borda por ayudarme a recordar la historia no oficial de este Museo.

 

Por JULIANA MUÑOZ TORO

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