El Magazín Cultural

¿Quién se está quedando con el dinero de la Tarjeta de Turismo en San Andrés?

Según sus habitantes, el dinero recaudado no se está invirtiendo en la mejora de Infraestructura Turística Pública ni en la conservación de los recursos naturales del archipiélago, como lo establece la ley. Lo que es aún peor, nadie en el gobierno local sabe dónde está.

María José Rojas y Melisa Parada*
07 de febrero de 2020 - 08:52 p. m.
Imagen de un atardecer y lanchas de pesca en una de las principales playas de San Andrés, Spratt Bight. / María José Rojas
Imagen de un atardecer y lanchas de pesca en una de las principales playas de San Andrés, Spratt Bight. / María José Rojas

Como de costumbre, en época de vacaciones,  Omalina, una raizal, salía con sus amigos a la playa de Rouck a pescar, o más bien, a molestar a los pescadores. Con los demás niños isleños, Omalina montaba en canoa haciendo carreras alrededor de los manglares de la isla de San Andrés, en Colombia, para ver quién era el primero en soltar la red de pesca. A pesar de que varias veces los niños tuvieron que tirarse de las canoas y nadar muy rápido para evitar que los pescadores los atraparan, era la diversión perfecta. Para Omalina, a sus trece años, el mar cristalino de distintos tonos que rondaban entre el azul y el turquesa, era su hogar. El llegar a su casa, ubicada en lo que en ese tiempo era el Centro -sobre la Avenida 20 de Julio, la calle principal de la isla- y quedarse dormida en una silla a la entrada de su casa, viendo el cielo y sintiendo la suave brisa que batía su pelo crespo, son de los mejores recuerdos de su infancia. 

Casi 60 años después, Omalina quisiera que la isla siguiera así. Aunque ama y adora a San Andrés, sabe que, con el paso de los años, no solo esta isla, sino el departamento insular, ha cambiado y no de la mejor manera. El Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, que tiene un área 52,500  km2 (lo cual equivaldría a casi siete canchas de fútbol profesional), ha presentado varios problemas desde que ella era una niña y caminaba por Spratt Bight recogiendo langostas. A esta mujer isleña le da tristeza ver cómo problemas como la inseguridad, la violencia urbana, el narcotráfico y el estado de las playas turísticas están transformando este paraíso terrenal. 

Omalina agradece al turismo, pues dice que le abrió puertas al archipiélago. Las islas pudieron crecer y ser reconocidas a nivel nacional e internacional gracias a esta actividad económica. El departamento, reconocido por tener el mar de siete colores y su vida acuática, es el destino ideal para aquellos que practican deportes acuáticos como buceo, windsurf y snorkel. Sin embargo, esto ha llevado a la sobreexplotación del departamento. De hecho, en los últimos cinco años, el turismo ha crecido en un 91.4%. “Uno ya no puede ir al Acuario cuando quiere porque solo se ven cabecitas, en lugar de la arena”, dice la isleña.

Para 1991, Omalina era una de las 52 mil personas, entre raizales, continentales (es decir, del resto de Colombia) y algunos extranjeros, que vivía en el archipiélago. Ella recuerda que en ese tiempo la isla estaba en un muy buen momento, pues todavía el narcotráfico no había llegado al departamento y no había mucha pobreza ni inseguridad porque todos los habitantes de San Andrés se conocían entre sí. Sin embargo, como la región insular, por su naturaleza, contaba, y aún cuenta con recursos limitados, era necesario un recurso económico adicional que facilitara su subsistencia. El impuesto de la Tarjeta de Turismo fue creado por el Decreto 2762 de 1991 como respuesta a esta necesidad: controlar la población en las islas.

Este impuesto, creado por la Constitución de 1991, reconoce a los raizales (población nativa del archipiélago) como una minoría étnica que goza de características especiales por su cultura y ecosistema. Las islas cuentan con agua potable y energía limitados. No es un lugar para tanta gente.

Desde entonces, si usted es continental o extranjero, debe pagar 125.000 pesos para ingresar al departamento. En 2018, casi un millón de turistas llegaron a la región insular, aportando así más de 75 mil millones de pesos solo en el pago de la tarjeta turística. Este valor equivale a una sexta parte del presupuesto anual del departamento. 

