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Prometeo encadenado o la condena del Cáucaso

Una forma de acercarnos a la región donde esta semana se desató el conflicto armado entre Armenia y Azerbaiyán, ubicada entre Asia occidental y Europa del este, es leyendo la tragedia griega de Esquilo (525 a.C. - 456 a.C) inspirada en “el más alto de los montes”. Fragmento.

Esquilo * / Especial para El Espectador
29 de septiembre de 2020 - 05:29 p. m.
En la mitología griega, Prometeo es el Titán protector de los mortales, honrado por robar el fuego de los dioses y darlo a la humanidad para su uso, pero por ello castigado por Zeus. Fue llevado al Cáucaso y encadenado donde un águila se comió su hígado, pero al ser inmortal, se le regeneraba y el ave volvía cada día. El castigo era eterno hasta que Heracles mató al águila y lo liberó.
En la mitología griega, Prometeo es el Titán protector de los mortales, honrado por robar el fuego de los dioses y darlo a la humanidad para su uso, pero por ello castigado por Zeus. Fue llevado al Cáucaso y encadenado donde un águila se comió su hígado, pero al ser inmortal, se le regeneraba y el ave volvía cada día. El castigo era eterno hasta que Heracles mató al águila y lo liberó.
Foto: Archivo

(Océano se marcha en su monstruo alado. Tras un silencio, las Oceánides aparecen sobre de una roca y cantan lo siguiente.)

CORO. Lloro por tu fatal destino, Prometeo; y vertiendo de mis delicados ojos una corriente de lágrimas mojo mi mejilla con húmedas fuentes. Hostilmente gobernando con leyes propias Zeus manifiesta a los dioses de antaño su lanza soberbia.

Ya todo este país ha lanzado un grito lastimero; sus pueblos lloran por la grandeza y el antiguo prestigio tuyo y de tus hermanos, y todos cuantos mortales habitan la tierra vecina de la sagrada Asia, ante el gran gemido de tus penas sufren contigo.

Y las vírgenes que habitan en la tierra cólquide, valientes luchadoras, y la turba de Escitia, que ocupa el lugar más remoto de la tierra alrededor del lago Meótico.

Y la flor guerrera de Arabia, los que viven una ciudadela escarpada cerca del Cáucaso, hostil ejército que brama en lanzas de acerada proa. (Le explicamos por qué estalló el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán).

Sólo antes otro dios titán he visto sufrir, vencido en la ignominia de unos lazos de acero, Atlas, que llevando siempre en la espalda, fuerza inflexible, la tierra y la bóveda celeste, gime.

La ola marina cayendo ola sobre ola brama, llora el abismo, el tenebroso Hades en las profundidades de la tierra ruge, y las fuentes de los sagrados ríos exhalan su dolor quejumbroso.

PROMETEO. (Tras de un largo silencio.) No penséis que callo por arrogancia o altanería; pero un pensamiento me devora el corazón al verme así tan vilipendiado. En verdad, a estos dioses nuevos, ¿qué otro si no yo les repartió exactamente sus privilegios? Pero sobre esto callo; pues sabéis lo que podría deciros.

Escuchad, en cambio, los males de los hombres, cómo de niños que eran antes he hecho unos seres inteligentes, dotados de razón. Os lo diré, no para censurar a los hombres, sino para mostraros la buena voluntad de mis dones. Al principio, miraban sin ver y escuchaban sin oír, y semejantes a las formas de los sueños en su larga vida todo lo mezclaban al azar. No conocían las casas de ladrillos secados al sol, ni el trabajo de la madera; soterrados vivían como ágiles hormigas en el fondo de antros sin sol. No tenían signo alguno seguro ni del invierno, ni de la floreciente primavera ni del estío fructuoso, sino que todo lo hacían sin razón, hasta que yo les enseñé los ortos y ocasos de los astros, difíciles de conocer.

Después descubrí también para ellos la ciencia del número, la más excelsa de todas, y las uniones de las letras, memoria de todo, laboriosa madre de las Musas. Y el primero até bajo el yugo a las bestias esclavizadas a las gamellas y a las albardas, a fin de que tomaran el lugar de los mortales en las fatigas mayores, y llevé bajo el carro a los caballos, dóciles a las riendas, orgullo del fasto opulento. Sólo yo inventé el vehículo de los marinos, que surca el mar con sus alas de lino. Y, mísero de mí, yo que he encontrado estos artificios para los mortales, no tengo artimaña que pueda librarme de la actual desgracia.

