El Magazín Cultural
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¿Perdonaría a Castello?

—Perdón —grita Salvo Castello al borde del llanto y se cierra el telón.

Mariángela Urbina Castilla
18 de marzo de 2015 - 02:38 a. m.

Ahí es cuando uno entiende que acaban de golpearle el corazón con un discurso disfrazado de la estética más fina. Eso es Labio de liebre, la nueva obra escrita y dirigida por Fabio Rubiano. Pero aunque su tema y su inspiración es el presente de este país que tanto le duele al autor, la obra es un derroche de narrativa.

A diferencia del teatro social que se hizo en Colombia desde los años 60 de la mano de figuras como Miguel Torres o Santiago García, quien de hecho es maestro de Rubiano, esta pieza es un discurso que no se siente. Lo que el público ve es una historia construida con el principal ingrediente de la dramaturgia de su creador: el humor negro. Salvo Castello (Fabio Rubiano) es un hombre arrepentido de su pasado. Se vio obligado a dejar El Paraíso, su patria, y se exilió en un país neutral llamado Territorio Blanco. Pero el arrepentimiento no es suficiente. Lo que deja atrás es un cúmulo de muertes y atrocidades que por más lejos que estén, vienen a atormentarlo. Por eso la familia Sosa, una de sus múltiples víctimas, aparece en su exilio para exigirle que los nombre, que los recuerde, que haga memoria.

El juego entre la alucinación y la realidad es una línea constante del relato. El público tarda varios minutos antes de descubrir que, a excepción de Castello, todos los personajes están muertos. Los Sosa son campesinos de un pueblo perdido de El Paraíso, son pobres y fueron ultrajados, asesinados. A uno de los niños le volaron la cabeza y jugaron fútbol con ella. Esa imagen, de seguro, nos resulta familiar. Su hermano tiene labio leporino. La niña fue abusada por su padre y la mamá le echa la culpa. Pero nadie siente lástima por ellos. Al contrario, se ven empoderados. Ellos están ahí para exigir, para reclamar, ¿para vengarse? No, para vengarse no. Castello ya les ha pedido que lo maten porque prefiere eso antes que la tortura de verlos a diario y ellos dicen que no, que para qué.

Roxy Romero, la periodista, también está muerta. Es una mujer que cae mal, una clasista, altanera, y otra víctima de la guerra. En ese personaje, Rubiano demuestra su astucia para alejarse de los estereotipos. La víctima no es buena, ni noble, ni pobre, pero sigue siendo víctima. Aunque no es solo Rubiano, es todo el equipo. El elenco, que construyó personajes reales, de carne y hueso a pesar de que habrían podido caer en la caricatura. El diseño sonoro que acompaña la narrativa de manera magistral. Todo encaja a la perfección en un ambiente cálido creado por Laura Villegas, encargada del diseño arte, quien construyó lo que seguro será uno de los escenarios más bellos del teatro colombiano de los últimos años.

Labio de liebre es un golpe al corazón, es cierto, pero Rubiano no deja tiempo para el llanto. Cada choque emotivo viene acompañado de un apunte humorístico de alguno de los personajes. Y esa se convierte en la estructura de la obra. Es como si Rubiano lo hubiera decidido así en una apuesta por contarnos de otra forma, por hablar de guerra y justicia transicional y perdón y venganza sin el tono compasivo y respetuoso de siempre.

Rubiano irrespeta el cliché de las víctimas y en la medida en que lo irrespeta, los rescata, les hace justicia.

Usted decide, en el público, si debe perdonar a Castello. Rubiano no le da la respuesta.

 

Por Mariángela Urbina Castilla

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