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Poetas jugando naipes

Hace unos días participé en un encuentro virtual en el que algunos de mis poemas fueron traducidos a otro idioma del cual no tengo la menor idea. No obstante, cuando uno de ellos fue leído en dicho idioma por el presentador del encuentro, noté con recelo que un poema muy corto en español se tornaba en una larga perorata. Quise investigar un poco más hondo y por ello consulté el tema con alguien que domina esa lengua y resultó que la traducción era muy deficiente y se podía deducir con facilidad que el “traductor” había recurrido olímpicamente a la aplicación que Google tiene para estos menesteres.

Clara Schoenborn
12 de diciembre de 2020 - 08:00 p. m.
"Buenas tardes, Marisol, bienvenida a nuestro juego de naipes. Vamos a lanzarle varias preguntas".
"Buenas tardes, Marisol, bienvenida a nuestro juego de naipes. Vamos a lanzarle varias preguntas".
Foto: Pixabay

Me puse a pensar en lo delicado que es traducir a un poeta. Primero, debe ser un acto de admiración y respeto, no solo por el autor, también por la Poesía. Estoy segura de que, si se hace por mero interés económico o por un asunto de simple necesidad profesional, hay mucho riesgo de que la obra pierda “la enjundia”, la magia original del poema. Adicionalmente, puede suceder que una traducción inadecuada no solo no le haga honor al original, sino que lo dañe aparatosamente y con ello caigan en desgracia poema, traductor, poeta y Poesía, todos al mismo tiempo.

Un idioma no es solamente un conjunto de palabras, es el reflejo de toda una cultura; de su historia y sus costumbres, de su manera de pensar y de sentir, de interpretar y ver el mundo. Por lo tanto, trasladar un texto de una lengua a otra requiere adentrarse en dos idiosincrasias, comprenderlas y bucear en esas dos identidades hasta lograr hacer que coincidan, o al menos, que se acerquen al máximo. A lo anterior, se debe agregar la situación personal del escritor o escritora; su estado de ánimo, su momento histórico, su ideología o sus creencias, la motivación especifica que le llevó al poema o su posición respecto al tema del cual escribe, incluso la métrica o disposición de sus versos, la musicalidad que quiso imprimirle al poema.

Por todo lo anterior, una buena traducción es aquella que nos permite “ver” al autor más allá del poema, nos deja percibirlo en toda su dimensión.

Se podría decir muchas cosas más acerca del tema, pero dejemos que sea alguien que ya ha incursionado en él, quien nos comparta algo de sus experiencias al respecto. En esta ocasión, nos acompaña la poeta Marisol Bohórquez Godoy quien se dedica a traducir la obra de poetas principalmente al inglés y al italiano. Vamos a echarnos una partida de cartas, por lo que es un gusto tenerla aquí con nosotros.

Ella es, además de poeta y traductora literaria, pintora. Estudió Ingeniería Industrial. Ha publicado 4 poemarios del 2016 al 2019. Así mismo, ha traducido poemas de más de cuarenta autores italianos, y de más de 15 poetas de habla inglesa.

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Ganadora del concurso “Fiori di luce” 2020 en la categoría de poesía extranjera, y finalista premiada con igualdad de meritos en el Premio Internacional de Poesía y Narrativa “Europa in versi” 2020 con su obra La forma del vacío. Fundó y dirige Vuela Palabra-Revista de Literatura y Arte.

Buenas tardes, Marisol, bienvenida a nuestro juego de naipes.

Vamos a lanzarle varias preguntas.

Buenas tardes, Clara, muchas gracias por la invitación.

Será un placer responder a todas ellas.

La primera sería indagarle sobre lo que considera la principal dificultad al momento de traducir un poema.

Sin duda, los traductores debemos sortear numerosos obstáculos, y puedo decir que con cada autor surgen algunos diferentes. Sin embargo, a modo personal, diría que lo más complicado para mí ha sido el enfrentarme a los diferentes estilos de escritura. Al traducir, hay que lidiar con rupturas intencionales en la sintaxis, con la completa omisión de la puntuación, o el uso intermitente de la misma; la inclusión de palabras inexistentes que, por consiguiente, son intraducibles; el uso, a veces exagerado, del encabalgamiento u otras figuras retóricas que en el castellano se tratan de evitar y que pueden dificultar la lectura del texto. Todo esto hace que la labor del traductor sea muy exigente. Hay que convertirse en un buen investigador y, sobretodo, hay que tener mucha creatividad para lograr que el lector, al tener el texto en traducción, tenga la sensación de que el poema nació en dicha lengua.

