Vamos a la casa que está tomada por los libros para refugiarnos de la lluvia, para subir al ático y creer en los fantasmas de Pizarnik, Lispector y Poe, para pedir torta de chocolate mientras ojeamos un libro del Bosco que terminaremos comprando a dos cuotas, para acariciar los gatos que duermen en fila en un solo anaquel: Tangram gato de Rinck, Elogio del gato de Hochet, Gato sin dueño de Taigi y Opiniones del gato Murr de Hoffmann.
Vamos a la madriguera de los libros para volver a ser niños, o zorros, para sentarnos en la sala de la casa de Wes Anderson y crear un plan de fuga, para que el boticario de los libros nos recete letras en vez de Prozac, para buscar títulos según nuestras emociones y no según nuestra profesión, para decir Sometimes I Feel Like a Fox (Danielle Daniel), para enamorarnos de la versión ilustrada de Aura (Fuentes y Acosta) y de las historias de Los irlandeses (Buitrago y Guevara).
Vamos a las pequeñas Alejandrías, sabiduría de siglos y de hombres, para estudiar con Simone de Beauvoir y entender que la sabiduría también es de mujeres, para huir de las editoriales que acostumbramos a ver en la caja del supermercado, para nosotros, los que queremos ser escritores, y preguntar sobre un tema, cualquier tema, y comprar seis libros para armar el estado del arte de la novela que aún no está escrita, para ver cómo lo han hecho los otros y así escribir, no mejor, pero sí distinto.
Así que vamos. ¡Vamos a la Babelia de los libros, donde las torres de historias nunca se derrumbarán! ¡Vamos a la Luvina que habría imaginado Rulfo! Vamos, y escuchemos también la música de las tornamesas, lleguemos más allá del prólogo de un buen libro, encontremos dentro de alguna valija de fuego a ese autor que nos va a cambiar la vida, y recémosle a santa Wilborada, la patrona de las bibliotecas, para que el presidente que elijamos sea buen lector.
Seguimos yendo a las librerías porque leemos con los cinco sentidos, “sí, sí, el olor de las páginas, las ganas de leer un poema en voz alta, el tacto del papel, salivar de placer”, porque nos hacemos amigos de los libreros, “de Ana y de Lucas y de Mauricio y de Lucía y de Carlos y de tantos más”, porque los libros que descargamos en el Kindle, “igual lo hacemos”, no compiten con las conversaciones, ni con la magia de encontrar un libro sin estar buscándolo. Seguimos yendo a las librerías como hijos pródigos que siempre vuelven a su hogar.
@julianadelaurel