El valor de la Tarjeta de Turismo aumenta cada año de acuerdo con el Índice de Precios al Consumidor (IPC) establecido por el DANE.  Del dinero recaudado, el 20% va para el municipio de Providencia y el 80% restante es destinado al mantenimiento de la Infraestructura Turística Pública y a la preservación de los recursos naturales del archipiélago. Este tipo de infraestructura hace referencia a centros de convenciones, puertos, embarcaderos, senderos turísticos y señalización, entre otros. Así mismo, la Infraestructura Turística Pública es la base para el desarrollo del turismo, pues atrae a la gente a visitar un lugar.

A pesar de que la teoría es buena, en la práctica no lo es tanto pues, tras casi 20 años desde la creación del impuesto, los residentes y turistas no ven mejoría alguna en las zonas de la isla. La Tarjeta de Turismo no está funcionando para mantener al Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina como un destino turístico nacional e internacional. El dinero recaudado no se está invirtiendo en la mejora de este tipo de infraestructura y, lo que es aún peor, nadie en el gobierno local sabe dónde está el dinero. Las consecuencias de esta falta de inversión son evidentes para Omalina, los raizales y los turistas.

En el mismo decreto de 1991 se estipula la creación de la Oficina de Control, Circulación y Residencia (OCCRE), encargada de regular quiénes entran y quiénes residen en el archipiélago a través de dos mecanismos: la Tarjeta de Turismo, la Tarjeta de Residencia. Para generar un mejor control, a la par de la Tarjeta de Turismo, fueron creadas las Tarjeta de Residencia y de Residencia Temporal: la primera, para personas que ya vivían en las islas antes de 1991, y la segunda, para quienes adelanten actividades académicas, militares, religiosas, profesionales y científicas, entre otras, durante un tiempo no mayor a tres años.

Esto sonaba bien en un principio, puesto que la función de la OCCRE era una manera de regular y controlar la población y, así, proteger los recursos del archipiélago, pero la realidad muestra la poca efectividad de dicho organismo. “La intención fue buena, pero tuvo muchas contradicciones y a los líderes les faltó berraquera”, dice Omalina. 

Germán, turista argentino que va constantemente a San Andrés, cree que el valor de la Tarjeta de Turismo es alto y que no se nota la inversión que se hace con ese dinero. La primera vez que el argentino visitó la isla fue hace cuatro años, cuando el costo del impuesto era la mitad de lo que es ahora. Para Germán, el ir a San Andrés es un viaje asequible según lo que se esté dispuesto a invertir. Para él, la isla debería realizar inversiones mayores en infraestructura, servicios y transporte público, pues así podría mejorar la ciudad tanto para raizales y residentes, como para turistas.

Es cierto que la creación de las diferentes tarjetas ha servido para controlar la población ya que, entre 1991 y 2018, esta ha crecido oficialmente sólo un 1,29%. Sin embargo, la inversión en la Infraestructura Turística Pública no se ve por ningún lado. Esto mismo lo menciona César Pizarro, periodista de The Archipiélago Press. “Lo que se queja la gente es que esa contribución que paga por ingresar a San Andrés no se ve reflejada porque lo que hay es una ciudad llena de basura, de basureros abiertos a cielo abierto, faltan muelles de embarque en los cayos y en la misma isla”, dice. 

No hay control en el archipiélago 

A pesar de que el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina puede recuperar su posicionamiento como el lugar turístico favorito de los colombianos, el asunto parece no ir por buen camino. La situación poblacional y manejo del dinero recogido por el impuesto turístico se le ha salido de control a la OCCRE. Las bases de datos con las que cuenta la Gobernación no están actualizadas y la institución no sabe cómo medir la capacidad de habitantes que puede cubrir los recursos del archipiélago. A esto se le suma que los hoteles autorizados están llegando a su tope, de manera que los turistas buscan otras alternativas de hospedaje que no son legales y, por lo tanto, no se pueden medir o controlar.

Pero quizá lo más grave es que no existen cifras claras acerca del número de turistas que ha ingresado a la isla, ya que el ICER (Informe de Coyuntura Económica Regional) cuenta con documentos desde 2001 y hasta 2012. Los datos provienen de fuentes distintas (como la Aerocivil, la Secretaría de Turismo de San Andrés y Colteco) y no coinciden entre sí. Además, desde 2013, el ICER dejó de contar los turistas (quienes pagan el impuesto de turismo) y empezó a calcular sólo los pasajeros que llegan al archipiélago, lo cual no permite saber cuántas personas pagan la Tarjeta de Turismo. Tras buscar respuesta de este asunto en el Ministerio de Industria y Comercio, se informó de que solo tienen información desde 2012 y que es recogida con una metodología distinta a la del ICER, por lo que estos datos no se pueden comparar con años anteriores. 

