El Magazín Cultural

Quince mil kilómetros surquizofónicos

Jimena Almario y Bonnie Devine se hartaron de la rutina y se fueron a recorrer Suramérica en una camioneta prestada. Un recorrido que las convirtió en La Múcura, dúo musical dedicado a cantarles a los encantos y penurias de Latinoamérica.

Laura Camila Arévalo Domínguez
07 de octubre de 2018 - 02:00 a. m.
Devine y Almario aprendieron a tocar los instrumentos que los demás integrantes de La Múcura abandonaron al regresar a Colombia.  / Mauricio Alvarado
Devine y Almario aprendieron a tocar los instrumentos que los demás integrantes de La Múcura abandonaron al regresar a Colombia. / Mauricio Alvarado
Foto: MAURICIO ALVARADO

Catalina está profunda. Tiene los cachetes rojos por el calor que emana su cuerpo enredado con las cobijas. Suena un estruendo. Abre los ojos con dificultad. Le pesan y tener que abrirlos la irrita. Mueve la mano hacia la izquierda, luego a la derecha, pero no encuentra nada. Se desespera. El insoportable escándalo hace que se levante para poner los pies descalzos en las baldosas que están heladas, camina hasta el interruptor de la luz porque aún no ha amanecido, lo enciende, encuentra la alarma y la apaga bruscamente. Mira el reloj y se percata de que durmió cuatro horas. Se enfurece. Siente que desde que cerró los ojos solo han pasado 30 minutos y ahora el cansancio la abruma. Lo que más la agota es la obligación de ir a un lugar que ya no soporta. Mientras tiene los ojos en el despertador que indica las 5:00 a.m. recuerda que además debe tomar un autobús repleto de gente que tampoco quiere ir adonde se dirige y que como a ella la esperan ocho horas de tedio. Sabe que al mirarlos se encontrará con sus miradas bajas y ceños fruncidos. Se avergüenza al repasar sus últimos años en aquel lugar, sobre todo cuando a su mente llegan los momentos en los que toma una matera que hay en la oficina y la acomoda en la esquina inferior derecha del computador para que le oculte el paso del tiempo, que para ella es eterno. Quiere llorar, pero se controla. Después de la furia llega la resignación. Catalina se baña, se viste, come algo, cualquier cosa, no importa, solo busca no dejarse morir, aunque no entienda para qué vive, y repite la misma rutina que hizo ayer y que tendrá que hacer mañana. Mientras sale de su casa se consuela diciéndose que valdrá la pena cuando le aprueben el crédito del carro, compre nuevos muebles o acumule lo suficiente para esos zapatos que valen más de lo que paga por un mercado. Es lunes.

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La Múcura es un dúo musical compuesto por Jimena Almario y Bonnie Devine, dos imprudentes que se lanzaron al vacío. Hace aproximadamente 10 años se conocieron en una iglesia cristiana porque cantaban en la alabanza. Pasó el tiempo, las dos entraron a la universidad y en la etapa final de sus carreras se encontraron con el mundo laboral.

Parece que Almario hubiese salido fresca y adornada de una montaña. Tiene piel morena, contextura delgada, cabello oscuro y ensortijado. Con sus dientes largos, sus labios rojos y sus muñecas pobladas con pulseras artesanales, resolvió que iba ser psicóloga. Devine se decidió por el trabajo social, seguramente porque sabía que, con la claridad de sus ojos verdes, la inmediata vibración de las ventanas a causa de su risa y las reacciones de los demás al sentir que ella se lanzaba en un abrazo intenso, iba a poder contagiar a los que habían olvidado que esas dulzuras confianzudas y generosas existían. De todas formas, ninguna se libró del inevitable cubículo. Cuando tuvieron que hacer sus prácticas se toparon con las oficinas, o las cadenas. El 90 % de sus tiempos despiertas se reducía al aire acondicionado, pantallas de computadores y privación rotunda del sol. Se convirtieron en cifras y se sintieron prisioneras.

La palabra múcura se refiere a la vasija de origen indígena hecha de barro en la que tradicionalmente se transporta agua, chicha, granos, se resguardan tesoros o se sepultan muertos. Esta dupla bautizó su proyecto con el nombre de este recipiente porque a diario la pregunta era la misma: ¿qué vamos a hacer con nuestras vidas? ¿Qué pondremos en nuestra múcura? Una analogía con la vida que les recuerda que su existencia, como la vasija en cuestión, tiene un tope, y que por ningún motivo permitirán que ese tiempo se agote y solo hayan pasado horas sin sentido, acciones sin alma y sensaciones de hastío.

