El Magazín Cultural

Reaprender para vivir (Cuentos de mochila)

Me enseñaron a sobrevivir pero no a vivir. Me enseñaron a acumular bienes materiales como finalidad y no como medio para alcanzar metas más espirituales.

Natalia Méndez Sarmiento / @cuentosdemochila
02 de marzo de 2020 - 05:31 p. m.
Cortesía
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A estudiar y a trabajar, no por gusto ni vocación, sino como paso obligado hacia el escalón más alto de la ilusoria carrera al éxito, medida por la cantidad de dinero y reconocimiento que llegase a tener. ¿Y la felicidad? Esa llega con el dinero entendía yo, si tengo una casa en la que me pierda yendo de la cama al baño, puedo llegar a ser más feliz que si me muero sin haber tenido siquiera un auto.

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Aprendí que la vida se puede vivir de una sola manera con un itinerario inamovible. A los cuatro tengo que saber hablar, a los 10 dividir, a los 17 saber qué voy a estudiar, a los 22 trabajar, a los 30 hacer una familia, a los 40 tener el futuro asegurado, a los 60 jubilarme y a los 70 regalarle toda mi pensión a las compañías farmacéuticas.

Me enseñaron a asegurar el futuro que ni siquiera sé si viviré, muriendo en el presente y obligándome a conseguir aquello que ni siquiera sé si voy a disfrutar. Me enseñaron que existe el fracaso y me obligaron a temerle. Me dijeron que los seres humanos somos todos diferentes, una mesera está tres peldaños abajo que el dueño del restaurante, y este a su vez tres más abajo que el del restaurante continuo que factura más millones al año.

Me enseñaron a aferrarme a las reglas de vida preestablecidas. Tengo 33 años y la mayoría de mis amigas ya se casaron o buscan con afán a su príncipe azul porque las está dejando el tren. Algunas son mamás y otras tienen buenos cargos en su carrera o están pagando un crédito hipotecario. Otras logran hacen las dos cosas y más: son buenas madres, su carrera va hacia el cielo, tienen una casa chirriada, hacen pilates, estudiaron inglés en Londres, se toman fotos en los Campos Elíseos y tienen un esposo perfecto del que se ven enamoradísimas con unas sonrisas de polaroid. Cada vez que vuelvo a aferrarme al tronco de la vida preestablecida me asusto, pues no tengo un trabajo fijo y ni hablar del príncipe azul porque con mi pareja somos ramplones, humanos.

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Si me voy más atrás en el tiempo, recuerdo que hasta me enseñaron de discriminación y machismo: Las personas con papás divorciados tienden indudablemente al fracaso. El jardinero con una pierna chueca es de cuidado. Las mujeres poco agraciadas no consiguen sus objetivos, y si los consiguen siendo feas es porque tienen palanca y las bonitas porque muestran pierna. La "música metálica" es satánica, los satánicos asesinan vírgenes, las vírgenes son morrongas y las que no lo son, son putas, y las putas son inmorales. Los gays son enfermos, las gordas descuidadas, las flacas anoréxicas y los ladrones son irremediablemente indios. Hasta me enseñaron a convertir étnias en insultos.

¡Fracasada! resulté perdida sin una piedra propia donde sentarme, evadiendo responsabilidades, viajando - no propiamente a París -, no me han dado mi anillo de compromiso y ocupo mi tiempo escribiendo artículos con balbuceos que defienden la igualdad y que arremeten contra las fronteras terrestres, raciales y de género.

No tengo una selfie en la Torre Eiffel y no tengo prisa de tenerla, pues solo con llegar a San Salvador o a Managua, solo con haber decidido cambiar de ruta vital independientemente del destino, la vida a sopetones me obligó a reaprender todo lo aprendido.

