El Magazín Cultural

Pablo Zuloaga: "Los cuadros conversaban conmigo de manera constante"

Presentamos en este nuevo capítulo de Historias de Vida, una serie creada y producida por Isabel López Giraldo, al coleccionista de arte y gestor cultural Pablo Zuloaga.

Isabel López Giraldo
03 de julio de 2019 - 08:32 p. m.
Pablo Zuloaga, quien asegura que el arte en Colombia se potenció gracias a las ferias de Artbo.  / Cortesía
Pablo Zuloaga, quien asegura que el arte en Colombia se potenció gracias a las ferias de Artbo. / Cortesía

El hecho de haber nacido rodeado de cuadros, como los llamaban en esa época sin mayores pretensiones, fue lo que me llevó a adquirir ese gusto tan particular por el arte.

Los cuadros conversaban conmigo de manera constante, especialmente cuando los observaba en los museos, pero también los de mi casa que se me quedaban mirando cuando me alejaba. Sí, porque generan diálogos silenciosos.

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Uno tiende a encontrar en las obras de arte identidad con ciertas cosas, por ejemplo, los cuadros de la época temprana de Fernando Botero (años cincuenta y sesenta), conmueven y hablan muy directamente. Unos ojos grandes te persiguen cuando caminas por el salón, los ojos de La Mona Lisa.

Orígenes 

Mis raíces son antioqueñas (gente que está adelante en lo filosófico y en lo  educacional) aunque mis padres nacieran en Bogotá.

Mis padres estudiaron en Estados Unidos tanto el bachillerato como el pregrado. Mi papá era administrador de empresas y economista, se especializó en el área de la publicidad y de ahí su sensibilidad hacia el arte, se volvió publicista y abrió su agencia, Álvaro Zuloaga & Compañía. Mi mamá estudió una carrera intermedia guiada hacia la economía del hogar que preparaba para llevar una vida plena, organizada y económicamente productiva y en esa época la llamaban artes liberales entonces daban clases de arte, literatura, economía e historia, entre otras más.

Se conocieron cuando regresaron a Bogotá, se casaron pronto y tuvieron sus hijos muy rápidamente, como se usaba en la época. Somos cuatro hermanos de los cuales yo soy el menor con un mellizo, así pues que el tercer hijo llegó doble.

Me gradué del colegio cuando mi papá estaba enfermo y hospitalizado en la clínica. Murió a sus cincuenta y dos años cuando yo tenía diecisiete. Sin duda esta situación marcó mucho mi vida y la de todos en casa. Cuando a esa edad se pierde al papá, no se tiene opción distinta a la de asumir las riendas de la vida e ir por cuenta propia, tal como lo hice. 

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Yo era el consentido de mis papás y de mis abuelos, lo que me ayudó muchísimo pues tuve una retroalimentación positiva, lo que brinda muchísima seguridad.

Si bien mis planes eran estudiar en el exterior, por disciplina había presentado el examen de admisión en Los Andes y finalmente fue en esa universidad en la que adelanté mi pregrado.

Academia

Estudié en el Nueva Granada (de influencia americana) y después en el English School. Éste último tenía una influencia inglesa que es mucho más rigurosa y disciplinada.

Luego, decidí que quería ser administrador de empresas y en la mitad de la carrera resolví que quería también estudiar Ciencia Política para aprender a leer en profundidad y analíticamente como lo hacía mi padre, y no necesariamente para volverme politólogo.

Siempre tuve claro que quería ser empresario pero cuando estaba en la Universidad, siendo tan joven y sin afán de terminar, quise aprovechar la oportunidad al mismo tiempo que honraba a mi padre.

La ética de la universidad fue determinante para mi personalidad porque viniendo de un colegio muy disciplinado debí asumir que allí ya todo dependía de mí. Fui muy allegado a los profesores, sostuvimos una relación intelectual que se fue consolidando con el tiempo, por ejemplo, con Gabriel Murillo que era el director de Ciencia Política y mi profesor de metodología pero también con otros muy valiosos y protagonistas en mi proceso.