El malestar era insoportable y la piquiña no cesaba. Almario, Devine y cinco amigos más se reunieron muchas veces y puede que entre cervezas, vino o ron hayan decidido que viajando se reencontrarían. Renunciaron a sus trabajos. Los padres de la rubia, la de piel blanca y sonrisa enorme, la Devine, les prestaron una Defender del 95. El viaje se inició en Cali para recorrer en total nueve países: Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Argentina, Chile, Argentina, Chile y Argentina, y así, los últimos dos países fueron las sedes de un constante ir y venir con el que se percataron de que tal vez a los demás exploradores que las acompañaban les pasó lo mismo que a Adolfo Bioy Casares, quien dijo: “Yo tengo la obsesión del viaje. Siempre creo que voy a solucionar todo yéndome”, y a medida que iban avanzando, alguno extrañaba mucho y se devolvía. Seguramente identificaron sus pasiones cuando tuvieron el valor de abandonarlas. Los demás decidieron volver al nido, pero Almario y Devine llegaron al límite del continente solas y fortalecidas.

En los tres años del viaje fueron robadas una vez. No aguantaron hambre. Antes de irse de Cali se conformaron formalmente como asociación, hicieron un marco de investigación que llamaron RAIS (realidades y alternativas de intervención social), y les ofrecieron un trueque a instituciones o fundaciones que se situaran en cada uno de los países que visitaron. Si el grupo de aventureros (que, recordemos, se inició con siete personas) podía alojarse con ellos un mes, al finalizar ese tiempo se entregaría un artículo de investigación en el que, según la experiencia del grupo, se evidenciarían debilidades, fortalezas, metodologías y definiciones de arte. Así se sostuvieron. Trabajando, conviviendo, investigando y, claro, cantando. Cuando se complicaba el plan A, se paraban en frente de una pollería o algún anden a cantar canciones típicas colombianas.

En Argentina, cuando Devine y Almario se miraron a los ojos y notaron que solo eran dos, tuvieron que recurrir a sus manos, pies y voces para suplir los vacíos musicales con los que habían quedado. Jimena Almario se ocupó de la composición; con los pies comenzó a tocar la percusión y con las manos, la guitarra. Bonnie Devine tomó el saxofón, las semillas, el bombo, los platillos y unos brillos. Las dos pusieron a trabajar sus voces. Cuando cada una supo qué lugar ocupaba se inició el dúo multiinstrumentista que se inspira en ritmos folclóricos y realidades sociales latinoamericanas.

Acamparon en la calle y también en gasolineras. Se quedaron en iglesias, sobre todo adventistas del séptimo día, que por sus creencias hospedan peregrinos. Ellos les compartían alabanzas y panetón; ellas, a cambio, les regalaban mangos y cumbias. Durmieron en estaciones de policía o casas de personas que vendían verduras y las invitaban a quedarse. Se toparon con agentes paraguayos que les cedieron sus víveres congelados para que calmaran el hambre. Así fue como lograron hacerse amigas de la confianza, sin abandonar la prudencia. Tienen una relación cercana y profunda con la madre tierra y dejaron de llamar dios al ser castigador, sino al que puede tener muchas formas y a veces se presenta con distintos rasgos o acentos. Creen en el dios que tiene forma de cerro bañado por el sol.

Actualmente, La Múcura quiere ser testimonio de que sí es posible dejar todo tirado y largarse. Quieren que las personas conozcan la historia de dos mujeres que no tienen miedo de serlo y que, con su música surquizofónica, inspirada en el sur de América con sus tintes incomprensibles y esquizofrénicos, buscan quitar el estigma a la posibilidad de vivir dignamente como artistas independientes. La Múcura quiere ser conocida, pero su libertad la defienden. Se despojaron del hambre de fama, así que si usted, querido lector, se topa con ellas y su obra, no se tatúe sus caras por el hecho de que ellas son las intérpretes, sino porque seguramente lo condujeron a cuestionar qué está haciendo con sus días y el oxígeno que respira.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

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