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Delirio a Van Gogh, a 130 años de su muerte

El 29 de julio se cumplieron 130 años de la muerte de Vincent van Gogh. En este texto, presentamos una reflexión sobre el artista neerlandés.

Santiago Londoño Gallego
30 de julio de 2020 - 01:45 p. m.
Autorretrato de Vincent van Gogh, óleo pintado en septiembre de 1887.
Autorretrato de Vincent van Gogh, óleo pintado en septiembre de 1887.
Foto: Google Cultural Institute

Nadie como tú había transformado la tierra en ese trapo mugriento empapado en sangre y retorcido hasta extraer vino. Nadie había mostrado la miseria de nuestra ceguera con tal crudeza y hermosura, con tanto amor y violencia al mismo tiempo.

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Miro a tus cuervos con sus ojos bien abiertos, grandes y felices, a veces no tanto y entiendo que son los tuyos y entiendo porque se acercan… Picotean mi destino, nuestro destino y no juzgan más que nuestros ojos, que nuestras manos derretidas sobre la tela virgen, copulada por miles de colores, incendiada por contrastes pavorosos, terribles, alucinantes, y tal vez no soy tan puro, ni tan lúcido ni tan delirante, ni tan complejo, ni tan simple, sí, yo lo sé, ya soy corrupto, sucio, ingenuo y denigrante, contaminado por la turba inagotable de placeres silenciosos, banales y excitantes.

Y acaso, ¿no lo fuiste tú?

El delirio se derrama en gotas de pintura provenientes de la tormenta de mi espíritu, sí amigo mío, padre mío, hijo mío, sufrimos del cansancio inagotable de estar despiertos, de caminar sobre tierra movediza que nos escupe donde quiere y se traga nuestros zapatos viejos.

Acaso no me escuchas viejo incrédulo, impetuoso y obstinado… Mi querido amigo… Mi querido Vincent.

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Yo ya no soy, no me pertenezco, me miro en tus ojos, me siento en tus manos y en cada exhalación arrojo mi espíritu para inhalar el tuyo… Mi carne, capullo tierno, tierno y descompuesto no es más que una de tus pinceladas más erróneas… Y mis ojos, qué decir de ellos, fueron robados por alguno de tus cuervos y llevados hacia el ocaso mientras se iban consumiendo.

Sí, también he querido hacerlo, la unto en mis manos y la huelo, dejo que se derrame por mi cuerpo limpio y terso para ella, siento su color a veces triste y melancólico, a veces fuerte y alegre, a veces abrupto y cruel, casi siempre inquisidor… Siempre perfecto. Dejo que se meta en cada rinconcito, cada orificio, cada pliegue de mi piel para que me llene con su inigualable hermosura, con su inalcanzable perfección y cuando ya ha inundado cada poro y mi cuerpo se desborda de placer, siento la ansiedad de sentirla más adentro y la pongo en frente de mi boca y me dejo sentir el sabor del rojo dulce, con un poco de azul ácido para sentir el deleite de un agridulce violeta y levanto la copa para que brindemos juntos amigo Vincent, por ti, por todo tu dolor, por tus ojos de cuervo siempre abiertos, demasiado para tu tiempo, por tu cabello rojo casi naranja de intrépida rebeldía, por tu delirio incesante, por tu extrema cordura y por todo lo que fuiste.

Por todo lo que seremos cuando hagamos parte de la misma noche estrellada.

Por Santiago Londoño Gallego

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