Como resultado del vacío de información, es difícil saber en qué datos confiar, pero lo que es más preocupante es que la falta de datos impide hacer control ciudadano y diseñar políticas públicas apropiadas. Como lo menciona Pizarro, no se sabe qué pasa con la plata recogida. Lo que sí sabe es que se le está dando una destinación distinta a este dinero. “¿Por qué, si se supone que el decreto inicialmente hablaba de una contribución a la inversión en Infraestructura Turística Pública y a la conservación ambiental, últimamente se le ha venido dando unas destinaciones distintas a esos ingresos?”, menciona el periodista. Así las cosas, no es sorpresivo que no se sepa exactamente a dónde va el dinero recaudado por el impuesto de turismo.

El sueño sanandresano

Hace un poco más de 20 años, Omalina se podía acostar a dormir tranquilamente en su casa dejando la puerta principal abierta sin que nada pasara. Beatriz, una isleña de 50 años, también cuenta que en esa época era posible dejar los carros con las ventanas abiertas y las llaves dentro sin que nada pasara. Los índices de inseguridad y violencia eran muy bajos. San Andrés era (y en cierta medida sigue siendo) un lugar diferente al resto del país. Omalina afirma que el archipiélago empezó a “ir por mal camino” cuando se dejó influenciar por lo externo: la delincuencia y el narcotráfico. Ella culpa al narcotráfico de haber traído “todo este desorden social” a la isla. 

A pesar de que darle la vuelta a la isla no puede faltar cuando se va a San Andrés, ahora hay que ser un poco más precavido, pues últimamente han estado robando a los turistas durante ese recorrido. Dos casos recientes han conmocionado a la población: el del profesor colombo chileno que fue apuñalado en diciembre del 2018 mientras conducía un carrito de golf dándole la vuelta a la isla, y el de la turista argentina que estuvo en coma inducido tras ser golpeada en la cabeza en medio de un atraco en julio de 2019.

La inseguridad en San Andrés ha crecido de una manera abrupta y Omalina ha sido testigo de esto. La mujer isleña recuerda que, cuando era niña, los ladrones se podían contar con una mano. Durante su infancia, solo vio una vez cómo un joven se metió al patio de su casa y robó un coco, nada más.  “¿Sabes cómo se llama la cárcel de San Andrés? La Nueva Esperanza. Bueno, así le decimos a nuestra casa porque ahora estamos encerrados. Ya se nos han metido -los ladrones- tres veces en los últimos cuatro años. Eso no había pasado nunca”, dice. Tan solo entre enero y agosto de 2018 y el mismo periodo de 2019, los delitos aumentaron en un 14%: 335 personas fueron víctimas de hurto y 16 fueron asesinadas. 

Las autoridades relacionan las cifras de inseguridad con la cantidad de personas que han ingresado de manera ilegal al archipiélago. Solo en el 2018, 513 personas fueron expulsadas por vivir en las islas sin tener el permiso, la Tarjeta de Residencia OCCRE. Se estima que la cifra de personas indocumentadas en el departamento es mucho mayor, pero no se sabe a ciencia cierta de cuántas se trata, puesto que no están registradas en el Censo y no hay control certero en la expedición de tarjetas. Omalina, quien ha vivido toda su vida en San Andrés, dice que la ley de control a la población existe, pero no está reglamentada.  Además de la inseguridad, la falta de control e información ha propiciado la corrupción.

San Andrés: aguas claras, cuentas turbias

A sus 72 años, a Omalina todavía le gusta salir los domingos a comer Donde Francesca San Luis o a Capitan Mandy. Disfruta acostarse en la arena blanca mientras ve como sus nietos corren por la playa. A pesar de que San Andrés ha presentado problemas, para ella sigue siendo un paraíso. Un paraíso que se ha visto afectado por los malos manejos administrativos de los que ha sido víctima.