¿Cree usted que cualquier persona puede traducir un poema? Hay toda una carrera universitaria para obtener el grado de traductor, no obstante, vemos que hoy en día es muy común leer traducciones hechas por personas que no tienen formación profesional en el tema. ¿Piensa que habría diferencia ostensible en el resultado de la traducción cuando esta es llevada a cabo por un profesional?

Cualquier persona puede traducir un poema, pero no cualquiera puede hacerlo bien. La labor de traducción, si se toma a la ligera, puede ser un completo desastre. Pero, sin pretender desvirtuar lo que la educación superior puede lograr en una persona, considero que no es necesario ir a la universidad para ser un buen traductor. Traducir poesía requiere el mismo poder creador que tiene el poeta y la misma responsabilidad, por lo tanto, es algo que no se aprende en ninguna institución. Claramente, se logra adquirir algunas competencias necesarias, pero todas ellas se pueden desarrollar de manera autónoma si se tiene la disciplina suficiente. Dicho lo anterior, la calidad de una traducción no está condicionada a una carrera universitaria; más bien a la pasión con la que se traduce, a la capacidad creativa del traductor, al dominio profundo de la lengua objetivo y, por último, al conocimiento de las correspondencias lingüísticas entre los dos idiomas involucrados, para lo cual es inherente poseer un nivel intermedio o avanzado de la lengua original de la obra.

¿Hay una preparación previa para traducir a un poeta? ¿En qué consiste en su caso?

Cada caso es diferente, pero si es un poeta con el que no puedo establecer comunicación alguna, inicio por investigar acerca de su obra en general y, si es posible, de su vida personal. Leo mucho e investigo sobre las circunstancias sociopolíticas que pudieron influir en su escritura, situándome en el tiempo del personaje en cuestión. Pero, al traducir, trato de crear un nuevo poema que se adapte a los cambios del lenguaje. Si estoy traduciendo, por ejemplo a Leopardi, no me interesa conservar términos que, para el lector de nuestra generación, son arcaísmos. Algunos pueden considerar esto como una traición al original, yo lo llamo “evolución del lenguaje”. Por el contrario, si se trata de un autor con quien tengo la facilidad de hablar, trato de conocerlo(a) de cerca, antes de iniciar la traducción. Procuro penetrar su mundo, como si fuera una actriz que debe representar una parte de la vida de esa otra persona. Olvidarme de mí por un momento, tomar la hoja y convertirme en un instrumento.

Con los poetas famosos que, generalmente, ya han sido traducidos muchas veces, procuro elegir poemas que yo nunca haya leido en español, o que, al menos, no haya memorizado, porque puede ser demasiado peligroso; es posible que terminemos repitiendo todo lo que otro traductor ya hizo, y esto, claramente, sería una vergüenza.

Con algunos de los poetas vivos, a los que he traducido, discutimos la traducción; llegamos a enriquecerla mutuamente. En algunos casos esto no es posible, especialmente si el autor no conoce nada del idioma español. Bajo este último escenario mi libertad es mayor, pero la responsabilidad se acrecienta proporcionalmente. No niego que existe, para mí como traductora, el sinsabor de que el poema traducido no pueda ser comprendido por su autor, pero siempre me consuelan los comentarios de los lectores que conocen las dos lenguas.

¿Qué poeta ha sido para usted el más difícil de traducir y por qué?

A la fecha he traducido poemas de más de 50 poetas, de más de 5 nacionalidades distintas y me he encontrado con varios casos complicados, pero para nombrar un caso reciente puedo decir que no fue nada fácil traducir un par de poemas de Emily Dickinson. Tuve la extraña sensación de que algo faltaba, que los poemas eran incomprensibles en algunos versos. Emily Dickinson creó rupturas abruptas en la sintaxis, reduciendo al máximo los conectores y los verbos, reemplazándolos por guiones; no creo que fueran alteraciones deliberadas. El silencio en sus versos transmite mucho más que las palabras. La grandeza de una escritora como ella, si nos ubicamos en su época y en la represión que sufrían las mujeres, radica en la subversión para abrazar la libertad desde la escritura. Cada uno de sus poemas es único, impredecible; como una ecuación que, intencionalmente, tiene más de una respuesta, y que, incluso, le sugiere al lector varias alternativas; en ocasiones de manera evidente, como es el caso de algunos manuscritos originales que evidencian el uso de dos palabras distintas, en la misma posición, dentro del verso. Ella nunca tachó una de las palabras, por lo cual, quienes han estudiado a fondo su obra, han determinado que la escritora norteamericana tuvo la intención de conceder la libertad al lector de usar uno de los dos términos propuestos. Conociendo todas estas motivaciones considero que alterar la estructura original de un poema de Dickinson, en este caso, sería destruir completamente la belleza de su obra. Es preferible concederse el valor de la renuncia. Yo sin embargo, me he atrevido a traducir dos textos muy cortos; no sé si sean una buena versión —dejo que juzguen los lectores—, pero he tratado de ser muy respetuosa.