Reaprendí que el dinero no es el fin, es el medio para viajar, para estudiar, para comer, para ayudar... y también reaprendí que es tan necesario como efímero. Que la felicidad no llega con un fajo de billetes, ni con dos, ni con tres, y que la satisfacción de tener dinero dura apenas un instante. Que no hay nada comprable que valga tanto como para pasar penas. Que si el dinero se retiene no fluye y que la verdadera abundancia está en la naturaleza, en nosotros, en el universo.

Reaprendí que el futuro no existe, que no hay nada que se pueda hacer para planearlo o controlarlo. Que el éxito así como el mañana son una ilusión, que puedo sentirme más a gusto con el cariño de una persona, que obteniendo 10.000 likes de desconocidos. Reaprendí que la vida es hoy, que no importa si suena a cliché porque los sopetones también me han reenseñado que es cierto. Que vivir mal hoy para estar bien mañana es una persecución a la concreción de los sueños eterna e inútil, pues siempre faltará algo por hacer.

Reaprendí sobre la felicidad de los instantes, como probar un jugo de mora después de nueve meses sin tomarlo, como ver a una tortuga nadando al lado mío sin haberla buscado, como un paseo en lancha con la brisa golpeando mi cara, como bailar y cantar - gritar - en la cocina hasta quedar agotada, o como un ataque de risa incontrolable en medio de un auditorio en silencio. Reaprendí acerca del fracaso y de cómo debería ser una palabra suprimida en nuestro léxico porque no existe. Existen las subidas y las bajadas y las lecciones aprendidas en estas.

Reaprendí que encasillarse en una idea es negarse a encontrar nuevas rutas para la existencia. Que para  gozar más es necesario aprender a aceptar y a amoldarse. Reaprendí que ni la felicidad ni la tristeza son para siempre. Que la dicha consiste en sentirse agradecida con el banquete del hotel all inclusive y también con la última manzana medio oxidada de la nevera.

Que  un día se está abajo y repentinamente arriba y viceversa - esta es la más difícil de aceptar - . Reaprendí que se puede estar en diferentes escalones inventados sin sentirse menos ni más, que se puede disfrutar igual durmiendo en un hotel cinco estrellas que en la casa de la familia de un camionero; que viajar en primera clase en un avión puede ser tan emocionante como hacerlo en el platón de una camioneta en Honduras. Reaprendí que el dinero y el éxito no nos definen como personas, solo si así permitimos que suceda.

Reaprendí de la importancia de pensar antes de hablar y de entender el contexto de las circunstancias antes de juzgar, pues al mismo tiempo que despotricamos de los de aquel lado, los de aquel lado están despotricando de nosotros. Que todos somos susceptibles de cometer los mismos errores. Que las fronteras son un invento imaginario para poder decir que unos cuantos son dueños de algo. Reaprendí que entre más se interactúa con otros seres humanos sin importar su procedencia, raza, religión, edad, condición económica o nacionalidad, más se pierde el miedo a salir, a existir y a sonreír.

Reaprendí que todos somos iguales y paradójicamente diferentes. Que los humanos nos diferenciamos por la genética, por la cultura y  por la herencia ancestral, pero que ninguna es mejor que otra. Que tenemos el mismo potencial para hacer de nuestra vida y de nuestro entorno algo maravilloso, o no, y reaprendí que "algo maravilloso" no es lo mismo para él que para ella, pa mí que para ti.

Reaprendí que todos cargamos con felicidades y penas, que escondemos las segundas y nos regodeamos con las primeras, y que, por lo mismo, compararnos nos conduce innecesariamente a la infelicidad. También reaprendí que las fotografías de sonrisas extraordinarias representan solo milésimas de un segundo, y que las milésimas de segundo están subvaloradas porque ese es el tiempo que necesita la vida para cambiar repentinamente lo que parecía permanente.

Viajar me obligó a reaprender que no es imposible convertir en realidad la lista de sueños pendientes, y que la vida es solo un soplo que no vale la pena, vale la felicidad entera.

www.cuentosdemochila.com

 

Por Natalia Méndez Sarmiento / @cuentosdemochila

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