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Reencuentros oníricos: sobre “Siberia", de Abel Ferrara

La última película de Abel Ferrara, el estudio de un personaje en una búsqueda permanente de redención, inauguró la sexta edición del Bogotá International Film Festival.

Simón Moreno Salinas
12 de octubre de 2020 - 12:03 a. m.
La película "Siberia", contrario a lo que se muestra en el cine clásico, representa un viaje al interior de uno mismo que no es en lo absoluto complaciente: atraviesa las geografías más inhóspitas, como una suerte de paisaje que el personaje absorbe, e implica un reencuentro con el trauma y con las formas que el horror adquiere en su estado más onírico.
La película "Siberia", contrario a lo que se muestra en el cine clásico, representa un viaje al interior de uno mismo que no es en lo absoluto complaciente: atraviesa las geografías más inhóspitas, como una suerte de paisaje que el personaje absorbe, e implica un reencuentro con el trauma y con las formas que el horror adquiere en su estado más onírico.
Foto: Producción BIFF- Bogota International Film Festival

El viaje es la respuesta a muchas de las preguntas que a uno lo acosan sin descanso; una suerte de oráculo al que uno se asoma con miedo y con curiosidad. Y como a casi todo el mundo, al protagonista de Siberia, un hombre maduro que atiende un bar en medio de la nada, ese viaje se le presenta como una travesía física, pero también, y sobre todo, espiritual; llena de puertas que contienen todas sus culpas y que se abren de par en par.

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Este hombre, interpretado por un William Dafoe en su mejor versión, presenta además un serio problema de incomunicación que sigue la misma lógica del viaje: no sólo es la distancia que lo separa de los otros, es también la incomprensión de su idioma y, además, una incomprensión de sí mismo que se expresa en el doble, en los doppelgänger con los que él mismo se encuentra en el camino.

Y contrario a lo que se muestra en el cine clásico, este viaje al interior de uno mismo (que es también un lugar común entre los directores más maduros y una muestra autorreflexiva de narcicismo) no es en lo absoluto complaciente: atraviesa las geografías más inhóspitas, como una suerte de paisaje que el personaje absorbe, e implica un reencuentro con el trauma y con las formas que el horror adquiere en su estado más onírico: las fauces de un siberiano yéndose contra él, las imágenes de una tortura en las que se participa como sujeto pasivo, pero que igualmente se padece.

Esa atmósfera oscura y sobrecogedora predomina en el filme, representado desde una narrativa no-lineal y un estado de caos que recuerda a Pasolini, de quien Ferrara se sabe deudor, o al cine del último Fellini, el que afirmaba al arte como un dispositivo autobiográfico, como una expresión de la subjetividad.

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Se trata, en síntesis, de un cine en el que los sueños no son subsidiarios de la realidad, sino que que se equiparan a ella, y a veces sin ningún polo a tierra. Pero también de un viaje que da sus frutos en forma de respuestas enigmáticas. Como cuando la naturaleza habla de la manera más insospechada.

Esta reseña fue elaborada en el marco del Taller de Crítica del Programa académico BIFF BANG!, organizado junto con la Maestría de Creación Audiovisual y el Centro Ático de la Pontificia Universidad Javeriana.

Por Simón Moreno Salinas

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