Estando en la universidad supe que una de las formas de conseguir recursos era en ventas, así que empecé con cuadros. Me volví amigo de los artistas de la época, los visitaba en sus estudios y vendí obra gráfica.

Había un grupo de artistas en Bosque Izquierdo y su núcleo era Ana Mercedes Hoyos, casada con el arquitecto Jacques Mosseri. Ella me enseñó mucho de arte, me hizo verlo con un ojo critico. Ana Mercedes tuvo un carácter fuerte, era de gran inteligencia, había hecho un arte complejo, algo complicado de entender por lo mismo no había tenido la aceptación que otros pero al mismo tiempo la hacía valiosísima. Decía: “Mi arte es importantísimo y sé que algún día me lo van a reconocer”.

Ese era un discurso que resultaba muy interesante de oír de boca de ella porque demostraba que había un ámbito donde realmente las cosas no eran tan fáciles de entender. Al poco tiempo de conocernos, fue teniendo más reconocimiento, expuso en el exterior muchas veces y en el país ya las galerías empezaron a buscar su obra.

Además de la plata que me generaba el negocio de vender arte, también logré canjear obras, así comencé mi colección privada, pero no tenía el interés de ser galerista ni vendedor de arte, pero esta gestión me permitía conseguir piezas que de otra forma no hubiera tenido con qué comprar. 

El profesional

Siempre quise trabajar en producción masiva. Una vez graduado, se me presentó la oportunidad de hacerlo en una compañía grande y pensé que era el momento para aprender la realidad del negocio.

Se trataba de Colinversiones (hoy Commware competencia directa de IBM). Comencé un 15 de diciembre como jefe de cartera, el 24 salí a las ocho de la noche de trabajar. Solo me tomó comenzar para volverme un workaholic. A los dos meses fui ascendido a asistente de exportaciones, después a jefe del departamento de importaciones y tres años más tarde (teniendo veintiséis), gerente financiero y administrativo de la sucursal en Ecuador siendo (fui el más joven de setenta empleados).

Siempre aprendí de mis jefes y ante la falta de mi papá nos hicimos muy amigos, pese a la diferencia de edad. A mí me fue meteóricamente bien en esa compañía por esa misma razón aunque el ambiente me resultara bastante hostil.  

Cuando César Gaviria llegó a la Presidencia de la República en el año 90 con su modelo aperturista, vi allí una oportunidad de negocio de importaciones. Tuve un cuadro de Luis Caballero por el que me ofrecieron compra, así que decidí venderlo y con esa plata arranqué mi negocio.

Un pariente confeccionaba ropa para una firma de Bélgica y como no se conseguían insumos en el país, decidimos importar botones. Al año y medio yo traía de la China containers llenos de ellos.

Cuando llegaron al país unos inversionistas americanos, amigos de mi papá, que buscaban armar equipo con profesionales locales para trabajar en exploración petrolera, me invitaron a hacer parte de la junta directiva donde brindé asesoría. Un tiempo después compré acciones en la empresa.

Más adelante me encargan de las relación con las comunidades y con el gobierno. Como la compañía había tenido unas relaciones bastante complicadas con el ambiente y la comunidad, llegar a reconstruir no fue tarea fácil, así que emprendí mi trabajo gestionando con las comunidades, los alcaldes y gobernadores, con los ministros de medio ambiente, minas y energía, relaciones exteriores y con Ecopetrol.

En este encargo pude aplicar mucho lo aprendido en Ciencia Política, porque además trabajábamos en una zona donde a un lado del río estaba la guerrilla y al otro los paramilitares, así que a veces elegían al alcalde amigo de los paramilitares y cuando no, al amigo de los guerrilleros. Esto hacía la relación muy compleja pero interesante y al mismo tiempo me obligaba a ser aún más estricto, lo que generó mucha resistencia no solo al interior de la compañía sino también con las comunidades.

Retorno al arte

Estando allí, alguna vez le pedí a Lorenzo Jaramillo (pintor muy reconocido, de carácter difícil pero con una obra de arte muy interesante), que me firmara un cuadro que había comprado y que me hiciera un retrato. Este ejercicio me obligó a visitarlo dos o tres veces por semana durante varios meses. Fue una experiencia impresionante por lo que me dediqué a comprar su obra. Cuando murió, decidí no invertir más en arte y así ocurrió por espacio de diez años.

