El Magazín Cultural

Postales sonoras desde casa (Cuentos de mochila)

Leo historias de viajeros que buscan contacto con la gente y escriben retratos de otras culturas, se inmiscuyen en las casas de los locales y viven con ellos durante semanas. A veces siento que viajo a medias por ser una persona solitaria.  

Natalia Méndez Sarmiento / @cuentosdemochila
09 de abril de 2020 - 10:48 p. m.
Kurt Cobain, líder de la banda Nirvana, fallecido el 5 de abril de 1994, 26 años atrás. / Cortesía
Kurt Cobain, líder de la banda Nirvana, fallecido el 5 de abril de 1994, 26 años atrás. / Cortesía

Día 10.

Si un camionero y seis repartidores de plátanos me recogen en una isla, me llevan en el camión a recorrerla y me invitan a almorzar, lo gozo y lo cuento como una anécdota única de una tarde en Nicaragua. Pero si el camionero no para y no me pregunta que hago sentada al lado de la carretera con una bicicleta, yo no lo hago frenar para contarle que estoy cansada de pedalear y esa anécdota jamás sucedería. No busco a la gente, pero me gustan los encuentros casuales.  

Si desea leer otro texto de Natlia Méndez, ingrese acá: Reaprender para vivir (Cuentos de mochila)

Viajo especialmente para ver la naturaleza, los paisajes de la Tierra me seducen y en ocasiones son los causantes de profundas reflexiones que me reconectan conmigo y con todo lo que existe, con todo y seres humanos a bordo, pues reconectarme conmigo es también valorar mi humanidad y la de todas las personas con las que convivo en el planeta así jamás las haya visto. 

En esta cuarentena el 50% de mis emociones personales se las lleva el vale güevismo, consecuencia de mi ser encuevado que valora el silencio y el tiempo en solitario. El otro 50% se lo lleva la desesperación de no poder ver el mundo más allá de una cuadra, y tener que repasar una y otra vez con los ojos el mismo paisaje de paredes blancas y calles desoladas. 

Por eso hoy, en el día 10 de escritura y el 21 de confinamiento, escribo estas postales sonoras para intentar ver el mundo con los oídos: 

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Risas en la planta baja. Sonidos vocales indescifrables que se cuelan por las ventanas. Me pregunto entre sueños hasta qué hora tendré el descaro de estar dormir. Chiflidos. ¿Me estarán llamando a mí?, ¿quién me llamaría a chiflidos y no por mi nombre? Se sienten pasos cercanos en la puerta, se detienen, tres golpes secos en la madera y una voz recia: “muchachos, el Municipio está dejando a las familias cajas con comida, bajen con su identificación”. Me alivié porque el gobierno está actuando en favor de la gente en tiempos de cuarentena, también me sentí mal porque no quiero acaparar los alimentos. Igual agradecí, tal vez hoy no los necesite, pero mañana sí.  

Si está interesado en leer otro texto de Natalia Méndez, ingrese acá: Una década viajada (Cuentos de mochila)

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Doce de la noche. En el computador se reproduce “El niño que domó al viento”, una película basada en una historia real. Trato de pronunciar en voz alta Kamkwamba, el apellido de este niño domador de Malaui que salvó a su aldea de la hambruna. Sin pensarlo mucho comienzo a cantar una canción a ritmo de África pronunciando – o tratando de pronunciar -  solo Kamkwamba, comienzo a mover la cabeza y mis manos golpean el colchón. Estoy haciendo música en esta madrugada que hace unos minutos percibía demasiado silenciosa.

Podría apostar a que muchos piensan en la misma canción que yo, los dejo con la duda de cuál es para que creen su propia postal sonora africana. 

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Se escucha el guion de la “La Bella y las Bestias” en la bocina que compramos justo antes de la debacle. No me equivoqué con el título, bestias termina en s porque no estamos viendo la película animada del peludo y su chica, estamos viendo una especie de novela mexicana de venganza que durante 82 capítulos nos ha mantenido como tarados frente a la pantalla. 

Afuera se escucha por primera vez en cuarentena el pitido de una camioneta de policía. Después, una voz a través de un altoparlante: “[…] no salgas […] casa […] tu salud”, eso fue todo lo que entendí, pero supongo que decía algo así: “por favor no salgas de casa, quédate en casa para cuidar tu salud”. 

A mí me asustó. Una patrulla con megáfono dando instrucciones me hace sentir más encerrada de lo que no estoy, pues mi encierro es tediosamente voluntario. Para que quede en el registro de mi diario, insisto: ya van más de 3000 contagiados en México y aquí todos andan de Semana Santa en Acapulco.

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Suena en Youtube Smell Like Teen Spirit. “¿Sabías que a principios de abril de 1994 murió Kurt Cobain?”, “no”, respondo, “estoy escribiendo, no me interrumpas por favor,” le digo a mi novio que podría tener un programa de radio biográfico. Se sabe detalles generales e inéditos de la vida de todos los rockeros famosos, desde Jim Morrison hasta Anthony Kiedis, y no discrimina nacionalidades, me cuenta toda la vida de Gustavo Cerati y también se sabe la de Andrea Echeverri.  

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Hay un sonido que solo percibo cuando se termina: el del ventilador. Para poder escribir postales sonares necesito acallar el ruido, pero estamos a 31 grados centígrados sin aire acondicionado. No me importa, estoy comprometida con este diario y apago el ventilador cinco minutos. El canto de los pájaros vuelve a retomar fuerza y miro hacia la ventana para encontrar alguno con la mirada. 

En la terraza hay uno parado que no sé si canta, quiero espantarlo. Recuerdo que hace meses uno de esos atacó a un amigo por tratar de rescatar a su cría que cayó al piso desde el nido. 

El pájaro le dio dos picotones en la cabeza, al lado de su oído escurrió una delgada línea de sangre que nos espantó, también picoteó en la cara al señor de mantenimiento del lugar que intentó espantarlo. Fueron necesarias cinco personas para rescatar al pajarito sin que la madre acabara con el personal.  

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¿Saben lo difícil que es la cuarentena en pareja en un estudio de 15 mts cuadrados? El sonido del agua golpeando en el piso de la ducha es mi preferido en estos días de confinamiento. En este justo momento estoy escribiendo porque mi novio se está bañando y no hay nadie que me hable de la vida del ahora obeso y poco sexy Axl Rose. 

Estoy segura que él siente la misma emoción que yo con este sonido, es el hermoso momento de soledad que cada uno desea por lo menos cinco veces al día. Creo que se demora más de lo normal para evitar mi pregunta: “¿Te puedo leer lo que acabo de escribir?”

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Volveré a escribir postales sonoras cuando logre escuchar el revoloteo de una mariposa. 

www.cuentosdemochila.com
 

Por Natalia Méndez Sarmiento / @cuentosdemochila

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