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¿Hay algún poeta que haya querido traducir y luego lo haya abandonado en la mitad del camino? ¿Por qué?

No exactamente un poeta que yo haya deseado traducir por iniciativa propia, pero sí algunos poetas que me han pedido el favor de traducirlos y, después de leer sus obras, no encuentro nada que me conecte con ellas. Creo que como traductora de profesión “moriría de hambre”; lo digo jocosamente, pero también es la realidad. Los poetas no hacemos dinero con nuestra obra –al menos yo no‑, debemos buscar trabajos alternos. Uno de mis trabajos podría ser la traducción. Sin embargo, hablando de poesía, no puedo traducir simplemente por dinero. Traduzco primero por pasión, y ello implica que me guste la obra, que encuentre un valor literario en ella. Así que he dejado ir el negocio de las manos, voluntariamente. Por otro lado, no me considero una crítica literaria y estoy tratando de quitarme el vicio, que casi todos tenemos, de etiquetar lo que leo como “bueno” o “malo”. Pero lo que sí creo es que algunos escritos son poesía, otros no lo son, aunque el escritor se haga llamar poeta. Por ello, cuando de traducir se trata, siempre me dejaré guiar por las emociones que me despierte el poema. Traducir literatura es como hacer el amor: si no hay pasión, no funciona.

Se dice que hay traductores que se apropian de la obra que van a traducir para expresarse a través de esos poemas, imprimirles su estilo personal y dejan al autor opacado o al menos desvirtuado. ¿Cómo lograr esa contención? ¿Cómo hacer para que sea el autor el que brille y no el traductor?

Como ya lo mencioné antes, el traductor debe ponerse en el papel de un actor. La habilidad de separar la vida personal, de la obra que se está traduciendo, se adquiere solo mediante la práctica.

Es innegable que existe un primer momento de acercamiento al poema en calidad de lector, y es casi inevitable involucrarse de manera personal hasta ver parte de nuestra vida reflejada en un verso, o en el poema completo. Pero, las lecturas que siguen, son las que corresponden a la labor de traductor. Cuando me siento frente al poema de alguien más, para llevarlo a mi propia lengua, trato de imaginar el universo de su autor, de sufrir sus miedos, de entregarme a sus pasiones y alegrías, de interpretar sus silencios; lo que no está dicho en palabras. Tal vez suenen ideas demasiado románticas, pero me comprometo demasiado con el proceso, tanto que este año de pandemia he dejado un poco de lado mi escritura de poesía y muchos otros proyectos personales y familiares por traducir sin darme tregua. A veces no niego que me lamento, pero soy un poco como esos actores de Hollywood que adelgazan o engordan, se cortan el cabello, hacen miles de sacrificios por encarnar el papel. Yo procuro hacer lo mismo, solo que aquí no hay dinero ni alfombras rojas; existe una satisfacción personal al difundir la obra de tantos autores en el ámbito hispanoamericano. O cuando la persona que traduces habla el castellano y, luego de leer el poema, te dice con mirada sincera: “me parece más hermoso en español”; esas cosas no tienen precio. Es ahí cuando me convenzo‑ no de ser la mejor‑, pero de estar haciendo las cosas bien.

Traducir poesía es muy difícil porque no solo cuenta el fondo del texto, también la forma, la belleza. ¿Cómo hacer para lo que es bello en un idioma resulte igualmente bello en el otro?

Considero que hay muchos factores en juego. Algunos, que son pilares, los comenté cuando di respuesta a la segunda pregunta. Adicionalmente, puedo decir que es necesario leer mucho antes de empezar a traducir; enterarse de la evolución que ha sufrido el lenguaje y, lo que para mí es más importante, nunca hacer una traducción literal palabra por palabra. Esto es solo una traducción vulgar que cualquier persona con un computador puede realizar; no hay ninguna creación en ello. Un poema es una obra “intraducible” y hay que partir desde ahí. Por lo tanto, el poema en otro idioma no debe ser una reproducción, sino una nueva obra que se asemeje a la historia de un par de gemelos monocigotos que fueron separados desde el nacimiento. Uno de los hijos (poema original) crecerá en el país de su progenitor, el otro, de la mano de un padre o madre distinta (traductor-traductora), en un país extranjero. Ese segundo hijo (poema traducido) siempre va a tener la sangre (alma del poema) de su padre-madre, pero hablará otra lengua y llevará el sello de una cultura que no es la misma de su hermano, aunque a los ojos del espectador parezcan siempre idénticos.

