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La suerte de vivir

Haciendo brillar su oficio periodístico, Rosa Montero aprovecha las páginas de La buena suerte para denunciar la violencia en todas sus esferas, específicamente la intrafamiliar y la que se ejerce en contra de los animales.

Esteban Parra
08 de octubre de 2020 - 08:23 p. m.
"Y así es esta novela, humana y llena de matices. Errática y sorprendente. Rosa Montero se pasea entre el bien y el mal natural en la vida para revelar nuestras ansias de redimirnos, de amar, de no ser, de empezar de nuevo, de gritar y llorar hasta el hastío", escribe Esteban Parra.
"Y así es esta novela, humana y llena de matices. Errática y sorprendente. Rosa Montero se pasea entre el bien y el mal natural en la vida para revelar nuestras ansias de redimirnos, de amar, de no ser, de empezar de nuevo, de gritar y llorar hasta el hastío", escribe Esteban Parra.
Foto: Archivo Particular

Hace poco escuché una conferencia de la clown y comunicadora social peruana Wendy Ramos, en la que habla de su historia y del radical viro que esta dio cuando dejó su cargo en una sala de prensa internacional para dedicarse a lo que realmente le daba sentido a su existencia. Nuestro presente y decisiones están marcados en alto grado por condiciones que vienen dadas del pasado y que nos son ajenas, pero también por las acciones que queramos emprender para narrarnos de manera distinta.

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Quizá sea ese deseo el que motivó a Pablo, un reputado arquitecto español, a bajarse del tren en la estación incorrecta y buscar refugio en Pozonegro, un pueblo sin brillo aparente y que parece detenido en el tiempo. O quizá no lo sea. Tal vez, como lo advierte la misma autora en la sinopsis de La buena suerte, solo está allí para dejarse morir. Esta incógnita es la que hila la novela más reciente de Rosa Montero.

A partir de su llegada a un apartamento que danza al ritmo del paso de los trenes, Pablo nos hace partícipes de su ayer, sus miedos y sus motivaciones. Y así mismo lo acompañamos en la cotidianidad por calles poco amables, en la melancolía de un cuarto lleno de vacíos y en los encuentros con otras existencias con sus propios problemas, afanes y realidades.

Y es allí, en ese territorio de relaciones, otredad y entendimiento en el que la escritora rutila y encanta, pues nos refleja en la piel de personajes entrañables e inolvidables. Es en ese contacto con los demás en el que los habitantes de esta historia, al igual que cualquier persona, se transforman y van comprendiendo la vida bajo otros criterios.

Conectando con lo anterior, hay que hacer énfasis en Raluca, un ser definitivo en la lectura de la novela, tan fuerte y significativo que hizo que la misma Rosa Montero cambiara el nombre que tenía pensado para esta obra. Pasar de El silencio a La buena suerte es una muestra clara de la luz que acompaña a esta mujer, la representación misma de la perseverancia, una vecina que todos deberíamos tener o, mejor, que todos deberíamos ser. Enorme personaje.

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Haciendo brillar su oficio periodístico, la autora aprovecha las pasadas 300 páginas de este libro para denunciar la violencia en todas sus esferas, específicamente la intrafamiliar y la que se ejerce en contra de los animales. Un ejercicio que nos permite habitar el miedo del agredido y plantea al lector la necesidad de tomar lugar en esta problemática. Como cita la novela misma, “hay silencios que matan y atormentan”.

La vejez es otro de los temas que se abordan, un ciclo de la vida que va de la mano de inseguridades y complejos que se hacen más vívidos cuando vemos hacia atrás y sentimos el peso de lo que hicimos y la carga insostenible que puede significar lo que no llegamos a hacer. Pero también, como experimenté con la lectura de Las noches todas del colombiano Tomás González, esta etapa se descifra como una parte más de la ilógica e inesperada vida, que nos tumba y nos da la oportunidad de levantarnos y reconstruirnos.

Alguna vez Vladimir Nabokov le dijo a una de sus estudiantes: “la vida es bella, la vida es triste. Eso es todo lo que tienes que saber”. Y así es esta novela, humana y llena de matices. Errática y sorprendente. Rosa Montero se pasea entre el bien y el mal natural en la vida para revelar nuestras ansias de redimirnos, de amar, de no ser, de empezar de nuevo, de gritar y llorar hasta el hastío.

El recorrer de las páginas de esta obra resulta un regalo tremendamente especial, una cita pertinente y anhelada en un momento en que la desesperanza y la incertidumbre han cambiado las reglas de juego. Incluso pareciera que este libro hubiese empezado a escribirse en el confinamiento obligado al que un virus nos empujó, pero la idea surgió hace ya varios años, en 2017, cuando Rosa iba en un tren con rumbo a Málaga, en el que se puso en el papel la primera palabra de esta preciosa historia que no hace sino recordarnos el valor y la relevancia de una voz como la de Montero.

“Ser otro es un alivio. Escapar de la propia vida. Destruir lo hecho. Lo mal hecho. Si tan sólo pudiera formatear su memoria y empezar de cero”.

Por Esteban Parra

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