El Magazín Cultural

Profetas disfrazados

Profetas disfrazados que te dicen que es poco probable que llegues al otro lado con tu desacelerado paso. A modo de defensa, respondes que no quieres llegar a ningún lado, que sólo estás divagando por lugares y fingiendo no haberte escuchado, te repiten que debes aumentar la velocidad porque el tren puede marcharse.

Juliana Londoño
29 de agosto de 2017 - 03:00 a. m.
Ilustración Istock
Ilustración Istock

Libros, que desde el comienzo te sentencian: te dicen qué estás haciendo mal y por qué lo estás haciendo mal, te encierran en la fórmula de aquellos que leerán esas páginas, como si todos lleváramos a cuestas las mismas ruinas, te tachan de miope, de pasivo, te insinúan de una forma desafiante que no estás detallando el sentido de las cosas, que el rumbo de tu vida está en marea y con ínfulas de redentor, te describen, paso a paso, qué vas a leer y entonces qué pensamientos saldrán de ti, qué música te conviene escuchar en esos ratos de náufrago incipiente y cuáles emociones filtrarán tus noches. Te advierten sobre ciertas palabras en las que hay que enfatizar y repetir como una máquina programada para que, por supuesto, tu mente se programe y el mar vuelva a estar en su debida calma.

Psicólogos que cargan tus problemas, porque siempre tienen solución, tienen solución y no son penas, no son penas y mucho menos heridas profundas. Son, cuando menos, una pérdida de inspiración que, cuando vuelva, porque volverá, dicen ellos con una seguridad que espanta, todo río tendrá caudal. Una vez más, como salvadores de la humanidad, te recetan ciertos hábitos que te convertirán en lo que verdaderamente eres y no en lo que has venido siendo.

Profetas disfrazados que te dicen que es poco probable que llegues al otro lado con tu desacelerado paso. A modo de defensa, respondes que no quieres llegar a ningún lado, que sólo estás divagando por lugares y fingiendo no haberte escuchado, te repiten que debes aumentar la velocidad porque el tren puede marcharse. En efecto, ves el tren marcharse y te irrumpe una sensación de ansiedad. Quizá debiste haberte montado, piensas, pero luego te acomodas al nuevo trance. Justo cuando estás a dos pasos de marcharte, aparece alguien, te agarra del brazo, te empuja, te sienta y de repente, estás en el mismo viaje, como todos los demás.

Cursos con manuales incluidos sobre cómo gastar los días, cómo ser feliz en diez pasos, cómo encontrar el amor, cómo lograr eso que anhelas cada noche sin fallar en el intento. Cursos que te venden la vida, como si pudiéramos comprarla, que te la muestran como una ciencia exacta, donde cualquier camino es parte de un método científico. Manuales que por fin saben qué es el amor, aunque nadie más sepa definirlo con certeza. Manuales que parecen recetas de cocina, percibiendo la vida como un cúmulo de ingredientes que se mezclan, se amasan, se vierten todos en un mismo molde.

Voces, todo el tiempo escuchas voces que te dicen que te asomes a la ventana para que notes que el Sol está de vuelta y que, esta vez, el viento sopla a tu favor. Qué batalla campal esta, en la que todos, incluyendo desconocidos como yo, creemos saber vivir todas las vidas.

Por Juliana Londoño

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