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“Nunca me he arrepentido de mi camino”: Juan Manuel Roca

El poeta y escritor presentará el martes 13 de septiembre, en Medellín, la antología de su obra, “Silabario del camino”, un recorrido por una vida dedicada a las letras.

Steven Navarrete Cardona
11 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.
Durante 25 años fue director del taller de poesía de la Casa Silva y actualmente es profesor en la U. Nacional. / Foto: Jonathan Ramos
Durante 25 años fue director del taller de poesía de la Casa Silva y actualmente es profesor en la U. Nacional. / Foto: Jonathan Ramos

Tener por tío a Luis Vidales, una de las figuras más perseguidas en la literatura y la política colombiana, comunista de cabo a rabo, le enseñó desde muy niño a Juan Manuel Roca que las letras no pueden abstraerse de la realidad. Ese atisbo de querer contar, narrar, hacer poesía, surgió cuando se hacía hombre entre las calles de Medellín y México. Antes de que apareciera Memoria del agua en el año 1973, ya leía su trabajo en cafetines a media luz y bares repletos de bohemios, todo porque en su interior tenía una curiosidad, casi una pulsión, una pasión por el lenguaje que lo consumió y lo llevó a transitar por espacios que cerca de cumplir 70 años no olvida nunca, como la redacción de El Espectador, donde fue director del Magazín Dominical.

Hoy, que tiene en sus manos lo más selecto de su producción reunida en Silabario del camino. Poesía reunida 1973-2014, dialogamos con él sobre el sentido de la poesía en una sociedad convulsa y que tiende a la deshumanización.

¿Quién puede llamarse poeta y quién no?

Con una materia tan inasible y en cierta medida tan abstracta como la poesía, es muy riesgoso decir quién es poeta y quién no. Sobre todo quienes están en un ejercicio poético, con una obra que está en construcción. Muchas veces uno puede hacer juicios apresurados. Lo que sí sé es que un hecho estético no ocurre cuando se escribe sino cuando habita en otro. Cuando está en la memoria de la gente y logra que las personas digan: “Esto lo he vivido, esto de verdad me interesa”. Un poeta es un traductor de sí mismo, que en su ejercicio logra traducir a los demás.

¿Quién no es poeta?

Quien sin tener mucho que decir cumple un cometido. Algo de lo que nos prevenían los clásicos, “remover las aguas para parecer profundos”, que se ocultan en una niebla de palabras, que tienen un pseudohermetismo o un facilismo, porque piensan que todo el que tiene sentimientos puede ser poeta. El que anda repicando y cantando en la procesión, es decir, alardeando de ser superior a los demás, porque tiene una capacidad de lenguaje, que muchas veces no es cierta.

Marx creía que en una sociedad en la cual todos tuviéramos el tiempo suficiente, podríamos ser artistas, pintores, poetas. ¿Usted qué piensa?

Pongo en tela de juicio la idea socialista y democratera del arte, en la cual cualquiera que tenga algo de sensibilidad puede ser artista. En una sociedad justa e injusta existe el individuo, y me parece que en el caso de las artes es mucho más importante que la mirada colectivista. Lo que ha hecho la poesía es precisamente no seguir el rebaño, tener un carácter de indisciplina en la sociedad. Pienso que Marx pensaba con el deseo, y la verdad es que en las sociedades que han estado más cerca de esos preceptos, lo que ha depauperado es el arte: ha producido una apuesta programática, de puño cerrado. Pensemos en el realismo socialista, que es nefasto.

¿Ha valido la pena vivir para y de la poesía?

Claro que ha valido la pena. El camino no ha sido fácil. Nunca me he arrepentido de mi camino, ni siquiera en los momentos más intensos de dolor. Recuerdo una frase que ha hecho carrera en la literatura, heredada del Quijote de La Mancha, que dice: “Sólo lo difícil es estimulante”. Creo que el camino de la poesía es difícil. Pero no encuentro algo más gratificante.

