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¿Por qué es importante el celibato?

El autor de "Cambiar la Iglesia: el papa Francisco y el futuro del Catolicismo" cuestiona en este texto esa idea de que "todos los males católicos se esfumarían si tan solo Roma dejara de exigir cosas 'poco naturales' como el celibato y la castidad". Debate.

Ross Douthat*
05 de marzo de 2019 - 10:05 p. m.
El cardenal australiano George Pell, condenado en Melbourne por el abuso sexual de dos menores, al llegar a una audiencia dentro del proceso para determinar su pena.  / David Crosling / EFE
El cardenal australiano George Pell, condenado en Melbourne por el abuso sexual de dos menores, al llegar a una audiencia dentro del proceso para determinar su pena. / David Crosling / EFE

La retórica anticatólica, de origen protestante o secular, siempre ha insistido en que la Iglesia romana es enemiga de lo que podríamos llamar una sexualidad sana. Ese tropo retórico ha persistido a pesar de redefiniciones capitales del significado de la sexualidad sana; una cultura sexual derroca a otra, pero el catolicismo sigue estando condenado eternamente.

Así, en el contexto del siglo XIX, cuando la sexualidad sana implicaba una gran familia patriarcal con la esposa en el papel del ángel de la casa, los polemistas anticatólicos estaban obsesionados con las monjas del catolicismo —esas mujeres que misteriosamente se rehusaban a casarse y tener hijos, y a las que, por lo tanto, se consideraban prisioneras en conventos góticos, víctimas de sacerdotes predatorios.

Tiempo después, cuando los apóstoles de la salud sexual eran “férreos cristianos” victorianos preocupados por la desviación moral, el problema con el catolicismo era que se mostraba demasiado hospitalario con la homosexualidad, demasiado decadente, debilitado, demasiado cercano a la filosofía de Oscar Wilde incluso antes de la conversión de Wilde en su lecho de muerte.

Más tarde, cuando la salud sexual significaba tener una familia nuclear, blanca y estadounidense con dos hijos, el problema con el catolicismo era que estaba demasiado obsesionado con la procreación heterosexual, demasiado interesado en sobrepoblar el mundo con niños.

Y ahora, en nuestra propia era de individualismo sexual, se acusa al catolicismo sobre todo de una crueldad represora, de negarle a la gente —y en especial a sus sacerdotes, que cargan con el celibato— la satisfacción sexual que necesitan todos los seres humanos.

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Comencé a pensar en la mezcla de cambio y consistencia en los argumentos anticatólicos mientras leía “In the Closet of the Vatican”, una presunta investigación periodística sobre la homosexualidad entre los altos clérigos publicada para coincidir con la cumbre de la Iglesia en torno al abuso sexual por parte del clero.

El libro —escrito por Frédéric Martel, periodista homosexual francés no creyente— simplemente argumenta con un estilo florido y repetitivo que la prevalencia de las relaciones homosexuales en el Vaticano implica que el celibato clerical es un fracaso y un fraude, tan poco natural y nocivo como se consideraba la homosexualidad en los consensos morales previos.

El estilo del recuento de Martel es fascinante porque se parece mucho a la vieja crítica protestante de la decadencia católica. En vez de un calvinista acérrimo que proclama que la culpa y la furia del catolicismo hace homosexuales a los hombres, es un ateo homosexual que afirma que los homosexuales usan la culpa y la furia del catolicismo para decorar el clóset más fastuoso del mundo. En vez de que el celibato pervierta a los hombres, el celibato es la perversión, y la cura es la homosexualidad libre. El celibato solía ofender al conservadurismo de los valores familiares; ahora ofende de igual manera a la mentalidad opuesta.

El libro es bastante malo; demasiados de sus seudorrevelaciones dependen de la supuesta infalibilidad de la capacidad que tiene Martel para identificar a los hombres homosexuales. Sin embargo, cualquiera que sepa cualquier cosa sobre el Vaticano sabe que algunos de los chismes del libro simplemente son ciertos, así como las otras críticas del catolicismo tienen alguna correspondencia con la realidad.

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La enseñanza de la Iglesia de que el sexo homosexual es pecaminoso ha coexistido de manera evidente y ha animado a las poderosas subculturas homosexuales en el sacerdocio. Los sacerdotes de verdad han seducido y abusado de las monjas, y aún lo hacen actualmente. Es más probable que los hombres célibes sean predadores (como esperamos ya lo ha señalado de manera decisiva el movimiento #YoTambién), pero hay algunos tipos específicos de depredación que han prosperado en el sacerdocio, y lo peor de esa situación parece ser una polémica anticatólica que ha cobrado vida.

Así que, si los católicos observan estas críticas cambiantes pero recurrentes y ven solo intolerancia, estarían cometiendo un gran error. Un detractor de la Iglesia puede ver sus problemas más rápidamente que un creyente, y cuando las críticas se rechazan solo porque utilizan los estereotipos católicos, entonces ocurre la manera deplorable en que la Iglesia ha lidiado con las acusaciones de abuso sexual por parte del clero durante muchos años.

Sin embargo, al mismo tiempo, la manera en que la “sexualidad sana” supuestamente disponible afuera de la Iglesia parece cambiar con cada generación ofrece un motivo para mostrarse escéptico de que todos los males católicos se esfumarían si tan solo Roma dejara de exigir cosas “poco naturales” como el celibato y la castidad.

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La ética sexual que se ofrece en nuestra época debería hacer que los católicos se sientan particularmente escépticos. Esa ética considera que el celibato es algo poco realista mientras ofrece pornografía y robots sexuales para aliviar las frustraciones creadas por su incapacidad de unir a los hombres y las mujeres. Compadece a los sacerdotes católicos como hombres reprimidos y miserables (algunos lo son, pero no en general) aunque su propia organización cultural alimenta un vasto experimento social respecto de envejecer solo. Desdeña las grandes familias mientras se muestra incapaz de reproducirse. Trata cualquier reconocimiento de las diferencias entre hombres y mujeres como algo reaccionario mientras construye una arquitectura de identidades sexuales cuyas complejidades abrumarían a un académico medieval.

En el nombre de esta alternativa no esclarecida de manera evidente, se le pide constantemente al catolicismo que “reforme” prácticas que están vigentes porque se conectan directamente con el Nuevo Testamento; en el caso del celibato, se relaciona con el ejemplo de Jesucristo y sus palabras firmes contra cualquiera que idolatre la vida familiar.

Eso parece ser un mal acuerdo, sin importar cuánta hipocresía haya en Roma.

Es obvio que el celibato clerical no garantiza el ascetismo, así como ir a escuchar misa no garantiza la devoción (créanmelo). No obstante, preserva el llamado incluso cuando el sistema se ha corrompido. Perder ese llamado, en esta época de escándalos y purgación inconclusa, podría provocar que solo quede la corrupción, sin diluir y sin controles.

* Columnista de The New York Times, autor del libro: "Cambiar la Iglesia: el papa Francisco y el futuro del Catolicismo".

Por Ross Douthat*

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