CORIFEO. Padeces un castigo indigno; privado de razón divagas, y como un mal médico que a su vez ha enfermado, te desanimas y no puedes encontrar para ti mismo los remedios curativos.

PROMETEO. Escucha el resto y te sorprenderás más: las artes y recursos que ideé. Lo más importante: si uno caía enfermo, no había ninguna defensa, ni alimento, ni unción, ni pócima, sino que faltos de medicinas morían, hasta que les enseñé las mezclas de remedios clementes con los que ahuyentan todas las enfermedades. Clasifiqué muchos procedimientos de adivinación y fui el primero en distinguir lo que de los sueños ha de suceder en la vigilia, y les di a conocer los sonidos de oscuro presagio y los encuentros del camino. Determiné exactamente el vuelo de las aves rapaces, los que son naturalmente favorables y los siniestros, los hábitos de cada especie, los odios y amores mutuos, sus compañías; la lisura de las entrañas y qué color necesitan para agradar a los dioses, y los matices favorables de la bilis y del lóbulo del hígado. Haciendo quemar los miembros cubiertos de grasa y el largo lomo, encaminé a los mortales a un arte difícil de entender y revelé los signos de la llama que antes eran oscuros. Tal es mi obra. Y los recursos escondidos a los hombres debajo de la tierra, bronce, hierro, plata, oro, ¿quién podría preciarse de haberlos descubierto antes que yo? Nadie, lo sé bien, a menos que quiera hablar en vano. En una palabra, sabe todo a la vez: todas las artes para los mortales proceden de Prometeo.

CORIFEO. No ayudes a los mortales más allá de lo necesario y descuides tu propia desgracia. Yo tengo buena esperanza de que un día, liberado de estas cadenas, no tendrás un poder inferior a Zeus.

PROMETEO. No tiene decretado todavía que esto se cumpla, la Moira que todo lo lleva a término; cuando estaré encorvado por mil dolores y desgracias, entonces escaparé de estas cadenas. El arte es con mucho, más débil que la Necesidad.

CORIFEO. ¿Y quién es el timonero de la Necesidad?

PROMETEO. Las Moiras de tres formas y las memoriosas Erinis.

CORIFEO. ¿Zeus, pues, es más débil que ellas?

PROMETEO. No puede, por lo menos, escapar a su destino.

CORIFEO. ¿Y cuál es el destino de Zeus sino reinar por siempre?

PROMETEO. Sobre esto no preguntes más, no insistas.

CORIFEO. Es, sin duda, un augusto secreto lo que ocultas.

PROMETEO. Hablad de otra cosa; no es el momento de revelar este secreto, sino de esconderlo lo más posible; pues guardándolo oculto, escaparé de estas cadenas humillantes y de estos sufrimientos.

CORO. Que nunca el que todo lo gobierna, que nunca Zeus coloque enfrente de mi voluntad su fuerza, que jamás me tarde en acercarme a los dioses con sagrados festines de hecatombes junto al curso inagotable del Padre Océano, ni los ofenda con mis palabras. Antes permanezca firme en mí este propósito y no se borre jamás.

Es dulce pasar una larga vida en confiadas esperanzas alimentando el corazón de deleites radiosos. Pero me estremezco cuando te veo desgarrado por tantos sufrimientos. Pues sin temer a Zeus, por propio criterio honras en exceso a los mortales, Prometeo.

Vamos, amigo, dime, ¿qué favor te aporta tu favor? ¿Dónde está la defensa, la ayuda de los efímeros? ¿No has visto la impotencia reducida, igual al sueño, que encadena la ciega raza humana? Nunca la voluntad de los mortales conculcará el orden establecido por Zeus. Esto he aprendido observando tu funesto destino, Prometeo.

* Esquilo fue un dramaturgo nacido en Eleusis (525 a.C. - 456 a.C), predecesor de Sófocles y Eurípides, y considerado el primer gran referente de la tragedia griega.

Aquí puede leer otra mirada literaria del mito de Prometeo.

Por Esquilo * / Especial para El Espectador

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