¿Al terminar de traducir un poema, consulta con alguien más el resultado final? ¿Es importante esta mirada previa? ¿Por qué?

Muchas veces lo hago. Los traductores, por lo general, nunca trabajamos completamente solos. Nos apoyamos entre nosotros mismos. Yo, personalmente, tengo a una persona cercana que se ha convertido en mi maestro en la traducción. Lo admiro mucho y confío en sus consejos. Se trata del poeta y traductor italiano Gianni Darconza. Él hace parte del equipo editorial de Vuela Palabra, la revista que he fundado recientemente, y tenemos por costumbre tener en cuenta el consejo del otro con algunas traducciones. No todas, pero en los casos en los que tengo duda, siempre le consulto. A veces puede que todo esté bien, de acuerdo a su juicio; en otras ocasiones me sugiere algunos pequeños cambios. Lo considero un proceso muy enriquecedor, ya que siempre estoy dando un paso adelante en el dominio de una lengua que amo, y adquiriendo mayor habilidad al traducir. En ese sentido, tengo mi pequeña-gran instrucción profesional.

Bueno, mil gracias, Marisol por estos interesantísimos aportes. Ha sido un gusto tenerla aquí, nos ha abierto horizontes importantes sobre este tema de las traducciones.

Ahora, queremos leer sus poemas. ¿Nos podría compartir algunos?

Con mucho gusto. Aquí van 6 poemas de mi último poemario titulado La forma del vacío-La forma del vuoto, el cual fue publicado el año pasado en Italia por la editorial LietoColle.

Quiero aclarar que los dos últimos poemas, que aparecen separados por asteriscos, son haikús, por tanto no llevan título.

¿Aún existes?

A las mujeres víctimas de la violencia de género

Si me cierras los labios con tu puño cerrado

yo escaparé de ti

sin esperar que un príncipe venga en mi rescate

Si haces sangrar mi sexo

tomándome a la fuerza

yo escribiré versos

que germinen en cada cicatriz

Mis palabras te recordarán que fue una mujer

quien acunó tu frágil cuerpo en sus entrañas

desconociendo el poder de tu metamorfosis

Porque soy yo la madre

a la que le sigues desgarrando el vientre

Soy yo la carne con la que cocinas tu cena

y traes a dios como invitado

Sin embargo desde lejos

aguardo el instante reversible

el día en que muestres tu rostro

digno de pertenecer a nuestra especie

hombre capaz de sostener la mariposa en sus manos

sin mutilar sus alas

Horror vacui

Éramos como figuras apocalípticas

en las manos de Jean Duvet

condenados a llenar espacios desiertos

aglomerados por temor al vacío

Hubieras querido cubrir

cada milímetro de mi piel

como si me faltara algo

como si te sobraran besos

pero las fuerzas que rigen el universo

nos empujaron en opuesta dirección

Los cuerpos se reemplazan

en su necesidad de movimiento

¿Traición o ley natural?

Sin embargo la flecha del amor

que silenciosa se instaló en nuestro pecho

imperceptible enrarecida

no se aleja ni reemplaza

es una partícula fantasma

ocupando el vacío que nos une

el horroroso monstruo

ahora es un aliado

De las cosas que amo

Amo la determinación de la lluvia

que cae con violencia

perforando el silencio de las piedras

El sacrificio del río

que entrega su dulzura en los brazos del mar

Amo la mano que empuña la pluma

para traducir la escritura del enemigo

y la irreversible amnesia del espejo

porque su reflejo siempre me desconoce

Pero sobre todo diría

que amo la valentía de unos ojos

que no saben callar el amor

condenado a una existencia secreta

Amor-dazados

Las palabras planearon su fuga

Descubrieron el vacío del lenguaje

y nos pusieron la mordaza

Porque todo al final fue crueldad

El hastío de sabernos descubiertos

hundidos en el fango de nuestros pretextos

Las piernas pesadas

de tantos caminos recorridos

algunos fueron elegidos

otros nos eligieron a la fuerza

Sin embargo insistimos en gritar

la palabra perdida

detrás de la boca cerrada

del agujero en el pecho

de la caricia mutilada

Pero el amor

es quedarse también mudos

amarrarse la lengua al paladar

y dejar que el corazón explote

cuando su única ruta de escape

ha sido cancelada

* * *

Siente la hiedra

la soledad del muro

y lo abraza

***

Azul el mar

de tus ojos profundos

nadie retorna

Por Clara Schoenborn

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