Por otra parte, también hay turistas que en sus vacaciones no han tenido inconveniente alguno, como es el caso de Daniela, quien visitó el archipiélago el año pasado y recalca la belleza de San Andrés: “la isla es muy bonita, muy limpia. A comparación de Cartagena y Santa Marta que las playas son muy sucias. A su vez se observa una mayor organización debido a que no tiene a tantos vendedores en las playas, como sí pasa en otros lugares turísticos del país”, dice. 

Mattia, un joven raizal de 21 años, cree que el archipiélago tiene mucho que ofrecer en cuanto a deportes y actividades acuáticas. Gracias a su tío Manuel, Mattia se enamoró del buceo y de la apnea (el buceo sin tanque). Lo que más ama de practicar estos deportes es sentirse aerodinámico y tener contacto con la naturaleza marina. “Lo más bonito del mar de San Andrés no son los siete colores, sino la vida que hay debajo”.

Al igual que Omalina, Germán, el joven argentino, dice que el archipiélago asombra a cualquiera por su belleza natural. Además, admira su gastronomía, su cultura, sus costumbres y la música isleña. Omalina explica que para unas personas, la belleza de un lugar turístico se relaciona con los edificios e infraestructura moderna y, para otros, por su atractivo natural. “Depende de quien lo vea”.

A lo largo de esta investigación, se intentó contactar con las autoridades del Archipiélago por varios medios pero no se obtuvo otra respuesta más que la música de ascensor. Esta falla en los recursos comunicativos con la Gobernación dificultan el ejercicio de transparencia, lo que hace incluso más complejo aclarar qué es lo que ha estado sucediendo con el dinero recaudado por la Tarjeta de Turismo, para dónde se está yendo y en qué se está invirtiendo. 

Para Omalina, el archipiélago sigue siendo y será bello. “El mar todavía es de siete colores, transparente, y la arena sigue siendo blanca. La belleza de San Andrés es su naturaleza”, dice. Pero estas aguas cristalinas comienzan a tornarse turbias con el silencio de las mismas autoridades que ocultan posible la corrupción en San Andrés.

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Metodología

La idea de investigar el dinero recogido por la Tarjeta de Turismo en el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina surgió por una preocupación personal de un integrante de nuestro equipo quien es raizal y está familiarizada con el asunto. Cuando comentamos el tema en el grupo, a todos nos pareció interesante, pues creemos que el preguntarnos el paradero de ese dinero es la pregunta del siglo que muchos colombianos y extranjeros más se han hecho cuando han visitado la región insular. Mientras hicimos la investigación, reforzamos la importancia de nuestro trabajo al darnos cuenta de que una queja popular y constante en las personas que van a San Andrés es “y ese dinero que pago, ¿a dónde va? porque no se ve la inversión en nada”. 

Para realizar la investigación, usamos distintas bases de datos. En primer lugar, utilizamos las bases de datos del ICER (Informe de Coyuntura Económica Regional) para encontrar la cantidad de turistas que ingresaron al archipiélago desde el 2000. Así mismo con un documento de la Contraloría Departamental de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, observamos el análisis de control migratorio en el departamento, para contrastarlo con los datos del ICER. En segundo lugar, usamos información proporcionada por la OCCRE para saber con exactitud el valor de la Tarjeta de Turismo desde el año 2003. También, usamos el portal del Banco de la República para encontrar el IPC de cada año. En cuanto a cifras de delincuencia y criminalidad, buscamos los datos relacionados con “lesiones personales” en las bases de datos de la Policía Nacional durante el 2015 y datos acerca de “delitos” en la base de datos del Observatorio del Delito en San Andrés Isla desde el 2015 hasta 2019.  

Para complementar lo encontrado en las bases de datos, realizamos cinco entrevistas: la principal, a Omalina, nuestra protagonista; a Beatriz, una mujer raizal que vivió toda su infancia en San Andrés y ahora viaja constantemente al archipiélago; a Daniela, una turista de 26 años del centro del país, a Mattia, un joven isleño amante de los buceos y demás deportes acuáticos; y, finalmente, otra a Germán, un turista argentino que viaja constantemente a San Andrés. 

* Este texto fue realizado por María José Cuello, Andrés Páramo, María José Rojas y Melisa Parada. Por razones de espacio solo se firmó con los nombres de las dos últimas. 

Por María José Rojas y Melisa Parada*

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