El Magazín Cultural

Razones para Sofía

Por medio de esta carta, una mamá le explica a su hija los obstáculos que hay para ser libre de decidir quién ser en un país como Colombia. Más aún cuando el Gobierno no avaló la cartilla de “Ambientes escolares libres de discriminación”. Por ahora, sigue aplazada esta tarea y su mandato constitucional.

Natalia Herrera Durán / @Natal1aH
15 de agosto de 2016 - 02:00 a. m.
Razones para Sofía
Foto: Getty Images/iStockphoto - YKozlov

Sofía, hija, cuando seas más grande espero poder explicarte que el género es una construcción que, aunque pasa por un montón de relaciones de poder que buscan clasificarte, debe pasar principalmente por ti; por cómo quieras identificarte ante el mundo. Espero poder explicarte, también, que la orientación sexual es otro rollo y que hay diversas formas de sentir válidas y valiosas. Pero, sobre todo, espero que no te toque vivir o conocer un caso como el de Sergio Urrego, a quien las directivas de su colegio persiguieron por no ser heterosexual. Sergio, inteligente, sensible, crítico, se quitó la vida a sus 16 años por eso, el 4 de agosto de 2014.

Todavía recuerdo con claridad el día en que Alba Reyes llegó al periódico a contarme su historia, con una carpeta de papeles que documentaban la persecución que después verificaron la Fiscalía y la Corte Constitucional. Ese día vi por primera vez su llanto y sentí su indignación. La misma que hace dos años llevó a muchas madres, padres, estudiantes y jóvenes de todo el país a salir a la calle a pedir que no hubiera más Sergios. Luego de la publicación de esta historia recibí muchos correos electrónicos de personas que me contaban con dolor que también habían sido violentados en el colegio por sentir distinto. “Yo también fui Sergio”, decían y dicen, porque estas agresiones no terminan.

Hace unos días, por ejemplo, me contactó una joven para denunciar la violencia que recibió su hermano por parte de unos compañeros. Todo por no ser tan “masculino”, tan “machote” como “deben ser” los hombres. David Lenis tiene 14 años y aunque él no siente que le gusten las personas de su mismo sexo, es llamado gay y violentado por eso. Solo por hablar y mover su cuerpo de otras formas menos “viriles”.

Esta semana, mientras sectores conservadores y religiosos del país salían masivamente a las calles a decir que no querían que a sus hijos les enseñaran educación con identidad de género, David fue quemado en el cuello con un cigarrillo. Fue valorado por Medicina Legal e incapacitado siete días. No es la primera vez que lo maltratan ni la primera en que la familia habla con las directivas del colegio sobre esto. La respuesta de la institución ha sido que “no pueden hacer nada, porque la agresión ocurrió afuera y que el manual de convivencia tiene jurisdicción únicamente dentro del colegio”.

David ya no quiere seguir estudiando. Tiene miedo y depresión. Teme, ahora que denunció, ser nuevamente perseguido y golpeado. Lo triste es que podría pasar. No hay mecanismos que lo protejan en ese ni en ningún colegio del país. No hay un debate profundo y serio que jalone una transformación cultural para que sus compañeros dejen de pensar que todo lo que no sea “normal” debe ser aniquilado.

En medio de la desinformación de los últimos días, leí con preocupación el comentario de una conocida que se oponía a las “cartillas de convivencia escolar” porque no quería que a su hija de 4 años la educaran en “temas eróticos y sentimentales asociados a los gais”. Me preocupó porque entendí que los discursos de los sectores más conservadores y fundamentalistas calaban también entre los jóvenes que dicen “respetar a la comunidad gay”, aunque con esta frase de supuesta aceptación desconozcan otras identidades de género y diversidades sexuales también agredidas desde hace décadas.

Las cartillas de convivencia escolar, que con cálculo político el presidente Juan Manuel Santos no avaló tras las protestas, buscaban que los colegios y sus profesores tuvieran elementos e información para no discriminar. Y por lo mismo pudieran proteger a los niños y niñas que tienen otras identidades de género y otras orientaciones sexuales.

Una vieja deuda que tiene el Estado colombiano al no haber reglamentado la Ley de Convivencia Escolar, que nació en 2013 tras el preocupante incremento en las cifras de acoso y matoneo en los colegios. Hace un año, la Corte Constitucional recordó la necesidad de esta reglamentación cuando conoció el caso de Sergio Urrego.

Fue por eso que el Ministerio de Educación firmó un convenio de cooperación con tres agencias: Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), Unfpa (Fondo de Población de las Naciones Unidas) y PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) para, entre otras medidas, crear un documento técnico de consulta que tituló: “Ambientes escolares libres de discriminación”. Esa es la famosa “cartilla” que han demonizado sin leer muchos colombianos. Un documento que no habla de erotismo, ni nada cercano, pero sí puede ser útil a la hora de actualizar los manuales de convivencia y desarrollar una ruta de atención y seguimiento de las personas discriminadas.

En la misma sentencia, el alto tribunal ordenó también “una revisión extensiva e integral de todos los manuales de convivencia en el país para determinar que los mismos sean respetuosos de la orientación sexual y la identidad de género de los estudiantes y para que incorporen nuevas formas y alternativas para incentivar y fortalecer la convivencia escolar”.

De eso se trataba, hija, pero vivimos tiempos extraños y turbulentos, y cuando se avizoraba una alianza política para oponerse al proceso de paz, entre los opositores del acuerdo y los sectores que protestaron por la supuesta cartilla, el Gobierno desistió y no avaló el documento. Por ahora, sigue aplazada esta tarea y su mandato constitucional.

Sofía, naciste en un país complejo, lleno de contradicciones y violencias, pero también de personas valientes y valiosas que han dado su vida para que muchos otros entendamos las transformaciones que necesitamos para vivir mejor entre nosotros. Son ellos el mejor antídoto para la desesperanza.

Por Natalia Herrera Durán / @Natal1aH

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