Recién casado, nos invitaron a una exposición de arte en la galería de un amigo y fue cuando decidí volver a invertir y me interesé nuevamente por los artistas del momento.

Alemania 

Dadas las circunstancias tan complejas del momento, trabajaba para una compañía en alto riesgo y mi señora requería tratamiento médico, entonces decidí tomarme un año sabático.

Como era socio con un cultivo de flores, tuve interés de distribuirlas en Alemania, el país de mayor consumo per cápita en el mundo. Viajamos con dos maletas y sólo un par de dibujitos. Vivimos un año en un apartamento desocupado que tenía una cama, una televisión y una mesa de comedor con dos sillas. Pasados diez meses comenzó a despegar el negocio así que decidimos quedarnos, nacieron nuestros tres hijos y permanecimos por espacio de diez años.

Y es que Alemania siempre fue uno de nuestros destinos favoritos al grado de ir a pasar el cambio de siglo en Berlín.

Comencé a visitar las galerías de arte y los museos, conocí a los artistas, a los curadores y a los galeristas. Me llamó poderosamente la atención una fotografía en una galería y una persona muy importante del medio me dijo: “Si usted quiere comprar algo acá, tiene que hacer una colección y para eso necesita una estrategia. Vaya a su casa y la diseña”.

Hice exactamente lo que se me recomendó y un par de meses más tarde regresé para decirle: “Vivo en Düsseldorf, que es el centro mundial de la fotografía, y quisiera tener fotografías de artistas jóvenes alemanes, para que a mi regreso a Colombia me recuerden mi estadía en este país”.

Decidimos regresar por nuestros hijos. A ellos les hablamos siempre español pero sabíamos que si los dejábamos vivir la adolescencia en Alemania, no querrían regresar nunca a Colombia. Además el país ya era viable para ese momento (año 2012).

En una estación de tren de Alemania vi a Santos en la carátula de la revista TIME y pensé que cómo iba a ser posible que la primera vez que salía un Presidente de Colombia en esa carátula yo no estuviera haciendo uso del gran momento por el que estaba pasando el país.  Así que regresamos y como había dejado mis cuadros en comodato en el Banco de la República y todo lo tenía guardado, se hizo fácil instalarnos.  

En el 2000 Botero hizo una donación a Colombia a través del Banco de la República cuando su gerente era Miguel Urrutia, quien decidió crear una fundación que apoyara las colecciones del Banco dando origen así a la Fundación de Amigos de las Colecciones de Arte del Banco de la República.

A mi regreso al país me pidieron que hiciera parte de la Junta Directiva de la Fundación. Esta venía de afrontar una serie de dificultades serias y la saqué adelante haciendo lo que sé hacer, vendiendo su buen nombre y posicionándola. Hoy ya es viable gracias a la organización interna que hicimos, al nombramiento de su directora Manuela Jaramillo, y al buen equipo que consolidamos.

Su razón de ser es la de apoyar, divulgar, promocionar y agrandar las colecciones del Banco, lo que quiere decir, atraer público, mostrar las exposiciones temporales, desarrollar proyectos que inviten, por ejemplo, más niños a los museos.  Hicimos un proyecto de altísimo impacto en el Aeropuerto, un logro impresionante y además muy costoso. Fue muy positivo para el turismo. En el segundo piso está el Museo Botero y los niños le hablan a la paz.

Soy un convencido de que nuestra sociedad ha madurado en cuanto al conocimiento y al disfrute del arte y la semilla es Artbo, que ha despertado interés en el arte contemporáneo, gracias a la gestión de María Paz Gaviria y a la de la Cámara de Comercio de Bogotá. La de ellas es una labor muy importante y que ha generado un efecto multiplicador impresionante.

Hoy en día mi mayor orgullo son mis tres hijos, una niña y dos muchachos. Cada uno tiene su carácter propio, son muy creativos, disciplinados y muy seguros de sí mismos. Los dos muchachos son deportistas exitosos y la niña es una persona muy social.

Por Isabel López Giraldo

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