El trompo está presente en los encuentros de los niños, los cuales son expertos en dominarlo. La ciénaga de Zapayán también los seduce: después de la escuela y los fines de semana el agua remoja la imaginación de niños y niñas cerca de lavanderas y pescadores. El trompo baila en la palma de la mano y la vida anfibia abraza la rudimentaria diversión.
Fotos: Linda Esperanza Aragón
Los viejos se reúnen en la terraza para hacerle una oda al día a día mediante los cuentos; el sombrero vueltia’o, esa pieza artesanal tan popular en Colombia, es testigo de cada anécdota que se teje y es el rostro de los tímidos que no miran la cámara.
El suelo es la memoria de los caminantes; en la calle coexisten los animales, la gente, la ropa tendida y las paredes que gritan dar tiempo al tiempo. Y en cualquier momento, son el reloj, el viento y la lluvia los que le arrebatan al lienzo térreo las improntas de los habitantes de Piedras Pintadas, Magdalena, en Colombia.
Los pasos se borran y nacen de nuevo, los cuentos van de boca en boca y la esperanza es todavía un sueño colectivo. Quizá ese vaivén sea la danza del pueblo sobre la palma de la cotidianidad.