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Una existencia arruinada por exceso de imposibilidades: “La pesca del atún blanco”

La película de la bogotana Maritza Blanco se presentó en el Festival Internacional de Cine de Cali, FICCALI. Presentamos una reseña.

Jaír Villano*/ @VillanoJair
03 de diciembre de 2020 - 12:20 a. m.
Eryen Korath OG interpreta a Mariana, la protagonista de "La pesca del atún blanco".
Eryen Korath OG interpreta a Mariana, la protagonista de "La pesca del atún blanco".
Foto: Facebook La Pesca del atún blanco

Mariana es pobre, afro, inteligente y solitaria. Mariana sueña con estudiar medicina, con enseñarle lo que aprende a su abuelo, con aportar a su comunidad, con ver a su madre. Pero Mariana vive lejos de las oportunidades, no tiene el dinero que falta para poder iniciar sus estudios, su padre está muerto, su hermano fallece, ¿qué puede hacer Mariana? Mariana busca empleo: en ninguno la reciben; Mariana, desesperada y mohína, no sabe cómo arreglárselas. Resignada por un entorno que no eligió, un escenario que, pese a todo, ella quiere -el mar, las marimbas, los saberes artesanales-, le dice a su único acompañante: “¿Sabes qué, abuelo? Yo creo que los jóvenes de por aquí nos estamos cansando de ser invisibles para el mundo. Y lo único que hacemos es tratar de sentirnos parte de él”.

“La pesca del atún blanco”, la ópera prima de Maritza Blanco es un sórdido retrato de una joven del Pacífico colombiano. Me corrijo. Es más que eso: pues todo buen arte hace del drama individual uno colectivo, y el de su largometraje es una representación de lo que muchos jóvenes padecen: metas que se funden en el vacío; ambiciones que marchitan por ausencia de posibilidades; voluntades que fenecen por razones ajenas a innatos impulsos; tristeza consumada por consciencia del entorno, del lugar, de hacer parte de un territorio que al otro país -el de las ciudades, el de los edificios, el de los grandes medios- le resulta indiferente.

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-¿Vos has tenido sueños?”, le pregunta -con la mirada triste y profunda lanzada a la inmensidad del mar- Mariana a su amigo Diego. “No todos tenemos sueños. Algunos tenemos deseos. Por eso es que siempre apoyo a los que tienen sueños, porque creo que es algo que uno nunca debería dejar ir”. El mar ruge, su sonido se impone, su eternidad se escucha. Pero las palabras de Mariana tienen otro poder, el de la más cruda adversidad, el de una existencia atrofiada por aspiración, por reafirmar un nuevo ser: “Por eso los sueños se convierten en pesadillas. Este mundo envenena”. Schopenhauer decía que entre más elevado es el ser, mayor es el sufrimiento.

Y uno siente impotencia y afinidad con alguien que padece el azar en su más cruda expresión. Y uno siente que hacer parte de un país con circunstancias como estas debería suscitar impulsos que fomenten el cambio. Y uno siente que ese veneno del que habla la protagonista es el que se instala en tantos y tantos y tantos individuos que no le importan a nadie, porque como decía alguien, son hijos de nadie, de tierras de nadie. Uno siente que ese veneno se esparce en odios, rencores luego manifestados en guerras, balas, protervas actitudes de humanos que alguna vez fueron inocentes. (Uno siente, en suma, que la nada es una bella tentación).

Mariana, entonces, busca la forma de financiarse. No se pudo como quería, no hubo apoyo de nadie, eso que llaman Estado no existe. Las consecuencias son nefastas, el tráfico de coca engendra mafias, clanes dispuestos a pasar por encima de la humanidad.

El mar sigue ahí, como una oposición metafórica, esa inmensidad contrasta con la estrechez. Y por eso no estaría demás resaltarlo: en el largometraje de Maritza Blanco los diálogos y los escenarios en los que discurren los personajes son elementos elocuentes. No son paisajísticos, ni palabrerías, ni circunloquios inanes. Son espacios que sugieren, son palabras que significan, que dicen más que su personaje, porque derivan de uno -de Mariana, de Diego, de su abuelo-, pero en realidad son los sentimientos de muchos.

La película de Maritza Blanco es un inicio prometedor para el cine colombiano. No estamos en el mundo, estamos ante el mundo, decía Rilke. Eso lo entiende muy bien Mariana, y por eso el fragor de la existencia, el dolor de la consciencia se instala en ella, una mala pero entendible decisión arruina lo que ya es una vida frustrada ante una infinidad de puertas que el agua del mar se lleva.

Hay que agradecerle al Festival Internacional de Cine de Cali la oportunidad de que una producción como esta llegue a todo tipo de espectadores.

*Crítico de literatura.

Por Jaír Villano*/ @VillanoJair

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