Se dicen que muchos saben en la infancia que van a ser poetas...

El niño, en general, es un ser que vive en la periferia del mundo, en la periferia del lenguaje y del pensamiento, porque supuestamente se cree que es sólo para los adultos. En esa periferia le queda un reino: el del juego. Cuando a un niño en nuestra educastradora educación le enseñan que no puede pintar un caballo con ocho patas porque no tiene sino cuatro, y el niño lo cree y quiere reproducir de manera realista esa idea, sencillamente le están matando la imaginación, y yo creo que hay una preocupación y es que hay más poetas muertos en la infancia que encarcelados, que los acusados por las dictaduras. Cuando les suprimen la imaginación a los niños, llevarán un poeta muerto por mucho tiempo. La madurez es un fruto a punto de podrirse, y hay que cultivar una profunda inmadurez. Eso me aproxima a la infancia.

Dicen que todo poeta es un don Juan. A usted, ¿cómo le va y cómo le ha ido con las mujeres?

Con las mujeres uno no sabe cómo le fue ni cómo le va. La mujer sigue guardando, como pensaban los románticos, una cualidad de enigma. De alguna manera son bastante indescifrables para nosotros. Y nos movemos en torno a ellas por muchos motivos, entre ellos la atracción hacia su capacidad para fabular, soñar y crear. Estoy en contravía de lo que dice la Biblia cuando señala que mientras el hombre sueña, la mujer hila, dedicada a lo cotidiano y nada más. La mujer ha sido su propia musa, su propia inspiradora. Y basta leer el bellísimo libro “La mujer”, de Michelet, que muestra la faceta en la historia de las mujeres como investigadoras, científicas, por eso las llevaron a las hogueras, porque además fueron las defensoras de la gleba, del pueblo.

¿Qué piensa de la arremetida que está sufriendo la cultura a nivel mundial?

Sólo una sociedad hueca, deshabitada, puede despreciar el arte para anteponer la técnica. Realmente, el epicentro de la vida de un país está en la cultura. Las artes son las que sobreviven al paso del tiempo. Marcel Proust podía ser un hombre mucho menos importante, en cuanto a términos políticos, que el alcalde de París de su época, pero ¿quién recuerda cómo se llamaba el alcalde de París en tiempos de Marcel Proust? Las artes tienen ese poder encantatorio que define una época, y si despreciamos a los artistas, como ha sucedido, sencillamente nos estamos condenando al olvido.

No podría dejar de preguntarle por su voto en el plebiscito…

Si pudiera votar Sí en todas las lenguas de Babel, lo haría con gran entusiasmo. Es mi postura desde la sociedad civil, desde el ámbito de los escritores. Me parece maravilloso que el Gobierno esté enfrascado en propiciar el Sí, pero el Sí que yo quisiera no es privativamente gubernamental. Creo que la cultura y las artes están descuidadas. Además, en muchos casos se acude a las artes en beneficio de alguna situación política, en este caso una buena situación política, porque algunos de los que están por la paz son políticos tradicionales, vendedores de humo, pero esta vez vendieron humo blanco, y eso me emociona.

¿Se puede dejar de ser poeta?

Cuando se acude al manierismo, a las formas repetitivas. Cuando no tener nada que decir lleva a un lenguaje fraudulento, y de eso estamos hasta las ‘cachas’ en la poesía colombiana, en la vieja, en la clásica y en la actual. Cuando no hay una búsqueda en sí mismo para lograr la poesía. Un poeta es un expedicionario de sí mismo, sin descuidar su entorno.

¿Qué les diría a los jóvenes que, como usted, seguramente escucharon la frase “se va a morir de hambre”?

Qué se aventuren y se cubran los oídos para desatender el canto idiota de esta época. Si creen en lo que desean, háganlo a toda costa. También les diría que busquen el desierto en el que quieren predicar.

Por Steven Navarrete Cardona

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